domingo, 26 de diciembre de 2010

MI BAHIA BLANCA QUERIDA (IV)

Por EDUARDO GIORLANDINI

VII

HISTORIA

HISTORIA DE BAHÍA BLANCA
NOTA I
LOS COMIENZOS  

Es propio de la naturaleza de los seres humanos el unirse para trabajar juntos, para bien de los mismos.
De esta verdad nace también otra, que es consecuencia del trabajo de las personas: el progreso, tanto material como cultural.
En América, luego de la conquista se constituyeron regiones y virreinatos. Los argentinos estuvimos comprendidos en el Virreinato del Río de la Plata.
Por aquel tiempo nació la idea de habilitar tierras hasta el sur, tierras que habrían de destinarse para la agricultura y la ganadería.
Tuvieron lugar algunas expediciones pero desde el punto de vista real, material, la fundación de Bahía Blanca, fue objetivo de varios gobernantes, pero corresponde a Juan Manuel de Rosas ser fundador, al posibilitar los recursos, las cosas y los bienes necesarios, siendo Ramón Estomba un ejecutor de instrucciones a tal fin.
Se hablaba entonces de extender las líneas de frontera, ganarle al indio territorios, para lo cual diversos gobiernos utilizaron medios violentos o medios pacíficos, según las circunstancias. En cierto momento, una obra de Lucio Mansilla, informa acerca de las relaciones de paz establecidas; Rosas buscaba este camino, en la paz y en la amistad, aunque no siempre fue así y también la nueva población, Bahía Blanca, estuvo también comprometida en este tiempo de procesos y conflictos, guerras y disputas.
El 16 de agosto de 1827, había dispuesto el Gobierno de la Provincia a extender la frontera con los indios, a los efectos de fomentar el puerto de Bahía; para tal objeto comisionó y autorizó al entonces coronel Juan Manuel de Rosas, quien debió ocuparse de preparar la realización de ese avance en la frontera y de establecer las posibilidades portuarias que interesaba al gobierno.
El 12 de agosto de 1827 el coronel Manuel Dorrego había sido elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires y como tal estaba a cargo de las relaciones exteriores, es decir representaba al país ante el extranjero, retornando así a un sistema político federal, pero las condiciones eran desventajosas con respecto a tiempos anteriores.
Había entonces dos corrientes o grupos políticos con intereses y objetivos distintos: los unitarios, que actuaban con vigoroso porteñismo (Buenos Aires) y los gobiernos del “interior”, que defendían las autonomías de cada región o provincia, cada una de las que tenía su caudillo que, de algún modo, representaba sus intereses, los de carácter local.
Según fuentes oficiales, las costas de Bahía Blanca, estaban desiertas y alejadas de la línea de frontera existente, cuyo punto más avanzado al sud y sudoeste del territorio provincial lo constituía el fuerte Independencia, origen de la ciudad de Tandil.

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NOTA II

¿Es correcto hablar de la existencia de argentinos, de bonaerenses y de bahienses antes de 1810? Sí, lo es, porque la expresión alude a quienes habitaban históricamente los distintos ámbitos territoriales; y no se trata de un punto de vista legal o idiomático, sino de un hecho que es la misma existencia de comunidades humanas.
Esto viene a cuento porque hay quienes dicen que somos argentinos desde 1810. Por el contrario, se ha escrito que el primer argentino fue un aborigen al que se le puso el nombre “Juan”. El argentino histórico comienza con los aborígenes que poblaron el territorio y los que se afincaron aquí, trabajaron, fundaron familia, y sus descendientes.
Algo similar puede decirse de los bonaerenses y de los bahienses en particular. Es un criterio humano, social, afectivo, histórico y geográfico, de modo que las raíces  bahienses vienen desde lejanos tiempos, así hayan nacido aquí o en otras latitudes, y de acuerdo al párrafo anterior. También se expresa que bahiense es el nacido en Bahía Blanca; de tal modo, continúase el criterio legal, y no el expuesto en la presente nota. Ambos valen a distintos efectos.
Se ha tomado la fundación de Bahía Blanca a partir de la iniciación de los trabajos de construcción de la Fortaleza Protectora Argentina, el 11 de abril de 1828, pero antes y después tuvieron lugar numerosos comportamientos y hechos que contribuyeron a la fundación. No es un hecho “biológico”, dicho esto en sentido figurado; de algún modo se toman fechas simbólicas o convencionales.
Se le atribuye a la decisión de Bernardino Rivadavia o a Juan Manuel de Rosas. Estimo que la fundación real y los actos más importantes y definitorios fueron generados por el Restaurador, quien había dispuesto los contingentes humanos y los elementos materiales de todo tipo para asentar y afianzar la población y las condiciones que le dieron permanencia y protagonismo a la comunidad constituida en este lugar. El fundador es Juan Manuel de Rosas.
Ello se comprueba con las 125 cartas que rescaté del “olvido” y que se difundieron en nuestra ciudad en varias ocasiones, en notas periodísticas y conferencias. No me refiero a ciertos “borradores” o textos que fueron citados como existentes en alguna biblioteca; me refiero a fotografías de cartas originales que obtuve hace 41 años del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires; digo bien, fotografías, porque no existían la fotocopiadoras y yo me desempeñaba como transcriptor de documentos antiguos en dicho Archivo. Hacia 1972 aproximadamente doné un juego a la Junta de Historia y al Instituto Juan Manuel de Rosas, de Bahía Blanca.
Al 11 de abril de 1828 gobernaba la provincia de Buenos Aires Manuel Dorrego, federal; había fracasado el ensayo unitario conocido como “régimen nacional”.

