DISCEPOLÍN
Fueron días y noches de encierro
en antiguos tiempos de sombras
en el cuarto, tan pequeño y solitario
tu mundo, sin juegos y sin hondas.
Después, al doblar la esquina, yendo al centro,
te astiyó el dolor profundo de los otros,
en la misma calle, el mismo espectro,
el mismo café, el sentimiento eterno
que anidó en tu cuerpo como Cristo roto.
Sublimaste en letras tu sentir tanguero,
el numen, la hondura de tu estro,
la empatía, la fe desde tu canto bronco.
Dejaste, así, precioso testimonio
de utopías, de esperanzas, y tu rostro
se iluminó como antorcha, como un verso
que sembró con fervor los ideales locos.
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