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NOTA III

Hemos manifestado en notas anteriores el protagonismo de Juan Manuel de Rosas, con la relación a la fundación de Bahía Blanca, y además ahora quiero referirme, en particular, a la significación de lo que él pensaba y sus preocupaciones, en todo momento, sobre el destino de esta ciudad, Bahía Blanca.
En el último mes de marzo hubo evocaciones diversas, porque es el mes que posiblemente registre más hechos vinculados a Rosas. Me tocó hablar en uno de los actos y en tal oportunidad destaqué que el ocultamiento histórico de la verdad respondía a varios factores que mostraban la falta de civismo, es decir, de amor a la Patria. Mucho es lo que puede decirse al respecto, pero lo limito para referirme con más especialidad al tema que nos ocupa, la fundación y el curso seguido en el desarrollo de la ciudad.
Nótese que la fundación se debió a claros objetivos nacionales; no mediaron intereses político sectarios, ni ambiciones que debían satisfacerse con determinados acontecimientos. Existió sí una serie de motivos con pensamiento nacional y apuntando al futuro de la Nación Argentina. Con esto último estoy puntualizando la importancia de Bahía Blanca.
No se crea que la fundación fue un hecho puntual, aislado; fue producto de un proceso largo, así como de solucionar los problemas que se iban presentando en el tiempo; hubo preocupación constante y continuidad para afianzar la fundación y también dentro de un largo período en que gobernó Juan Manuel de Rosas. Esto se oculta también, pero fue el mismo Restaurador que expresó una vez: “Llegará el día en que desapareciendo las sombras... sólo queden las verdades que no dejarán de conocerse... por más que quieran ocultarse...”. 
En medio de circunstancias difíciles para el país, Rosas estuvo al frente de una soldadesca sin abandonar las intenciones de pacificación digna, ante los grupos aborígenes de nuestro suelo. En su cuartel general, a orillas de Napostá, se integraron los cuadros con importantes contingentes de indios, y en la “Proclama del Napostá”, aseguro el fin de la paz.
Por aquel tiempo significó vigoroso impulso al desenvolvimiento de Bahía Blanca; había obtenido la libertad de muchos cautivos, que fueron restituidos a sus familias (las estadísticas varían); a su iniciativa se estableció la Iglesia “Nuestra Señora de la Merced” (redentora de las cautivas cristianas). El objetivo era muy importante, tanto que desde el exilio siguió razonando sobre la importancia de la ciudad en el progreso de la Argentina. El tema portuario estuvo vinculado a la economía nacional y a la soberanía. Bahía Blanca no fue una ciudad más y tiene una razón de ser.

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NOTA IV

He puntualizado en notas anteriores los propósitos gubernamentales, de la provincia de Buenos Aires, con respecto a una nueva ciudad, consistentes, por un lado, avanzar más las fronteras con los indios, y, por otro, crear un importante puerto.
Ello tenía implicancias varias: consolidar la independencia y la soberanía nacional y crear condiciones mayores de progreso. No bastó la buena voluntad sino que fue necesario costear expediciones, disponer de bienes y recursos y, por tal motivo, la Junta de Representantes de la provincia autorizó al gobierno a invertir hasta 400.000 pesos en los gastos que demandase la obra y además se declaró que podía ser solicitado en enfiteusis el espacio comprendido entre la antigua línea de frontera y la nueva que iba a trazarse.
¿De qué se trataba la enfiteusis?
En 1822 la provincia contrató un préstamo con Inglaterra y para garantizar el pago de la deuda asumida hipotecó las tierras públicas bajo el sistema de enfiteusis. Las tierras públicas, entonces, no podían ser vendidas y eran entregadas por el gobierno a los particulares bajo la forma de arrendamiento a largo plazo.
Y sucede que continuándose una línea histórica, desde siglos atrás las autoridades daban las tierras a particulares por servicios prestados, particularmente de carácter militar, mediante lo que se llamó “mercedes de tierras”, después, con la ley de enfiteusis del año 1826, no se determinaba la extensión de las tierras ni tampoco se obligaba a ser pobladas, se produce por parte de los más pudientes una acumulación de tierras en pocas manos, y así se formaron latifundios, es decir, en términos simples, grandes extensiones de tierra rural en poder de unos pocos; hubo gran demora en el pago de las rentas y prácticamente no había un régimen sancionado por incumplimiento. Con Dorrego se mejora la ley y con Rosas se exigió el estricto cumplimiento de las cláusulas contractuales.
Así, que, como se ve, y tratándose la provincia, Bahía Blanca tuvo que ver con el sistema.
Leemos en la Historia de la provincia de Buenos Aires y la formación de sus pueblos, editada por el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, que: “Las disposiciones de las que acabamos de hacer referencia, y otras complementarias, condujeron a la fundación, en 1828, del fuerte y pueblo origen de la actual ciudad de Bahía Blanca. El coronel Ramón Estomba fue designado jefe de la expedición a Bahía Blanca, y el ingeniero Narciso Parchappe director técnico de la misma”.
Se agrega, asimismo que a principio de 1828, el ingeniero Narciso Parchappe dio cumplimiento a una comisión que debía realizar previamente a la de Bahía Blanca, es decir, examinar el paraje de la Cruz de Guerra y alrededores y elegir el sitio más a propósito para establecer un fuerte y pueblo que sería otro en la nueva línea fronteriza. Después Parchappe se entrevista con Estomba y se reúne en Tandil con el jefe de la expedición, que había partido días antes desde Buenos Aires.
Luego de haber escrito acerca de varias generalidades vinculadas con el tema, en mis comentarios, ahora doy algunas precisiones acerca del tema de la fundación y desarrollo de la ciudad.

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 NOTA V

Corría el año 1828. recordemos que el coronel Ramón Estomba era el jefe de la expedición a nuestras tierras lugareñas –con más precisión me refiero a Bahía Blanca- y mencionemos también que el ingeniero Narciso Parchappe había sido designado director técnico de la misma.
Luego de lo que he relatado anteriormente, y siguiendo las mismas fuentes historiográficas que he citado, el 9 de abril de ese año de 1828, hubo una reunión importante entre los ya nombrados y otros civiles y militares, en las márgenes del Napostá Grande.
Se trataba de los vecinos pobladores Nicolás Pirez, Pablo Acosta y Polidoro Coulin, y del teniente coronel Andrés Morel, los sargentos mayores Narciso del Valle y Juan de Elías, y el capitán Martiniano Rodríguez.
La reunión tuvo lugar en la tienda de campaña del coronel Ramón Estomba y por unanimidad tuvo lugar también un convenio transcripto en el acta firmada, según la cual el sitio que había propuesto el ingeniero Narciso Parchappe para la fundación del fuerte y pueblo era el que por su posición convenía a los propósitos preestablecidos, por  la inmediación al puerto y por “la reunión de un Río, de excelente agua; y la mejor tierra vegetal (sic), pastos abundantes; combustibles p’ (sic) muchos siglos”.
Se declaraba asimismo que el lugar elegido estaba llamado a ser algún día uno de los establecimientos de más intereses para la provincia de Buenos Aires (nótese como se puso así el acento y se vinculó el objetivo a la provincia, aunque el hecho tuvo igualmente relevancia nacional).
Dice la obra de historia de la provincia de Buenos Aires, dirigida por Ricardo Levene que una vez que se hizo el convenio y que se labró el acta, el 11 de abril, según el Diario llevado por el ingeniero Parchappe, vinculada a su expedición, se inició la instalación del campamento y la traza del fuerte y del pueblo en los terrenos que se habían elegido a tal fin, es decir, los que hoy ocupa la ciudad de Bahía Blanca. Entonces, Juan Ramón Balcarce, que era ministro de Guerra elogió la empresa cumplida y aprobó los nombres que los expedicionarios habían puesto al fuerte, al pueblo y al puerto natural inmediato a éstos.

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NOTA VI

Siguiendo las mismas fuentes ya citadas, el coronel Ramón Estomba denominó al campamento de Bahía Blanca “Fortaleza Protectora Argentina”. Llamó al pueblo “Nueva Buenos Aires” y, finalmente puso el nombre de “Puerto de la Esperanza” al puerto adyacente.
El nombre de “Nueva Buenos Aires” daba la idea de los propósitos y de las intenciones para crear una gran comunidad, importante desde todo punto de vista: político y cultural. Esto es, una creación que aspiraba a seguir el itinerario histórico de Buenos Aires; por otra parte, ha sido una costumbre de los pueblos utilizar estas expresiones para señalar un nuevo pueblo con un gran destino.
Coincidentemente con tal estado espiritual el puerto habría de tener una denominación que incorpore el sentimiento de esperanza. El gobierno aprobó tales nombres y, sin embargo, la costumbre no se compadeció con ellos, es decir, la realidad social no lo respetó y, en consecuencia, no tuvieron viabilidad y uso.
“Bahía Blanca” fue el nombre cotidiano, impuesto por el uso y que según Groussac procedía de las salinas, que se veían a lo lejos, “cuyas capas blanquecinas revestían las barrancas de la bahía y el suelo de las inmediaciones”.
Ya hemos escrito cómo se ayudó a la creación del poblado; cómo se manifestó el interés de crear una nueva ciudad. La población inicial estuvo bajo la protección de las autoridades militares, lo que aseguró su permanencia y desarrollo. Por las noticias que tenemos de los grupos inmigratorios de distintas nacionalidades radicados en distintos puntos del país, en cercanías de las comunidades aborígenes, no siempre tuvieron esa seguridad en cuanto a echar raíces, trabajar la tierra, obtener recursos para desarrollar las explotaciones precarias y afianzar y desarrollar la familia.
El día 13 de septiembre de 1834 se establecieron autoridades civiles y de tal modo se creó el partido de Bahía Blanca; en esa fecha se estableció un juzgado de paz, con “todo el distrito comprensivo a la Fortaleza de Bahía Blanca y sus adyacencias”, siendo el primer juez de paz don Francisco Casal.
Una copia del plano, hecha en 1874, enviado al gobierno de la provincia por la Municipalidad, se hizo a fin de que al terreno ocupado por el Fuerte pasase a su dominio y extender la población.
En la copia se grafica el Fuerte, la Plaza Principal, las manzanas y entre los nombres de calles aparecen Zelarrayán, Sarmiento, Buenos Aires, Patagones, Estomba, etcétera. En otros gráficos figura la plaza con el nombre de Estomba. 

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NOTA VII

Luego de la caída de Juan Manuel de Rosas se dictó una ley de municipalidades, lo que aconteció en el año 1854 (me refiero a la sanción de esta ley, que se promulgó en el mes de octubre de dicho año).
El manejo de la cosa pública y la administración de la ciudad (distrito de Bahía Blanca, con más propiedad) estaba a cargo de un juzgado de paz, en forma exclusiva, hasta que se instala la primer municipalidad.
El Poder Ejecutivo asumió la designación de una comisión para que cumpla con tales cometidos hasta el momento en el cual se deberían realizar las respectivas elecciones municipales, de modo consecuente con la citada ley. La historia transmitida por Ricardo Levene, que contó con la colaboración de Antonino Salvadores, Roberto H. Marfrany, Enrique M. Barba, Juan F. De Lázaro y G. Sons de Tricerri, informa que la municipalidad se instaló en 1855, siendo sus miembros Eustaquio Palao, Juan Plunket, Landelino Cruz, Sixto Laspiur y José Quintana.
Hagamos un alto para ubicarnos en la circunstancia política. El 20 de noviembre de 1852 se instaló en la ciudad de Santa Fe, el Congreso General Constituyente. Urquiza había vencido a Rosas en la batalla de Caseros y hace su entrada en Buenos Aires el 20 de febrero de 1852. se propone organizar la Nación. Pero el 20 de noviembre citado no puede asistir al Congreso General Constituyente y en su mensaje leído se expresa: “Me duele la ausencia de los representantes de Buenos Aires...”. La Constitución reconoce el principio eleccionario para la constitución de autoridades. También la ley de la provincia efectivizando las elecciones en la mayoría de los distritos (partidos); un decreto, del año 1855 dispuso que el gobierno resolvería lo conveniente en cuanto a varios partidos que aún no habían comunicado el resultado del acto eleccionario, o no lo habían realizado, y uno de estos distritos era Bahía Blanca.
Así las cosas, otro decreto declaró que el 23 de diciembre debían tener lugar las elecciones y que el 27 de enero siguiente debía quedar instalada la municipalidad. Pero recién en 1957 fueron municipales Julio Casal, Zenón Ituarte, Cayetano Casanova, Mauricio Díaz y José A. Lazaga, con la presidencia del juez de paz Jerónimo Calvento.
Puede leerse, en la ”Historia de la Provincia de Buenos Aires y Formación de sus Pueblos” (Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires): “Promulgada la ley de municipalidades el 16 de marzo de 1886, por decreto del 15 de abril inmediato se resolvió que el partido de Bahía Blanca gozaría del gobierno propio  municipal con toda la amplitud de esa ley, pudiendo elegir cinco concejales. Según una publicación, la primer municipalidad autónoma de Bahía Blanca se constituyó en 1887 con los siguientes componentes: Luis C. Caronti, Leonidas Lucero, Juan Molina, Zapiola, Muñoz y Ramón Zabala, siendo intendente el nombrado en primer término.

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NOTA VIII

A esta altura de mis comentarios acerca de la historia de nuestra ciudad, Bahía Blanca, hacia la década de1880, merece destacarse un hecho y una circunstancia de gran importancia para el progreso de esta comunidad. Me refiero a la cuestión inmigratoria, a los vastos contingentes humanos que se hicieron presentes aquí de un modo muy significativo.
La corriente inmigratoria hacia nuestras tierras –que con el tiempo habrían de constituir la Argentina- es histórica; los inmigrantes arribaban desde los tiempos coloniales. Pero el fuerte flujo comenzó antes de la década citada, con la Ley Avellaneda de 1874; antes hubo tratados y a partir de 1880 se había difundido la bonanza de nuestra tierra en cuanto a productos de horticulturas y las posibilidades de trabajo y asimismo los proyectos de obras públicas que aseguraban la actividad laboral.
Todo ese desenvolvimiento habría de marcar las características de la ciudad, de modo tal que el mismo permite afirmar que la actualidad bahiense es un resultado o una resultante histórica, tanto en lo económico como en lo cultural, en especial. El medio ambiente fue alterado en todo el proceso por causa del mismo desarrollo económico y tecnológico. La constitución de la ciudad como polo de desarrollo también fue una resultante, una derivación lógica de la realidad, es decir del pasado. (Puede consultarse al respecto la obra Bahía Blanca de ayer y hoy, compilada por Mabel N. Cernadas de Bulnes y publicada por la Universidad Nacional del Sur).
Más allá de los comentarios objetivos, existe una sucesión de hechos vitales: la inmigración italiana, española, árabe y de otras nacionalidades, creó en parte una comunidad en armonía social, de modo solidario; los inmigrantes fueron gente de trabajo que se asimilaron fácilmente a nuestro medio, fundaron familias, construyeron la grandeza de una ciudad que creció con el impulso público y privado, pero por sobre todo –y es lo más relevante- amasaron un ser nacional y comunitario de modo afectivo. Bahía Blanca  significó un lugar de preferencia; no pocos inmigrantes se radicaron aquí luego de haber recorrido otras rutas y sitios de la Argentina, tanto con respecto a la zona rural como a la urbana.

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NOTA IX

Es necesario destacar que los hechos ocurridos a nivel nacional y de la ciudad de Buenos Aires tuvieron repercusión en nuestra ciudad, Bahía Blanca. Esto se presenta más visiblemente en el tema de la inmigración, a la nos venimos refiriendo, en los finales del siglo XX.
Sucedió que desde ese momento se hizo notar el protagonismo de inmigrantes de distintas nacionalidades, que trajeron ideas sociales para mejorar las condiciones de trabajo: fundaron sindicatos y promovieron huelgas, lo cual se exteriorizó también en nuestra ciudad, que había acogido inmigrantes y cuya situación económica-social no variaba de la que se daba en la Capital Federal.
En este relato no podía yo dejar de lado esta cuestión, la cuestión social, la de la lucha por los derechos de los trabajadores, que aquí también adquirió ribetes dramáticos; solamente contándose como novela podría alejarse la verdad de la realidad. Estas banderas habrían de ser bien recibidas por los movimientos nacionales y populares que tuvieron lugar décadas después.
Pero nótese que en el mundo laboral bahiense tuvo un gran protagonismo social, particularmente a partir de las asociaciones sindicales; los dirigentes y activistas también sufrieron los efectos de la represión. “Ley Negra de Residencia”, como la denominé en el artículo de tapa que me publicara “Todo es Historia”, para deportar dirigentes extranjeros alcanzó a todos, al igual que los efectos indicados en cuanto a la violencia desatada, particularmente hasta 1908.
Bahía Blanca, empero, fue creciendo materialmente; una suerte de progreso materialista, no humanista, pues la injusticia social y en particular la injusta distribución de la riqueza creó distancias sociales, desempleo, pérdida del valor adquisitivo del salario y, en fin, desprotección.
Estimo que la historia de Bahía Blanca no debe expresarse solamente por el desarrollo material y que la cuestión social, tal como se dio aquí debe tener el lugar que le corresponde como historia que es, de carácter económico-social, en la que el drama de la persona humana es más ostensible.

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NOTA X

Hemos escrito acerca de la problemática social y laboral de Bahía Blanca, en forma general, también cabe hacer referencia a la situación económica, excluyendo por ahora la actualidad.
La importancia de la ciudad en el siglo XIX motivó que, por ley de la provincia de Buenos Aires, se la declarara ciudad; la sanción de la norma legal tuvo lugar el 22 de octubre de 1895.
En lo tocante a la economía, todo ha tenido relevancia a tal objeto: las instituciones, el trabajo, la inmigración, los ferrocarriles, los puertos, la obra pública cumplida, el aspecto edilicio, la aptitud de sus tierras y el cultivo, las actividades culturales, etcétera. La agricultura, la ganadería, la industria incipiente y múltiples actividades del proceso económico laboral, colocaron a la ciudad de Bahía Blanca en una posición destacable dentro del “Primer Estado Argentino”, la provincia de Buenos Aires. Esos puertos comerciales se vinculan a la exportación de materia prima, a las industrias extractivas de su territorio y de ese modo se convirtió la ciudad en la capital real de una vasta zona dentro de la provincia y también hacia el sur de país, sin dejar de ponderar su implicancia en la economía nacional.
El país había sido el granero del mundo y se ha dicho que su declinación lo convirtió en la canasta del mundo y más tarde la canasta vacía; la figura es gráfica y se entiende, por los tiempos de crisis sufridos en todo el itinerario, salvo excepciones, las propias de los gobiernos nacionales y populares, con los que se socializó el consumo y se distribuyó equitativamente la riqueza producida.
Consecuentemente con esa historia, Bahía Blanca, fue una zona eminentemente triguera y lanera, y sus puertos ocuparon, en cuanto a exportación de trigo, el primer lugar no sólo en la Provincia, sino en toda la República.
Igualmente, alcanzó un alto nivel, en la economía, por el comercio, la industria y los servicios que se presentaban aquí y a este respecto cabe también poner de relieve su significación, pues figuraba hacia fines del siglo XIX entre los primeros centros bonaerenses.

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NOTA XI

Se señalan en varias fuentes dos hechos muy importantes de la historia de Bahía Blanca. Uno de ellos es la inauguración del primer ferrocarril –la línea denominada “del Ferrocarril del Sud, que con el tiempo habría de ser denominado “Ferrocarril Roca”-.
Esa línea ferroviaria, un 27 de abril de 1884 unió a Bahía Blanca con la Capital Federal.
Es innegable el progreso material que ello significó; sin embargo, ese acontecimiento no debe ser separado del contexto económico y político del país y aún internacional. Me refiero al imperialismo europeo, y, en particular, inglés. Así se lo llamó, entonces y todavía subsiste la palabra, un tanto desdibujada hoy día por la palabra “globalización”, que es lo mismo.
En ese contexto se trataba de cumplir una política tal que América sea la granja y Europa la industria; era lo que se designa con la expresión “división internacional del trabajo”. Respondiendo a este objeto había que crear una red ferroviaria en dirección y con centro en la ciudad de Buenos Aires; es decir, favorecer el transporte y la exportación de la materia prima derivada de la actividad agropecuaria hacia países que luego nos venderían productos industrializados, con las consiguientes pérdidas para la Argentina.
Industrias, actividades comerciales y financieras, se concentraron en la Capital Federal, y prevalentemente vinculadas a esa relación de intercambio. Era lo que quería el imperialismo; de otro modo, un país dependiente política y económicamente. Esta situación habría de continuar, como hecho económico y como relación de intercambio, que dos presidentes trataron de revertir y mucho hicieron en tal sentido. Hipólito Irigoyen y Juan Domingo Perón, quien nacionalizó los ferrocarriles.
De todos modos, hay algo innegable y debe destacarse, aunque limitado a un resultado puramente materialista, de progreso relativo y mutilado, al no responder a lo que debe ser la dignidad de una Nación y también de conveniencia para sus miembros, habitantes, merecedores de una justicia social, internacional y  nacionalmente hablando. Así y todo, por un lado, el desarrollo industrial y comercial de Bahía Blanca, ayudó al establecimiento del ferrocarril, y, por otro lado, ésta vinculó a la ciudad de Bahía Blanca con muchos pueblos y poblaciones de la región. También generó la construcción de puertos comerciales.

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NOTA XII

Asumida, de modo objetivo, la importancia del ferrocarril, así como de la construcción de puertos comerciales, cabe agregar que de algún modo existió una red ferroviaria bastante amplia que unía la ciudad con la Capital Federal y, esto mismo, con el resto del país en lo que se refiere a los ferrocarriles que existían en Buenos Aires, en conexión con una importante región; y también por el hecho que desde Bahía Blanca había comunicación con el centro de la República y con la región de Cuyo. Puerto Belgrano nos unía con la ciudad de Rosario, después de atravesar ricas zonas, de la provincia y del país.
Por este tiempo (anterior al del ferrocarril) tuvo lugar la denominada “campaña al desierto”, que, como dicen los textos, “terminó con el problema del indio”. Se ha escrito que el vocablo “desierto” era una deliberada expresión para ayudar a legitimar las acciones emprendidas para correr las líneas de frontera, combatiendo y exterminando al indio. Esto es cuestión en cierto sentido común a todo el país y a toda América.
Se invocaba un problema de soberanía (territorial, en tal caso), de habilitar tierras para la agricultura y ganadería, de cobro de impuestos, etcétera, para lo cual había que desalojar a los grupos aborígenes, de alguna manera invadidos a partir de la “conquista y colonización”.
Juan Manuel de Rosas había optado por pactar pacíficamente, de modo prevalente, con los aborígenes. Después de Rosas, a tal fin fue comisionado Lucio V. Mansilla, quien lo hizo exitosamente, pero fue traicionado por las autoridades. A las antiguas mercedes de tierra, que se adjudicaron a quienes presentaban servicios a la autoridad pública, se sucedieron las leyes de premios, con las que se asignaban tierras, también graciosamente. Estas prácticas habrían de institucionarse adecuadamente con los planes de colonización de dos presidentes: Hipólito Irigoyen y Juan Domingo Perón, con adjudicaciones razonables y fundadas, para favorecer la producción argentina y extender el derecho de propiedad de la tierra rural con justicia social.
Del lado del gobierno se veía en el indio un obstáculo a tales objetivos; los aborígenes defendieron lo suyo mientras pudieron; los efectos negativos se hicieron visibles para unos y otros, hasta que prevaleció el poder militar. Los quinientos mil aborígenes (descendientes) que subsisten en la argentina todavía no fueron reivindicados, si se trata de tierras, salud, educación y bienestar. Como corresponde a toda sociedad integrada y justa. Algunos gobiernos, tal como lo he citado, se preocuparon grandemente al respecto.

LOS IDEALES SANMARTINIANOS EN EL EMPRESARIADO

La Corporación del Comercio y de la Industria de Bahía Blanca, en el evento que motiva la presente publicación, no ha querido omitir su homenaje al Padre de la Patria, porque su ideal de libertad impregnó la concepción económica de todo  empresario auténtico, como también de las  entidades empresariales, reflejada no solamente en lo político, sino también en lo económico y social. Y entonces decimos:
En múltiples ocasiones, los esclarecidos pensadores argentinos, como los hombres de armas, al igual que nuestros estadistas y educadores; los libros, los opúsculos, artículos y papeles que colman los anaqueles de bibliotecas y archivos, registraron y reiteraron –como esencia de un mandato histórico y de un ideario nacional y americano, la patriada de la emancipación, el episodio del reencuentro armado, la referencia del sitio y el tiempo, las causas económicas, políticas y sociales de la Revolución, y el nombre del militar pundonoroso al que la gratitud siempre rememora junto al símbolo de materia que es nuestro tiempo pero que evoca el tiempo de un ser de carne y hueso, de espíritu y de sangre, improntado por la unción argentinista que tiene asimismo la sustancia que la exhortación que el poeta hizo del artífice de símbolos:
“Esculpe, lima, cincela,
que tu sueño flotante
se grabe en el bloque resistente”.

Y ese sueño que hoy como ayer flota en el marco de la República, que pone la señal de una pasión por la causa emancipadora con el sentido de reivindicación indiana sostenido al expresarse que las palabras “Libertad, libertad, libertad” de nuestro himno, suenan como tres hondazos indios en la coraza del enemigo; que generan nuestros emblemas y nuestro desideratum de bienestar, de paz, de libertad, progreso, y justicia contenido en la Constitución de la Nación Argentina.
Sólo en el marco de este modesto comentario quiero resaltar el significado moral de una conducta que no necesitó divinizarse ni coronarse para enaltecer el valor de la criatura humana, para aleccionar a los pueblos, para transmitir –como decía Ortega- el ideal del paisaje que cada raza se esfuerza en realizar dentro de su esfera geográfica del contorno, de su circunstancia; su significado moral de su fin impostergable al escuchar las voces de su tierra: “Debo seguir el destino que me llama. Serás lo que hay que ser o no eres nada”; de su renunciamiento a participar en la guerra civil, afirmando: “Jamás derramaré la sangre de mis compatriotas y sólo se desenvainará mi sable contra los enemigos de la independencia de Sud América”.
De su responsabilidad de Libertador; de su negativa a tomar el poder. Su renunciamiento –como se ha dicho- “suave y voluntario martirio espiritual de patriota, constituye lección de filósofo, exponiendo sin jactancia, su propio ser en perfecta demostración de moral y ética de grandeza humana: “¡SANTO DE LA ESPADA!”.
Es sobre el sentido moral de su acción humana que hoy en este homenaje deseo poner el acento, convencido de que ese significado “no se impone a las naciones con las leyes o con la fuerza material, sino de que se infunde con el ejemplo de los patriotas que las sirven”.
El lema del Seminario de Nobles de Madrid donde en parte se formó San Martín fue “FORMAR CABALLEROS CRISTIANOS”,brindar fuerza y hombría de bien. Y lo fue a carta cabal, como se lo expresó Belgrano en una misiva: “Acuérdese, mi general, que usted es un general cristiano, apostólico y romano. Colóquele el escapulario a la tropa y deje que se rían los mentecatos”.
La vida de San Martín es un ejemplo de virtudes cristianas, de directivas para la conciencia de los hombres. Su argentinismo y americanismo es el perfil de su concepto sobre el alma colectiva.
El mismo afirmaba de la conciencia que “es el mejor y el más imparcial juez que tiene un hombre de bien” y admiraba en los demás las rectas normas de la conducta y los principios inflexibles de la virtud, “lo que implica algo así como una definición de sí mismo, de su propia disciplina interior, de aquella fundamental sustancia ética que en su alma era el núcleo generador de energías” necesarias para la gesta libertaria.
Hoy, en esta memoración sabor a patria grande y a epopeya; que transpira el sentido espiritual de una conducta de honra y virtud, de génesis y consolidación emancipadora; que nos hace sentir las clarinadas triunfales en el rincón austral de nuestra América; nos vemos alentados a dar el paso hacia delante y a proyectar nuestro sueño hacia arriba, con un presente, con un presente esperanzado del futuro, con un presente de algo que fue y que nos guía hacia un horizonte de un destino mejor donde estarán la aurora de un azul celeste y blanco y la resonancia que restalla el coraje libertario de Chacabuco, Maipú, Pichincha o Ayacucho.

CALLE THOMÉ (apellido también bahiense)

La calle Thomé, en Nueva Pompeya, en la ciudad de Buenos Aires, se halla en el “pedazo de barrio” del que habla Homero Manzi en su Barrio de Tango.
Cruza en la Avenida Sáenz, en el ángulo en el que comienza el terraplén, el que se extiende hasta Villa Soldati.
Sobre esa avenida, a poca distancia estaba el almacén del tango, que era la pulpería “La Blanqueada”, frecuentada por Jorge L. Borges, payadores y cantores y desde donde, posiblemente, salía ”la voz del bandoneón”. También cercana a la laguna que se formaba y, por consecuencia de ésta, los sapos redoblando.
Siendo la citada avenida el paso de las tropas hacia los mataderos de Corrales Viejos, los animales que quedaban muertos a un costado del camino, también explica la presencia en el lugar de perros y sus “ladridos a la luna”, a más de las triperías.
El nombre de la calle es el de un astrónomo argentino, Juan M. Thomé, nacido en 1843 y fallecido en 1908, poco antes de la destrucción por la policía de las viviendas del Barrio de las Ranas, o Barrio de las Latas, en el hoy Parque Patricios.
Juan M. Thomé había sido discípulo de Gould, y quien reemplazó a éste en el observatorio de Córdoba, desde 1883. clasificó más de seiscientas estrellas en el hemisferio sur, que también tuvieron que ver con las noches de Pompeya.

EFEMÉRIDES

La Comisión de Reafirmación Histórica de Bahía Blanca ya ha consolidado su propósito de establecer fundada y documentalmente los hechos y los protagonistas de la historia lugareña, con su Efemérides bahienses, la obra de don Desiderio Octavio Lagier y colaboradores, entre quienes se encuentra don Enrique César Recchi, también dedicado a esta temática, no desdeñada en sus recientes libros Bahía Blanca, su historia en historias y Bahía Blanca, 175 años de historia en historias.
Exaltan así sus valores y afectividades, que emergen de la acción de nuestra gente y de personas que no siendo bahienses de nacimiento lo fueron por adopción y afectividad, solidaridad e identificación y proyección sentimentales.
La Comisión tiene el respaldo de autoridades, de colaboradores y convecinos dispuestos a hacer trascender que la ejemplaridad es una motivación de una futura y de una rica cultura creada para el bienestar, la virtud y la felicidad; y tiene el acompañamiento de instituciones representativas.
Y tratándose de ejemplos valen mucho las efemérides, porque, según se le atribuye a Séneca: “No se debe imitar a uno solo, aunque sea el más sabio”.
Nuestra cultura tiende a hacer creer que todo tiempo pasado fue mejor, que mejores fueron los actuantes o actores del pasado, y así lo refleja la canción popular:

“Te acordás hermano qué tiempos aquellos,
eran otros hombres, más hombres los nuestros”.

Empero, aunque deberíamos hablar de personas y no de hombres solamente y aunque esto haya quedado instalado como un modismo a pesar de la igualdad y el igualitarismo, el concepto adquiere valía si reflexionamos y decimos –a propósito de las efemérides- que sí, que importan más los grandes hombres que los grandes nombres.
Los grandes hombres se vinculan a la gloria –si es que nos acordamos del libro de José Ingenieros, El hombre mediocre-, humildes o grandiosos. Los grandes nombres están más ligados al éxito, que en ciertas circunstancias genera una serie de cholulismo y una desvirtuación de la verdadera cultura y la auténtica docencia, la de quien dejó para la posteridad su esfuerzo responsable y el sentido de la libertad ejercida con responsabilidad cívica y social.
El gran hombre sabe que puede libertar a otros y que éstos pueden apedrarlo, como los galeotes a Don Quijote. El gran nombre actúa para la adulonería de una clase “chitrula”, como dijo un sociólogo, o “clase tilinga”, como diría Jauretche.
El compromiso social no está solamente en un orden jurídico-legal que comprenda un sistema de valores y derechos humanos; está también en el arte, en la filosofía, en la ciencia, en la técnica para el ejercicio de los valores jurídicos y humanos y se halla asimismo en la historia.
¿Qué es una obra de efemérides sino un documento histórico, una guía jerarquizada –axiológicamente hablando-, un marco de acción, un camino para recorrer y un instrumento de proyección al servicio del pueblo?
Además. En el fuero íntimo y en el orbe del alma humana que en algunos casos se manifiesta el ayer, brota, como en lo escrito por Campoamor:

“Bella es una esperanza,
pero es muy dulce el recuerdo”.

Tiene la esencia propia de toda comunicación social y, en consecuencia, presenta significación educativa, y cada referencia es una glosa, con un mensaje relevante, con información de gestos de abnegación, sacrificio o adversidad vencida por el trabajo de la criatura humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, con dignidad.
Tomo en Efemérides bahienses el 19 de abril de 1867 y leo:
                              Nace Roberto J. Payró, escritor,
literato y periodista... Fundó en Bahía
Blanca el periódico ‘La Tribuna’,
en el que fue redactor y colaborador
don Angel Brunel...”.
tal es la circunstancia del documento, en una explicación generalizada.


Académicamente, efeméride es un acontecimiento notable que se recuerda en cualquier aniversario de él, o es la conmemoración de dicho aniversario; y efemérides es un libro o comentario en que se refieren los hechos, o los sucesos notables en momentos determinados.
Los vocablos, tanto en la forma singular como en la forma plural, efeméride y efemérides, en el tiempo –como con casi todas las cosas humanas- fueron motivo de controversias y análisis y, finalmente, la Academia de la Lengua Española resolvió el problema, al menos provisoriamente en el Diccionario de la Real Academia Española, del modo más o menos expuesto precedentemente.
El profesor Guillermo Cabanellas entendía que, al respecto, si no pocos se han redimido idiomáticamente, cabe conjeturar que algún docto del idioma se crea ahora un gran equívoco o una sutileza extrema para diferenciar el vocablo, en su forma singular, de la forma plural. Él había sostenido que el vocablo es efemérides, aunque se haya incorporado el singular, que antiguamente era considerado barbarismo, sobre todo cuando se hablaba de “efeméride patria”, expresión muy difundida en algunos países de habla hispanoamericana, incluso en sectores ilustrados como el periodismo.
Expresar que el vocablo deriva del griego y del latín implica que ha sido una constante en la historia. Su permanencia y significado están testimoniados desde el siglo XVII en obras de los notables de la literatura como Sebastián de Covarruvias, Luis de Góngora, César Oudín, Lorenzo Franciosini o Enriquez (citados por Martín Alonso).
Es que recordar es inherente al espíritu humano, una necesidad sentimental, como agitar la nostalgia o la saudade, aunque en ocasiones la felicidad promueva una lágrima:

“Viejo... barrio, perdoná si al evocarte
se me pianta un lagrimón,
que al rodar en tu empedrao
es un beso prolongao
que te dá mi corazón”.

(Según Alfredo Le Pera, pues también llorando se manifiesta la tríada de la manzana de Freia, que con la bíblica y la del Jardín de las Hespérides, constituyen el símbolo de la felicidad, como lo anota Wilhelm Stekel, en La voluntad de vivir).
Más, como lo escribió Gustavo Bécquer, en sus Rimas:

“Como un enjambre de abejas irritadas,
de un oscuro rincón de la memoria
salen a preguntarnos los recuerdos
de las pasadas horas”.

De acuerdo con las motivaciones de los autores, o de las instituciones civiles o públicas, el documento o libro denominado “efemérides” puede comprender cualquier aspecto de la vida humana: es dable que se refiera a una colectividad determinada; puede comprender el planeta, una región o una comunidad nacional o local; un sector social o una actividad cívica, militar, musical literaria o científica; puede serlo telefónicamente, pues los creyentes podemos tener un santo o una santa cada día, de modo tal que hoy podemos evocar a San León o Santa Ema: Ema de Gurk (Austria) o Ema de Sajonia (Germania), que vivieron en el mismo siglo, que siendo jóvenes regalaron sus riquezas a los pobres y llevaron por igual una vida austera, entregadas a la oración y a las obras de caridad.
De acuerdo a esto último aparece identificarse el libro denominado “efemérides” con el santoral; no son muy distintos, pero el santoral se diferencia por la materia y el objeto específico.
La palabra santoral –al menos según registro conocido en la bibliografía- data del siglo XVI, en la obra de Ambrosio de Morales, para designar al libro que contiene vida y hechos de los santos; y desde el siglo XIX –también como antecedente conocido por mí y registrado en textos confiables, desconociendo yo si existen referencias más antiguas-, santoral es además el libro de coro que contiene los introitos y antífonas de los oficios de los santos, puestos en canto llano (antífona es un pasaje breve comúnmente tomado de la Sagrada Escritura que se canta o reza; y canto llano es el canto gregoriano, que es el canto litúrgico, al derivar del reformista San Gregorio.
El horóscopo es el pariente lejano de carácter futurista, pero podrían ser consideradas obras hermanas del libro “efemérides” las cronologías, a las enciclopedias o diccionarios especiales, como lo es Quién es quién en la Argentina. Biografías contemporáneas, o el actual  Diccionario de los Argentinos. Siglo XX, aunque se diferencian con vínculo a la obra de efemérides, por la extensión, la estructura, el contenido y la metodología, de modo que el común denominador está en la esencia y el sentido espiritual.
Con respecto a la primer obra citada, Quién es Quién..., la presentación editorial hace referencia a la periodicidad de la obra, tal como las obras similares que se publican en importantes países.
De ello nace un panorama vivo de la República, el trabajo y la creación de los biografiados, “una auténtica vibración nacional”.
Un dato interesante, en las “Advertencias” del editor es el siguiente concepto: “Los argentinos pertenecientes a cualquier actividad, profesión o jerarquía, que figuren en la obra, y que se hayan ausentado del país indefiniblemente, dejarán de figurar en la misma...” (en futuras ediciones).
Este criterio no es sostenido en la restante obra citada por mí, el Diccionario de los argentinos... y, por lo tanto, no están ausentes los emigrados, cualquiera sea la causa de su desarraigo, porque –entiendo yo- aquí dejaron sus creaciones, ejemplos, recuerdos de comportamientos, gestos de grandeza moral o pensamientos rectores, y porque no conozco caso alguno en el que quien se va de la Patria asuma un adiós definitivo, pues, por lo menos, como lo expresa la canción de los Hermanos Ábalos:

“Me fue diciendo adiós
y en ese adiós
quedó enredado un querer”,

y siempre está latente la posibilidad o la intención de la vuelta, aunque sea con la frente marchita, siempre que no sea un extraditado.
Los tres tipos de obras, efemérides, enciclopedia, diccionario, pueden abarcar, todos los aspectos de la vida humana y la muerte. Y a quienes nos gusta el arte popular, como lo es el tango, evocar que un 19 de abril de 1954 llegaron a Buenos Aires, repatriados desde París los restos de Eduardo Arolas, que había fallecido el 29 de septiembre de 1924 en el Hospital Bichart de la capital francesa, por causa de tuberculosis.
(A propósito hago una breve digresión para recordar que el Maestro Hugo Marozzi elaboró en 1997 el Calendario tanguero, con inclusión de acontecimientos de Bahía Blanca).
Y al tratarse historia universal, informarse en la obra voluminosa de Vicente Vega que un 19 de abril de 1890 terminó la primera Conferencia Panamericana, cuyo principal fruto fue el establecimiento en Washington de una Oficina Internacional de Repúblicas americanas, aunque no haya servido para nada como es dable comprobar hoy día en nuestros países, aunque también un 19 de abril de 1922 se haya inaugurado la estatua de Simón Bolívar en el Central Park de Nueva York.
Queda asumido que no siempre se trata de hechos gratos y que como lo explicó el mismo Vega hace más de tres décadas en Barcelona, el hecho de recibir una obra supone un hecho amistoso. Nadie recibe un libro con el deliberado propósito de encontrar motivos de disgusto o para reservarlo a mano como arma arrojadiza.
Asimismo explicaba que no existe efemérides o diccionario completo, por lo que es irrazonable el concepto que se escucha muy seguido:

“No está todo”, o
“Falta mengano, fulano o zutano”.

Algo similar sucede con las payadas, las poesías y las letras y letrillas populares e históricas, en las que es imposible transmitir absolutamente todo.
De tal manera y no en contados supuestos, al hacer esas críticas el crítico no se equivoca nunca y su juicio no es impugnable, salvo con una razonable interpretación crítica, a la vez. Más, se sabe que el crítico debe cumplir con una función, como Aquiles o como una araña.
A veces altera la obra y no es para bien de la obra sino para mal del autor; porque es contra éste lo que expresa, o contra el tema o contra contenidos secundarios, descuidando lo principal o la naturaleza de toda creación.
Piolín de Macramé escribió que una forma constructiva de crítica es la de reprochar al autor todo lo que no puso y que el crítico cree que debió poner, de modo que se critica al autor en ese caso por un libro que no escribió y que es un modo sabio de no ocuparse del libro que sí escribió.
Un músico argentino radicado en el exterior me recortó una vez aquello de que hay que desconfiar de los que hacen las cosas a la perfección, o que son tan completos y precisos; la erudición no es talento; tocar un instrumento musical exactamente como en la escritura musical, no asegura el swing ni estimula emociones por ello. Gardel podía equivocarse y sanatear palabras que con su capacidad expresiva igualmente despertaba admiración y agitaba la sensibilidad, porque además de su aptituduparseocuparse del bocu
 para sentir lo ajeno, era Gardel, y su ausencia parcial de las efemérides bahienses no debe molestar a ningún lector o crítico amante del tango, al haber estado cinco veces en nuestra ciudad y aparecer sólo en una.
Sin embargo, a pesar de todo lo expuesto por mí hasta aquí, sí es reprochable a Wells, que en su Historia del mundo lo omita a San Martín, habiéndose acordado de Bolívar.
En algunos antecedentes bibliohemerográficos faltan datos de nacimiento porque el autor de las efemérides, al tratarse de mujeres que vivían, se resistían a declarar el día de nacimiento o bien el dato no se preguntó o no se registró por galantería del autor; o en el caso de algunos hombres que se negaron a dar esa información, como un aplaudido autor dramático, que al preguntársele la fecha de nacimiento contestó: “Eso no se lo digo yo ni a mi padre”.
Están también los que inducen a error al autor, al quitarse los años y a veces crearon dudas y conflictos. Yo no sé si el payador José Betinoti se quitó años o copió la canción Pobre mi madre querida, pues haciendo cuentas, cuando comienza a difundirse en Buenos Aires ese tema, el payador tenía tan sólo doce años. Así que estas cosas complican la vida a los investigadores.
De todos modos, las efemérides llenan vacíos culturales, afirmó Oscar Sbarra Mitre, cuando era director de la Biblioteca Nacional, al menos cronológicamente y en el orbe de la literatura, por caso las referencias temporales “contribuyan a solidificar el conocimiento que se tiene de nuestros escritores y de los hitos ya avatares de sus vidas, no siempre cómodas, dicho sea de paso. Y al ahondar en esas vidas lleva a establecer un lazo especial de comunicación entre el autor y el lector, más allá de la vinculación que se da en el apasionante mundo de la ficción. En efecto, el escritor suele ser, en la mayoría de los casos –mucho más cuando no es coetáneo-, una suerte de ´fantasma´ enigmático y atractivo a la vez. No conocemos, generalmente, ni su voz, ni sus gestos, ni sus costumbres, ni su vida cotidiana; y, en ese caso, la revelación de sus fechas básicas –por decirlo de alguna manera- contribuye a disminuir es atmósfera esotérica que, casi inconscientemente, construimos en su derredor”.
Bajos estos humildes conceptos recibimos con mucho agrado la obra de nuestro querido, admirado y tenaz investigador de nuestra historia, don Desiderio Octavio Lagier, a quien estoy unido por cosas comunes, que son muy gratas, y también por infortunios que hemos sobrellevado con sentimientos cristianos.

JUAN MANUEL DE ROSAS Y BAHÍA BLANCA

No es nuestro propósito absolutizar la autoría de la fundación de Bahía Blanca. Más, con objetividad fundada, hechos y documentos comprueban la motivación y el protagonismo prevalente y decisivo de Juan Manuel de Rosas. Esperamos el gran debate, si se cuadra la ocasión, para poner de manifiesto quiénes hacen historia y quienes ocultan y alteran porque hacen política y transhistoria, confundiendo y alterando, como si fuera de toda necesidad continuar utilizando los argumentos ya conocidos para negar lo que es más genuino y consecuente con el ser nacional.
Denuncio una vez más la existencia de una ideología dependiente de factores externo y afirmo, con la humildad del caso, que el civismo no interesa, para muchos, en estos tiempos propios de una actitud de dependencia, con lo cual no me refiero a ningún gobierno en particular, dado que las esperanzas no se pierden, a pesar de todo. El mismo Rosas, en la cita que hacen Rubén Bini y Alberto Molfino, en una reciente publicación, había expresado: “Llegará el día en que desapareciendo las sombras... sólo queden las verdades que no dejarán de conocerse... por más que quieran ocultarse...”.
La fundación real respondió a claros objetivos nacionales; no mediaron intereses políticos sectarios, ni ambiciones que debían satisfacerse con determinados acontecimientos, porque muchas otras gestas consolidaron la unidad nacional y la conciencia colectiva de una comunidad que habría de ser apagada en su integridad y marcada por una concepción materialista de la vida, sin integridad y sin proyección de grandeza por un liberalismo económico que lejos de tener sus propias estructuras específicas y democráticas se manifestó en forma de precipitaciones ideológicas impuras en todas las instituciones de la Nación.
No es oportuno ni siquiera resumir aquí las exteriorizaciones realizadas en la bibliografía y en la hemerografía generales, y tampoco las que ya conoció nuestro medio por obra de quienes hemos difundido las evidencias acerca de la fundación de Bahía Blanca. En vez de ser contestadas dignamente hemos recibido agravios que ni siquiera fueron exteriorizados con un mínimo de coraje personal y sí, en cambio, con la típica sordidez oculta que deshonra a quienes la generan.
Más todavía, a la fundación, si es que de ella puede hablarse en cierta instancia temporal, sucedió la preocupación constante y la continuidad del caso para afianzarla.
En medio de circunstancias difíciles para nuestra Patria, Rosas estuvo al frente de una soldadesca sin abandonar las intenciones de una pacificación digna, ante los grupos aborígenes de nuestro suelo. En su cuartel general, a orillas del Napostá, se integraron los cuadros con importantes contingentes de indios, y en la “Proclama del Napostá” asegura el desideratum de la paz.
Lo cierto es que el quehacer de Rosas significó vigoroso impulso al desenvolvimiento de Bahía Blanca. Escribe Rubén Bini, en su trabajo Juan Manuel de Rosas en Bahía Blanca. 1833-1834, que en su presencia aquí implicó efectos relevantes para Bahía Blanca y para el país, así como la libertad de aproximadamente 4.000 cautivos, restituidos a sus familias; la fundación de la Iglesia “Nuestra Señora de la Merced” (redentora de las cautivas cristianas); las precisas instrucciones y cartas para consolidar las bases de una gran ciudad.
Tan sólo con el objeto de ubicar cierto tramo de la historia, quiero decir que en momentos en que el país estaba anarquizado y no tenía Constitución, el 10 de diciembre de 1828 había tenido lugar la revolución dirigida por Juan Lavalle, unitario. Dorrego se había juntado con Rosas pero es vencido y fusilado en Navarro, provincia de  Buenos Aires, localidad cercana a Mercedes. Estuve en el lugar de su muerte hacia 1980, aproximadamente, y experimenté la emoción de tener en mis manos la última carta de Dorrego, antes de su muerte, cuando me desempeñé como transcriptor de documentos en el Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires. Dorrego y Rosas tienen que ver con nuestra historia y siendo yo estudiante secundario publiqué sobre ello una nota en la Revista del Colegio Nacional.
Igualmente, para ubicarnos en este breve comentario, debo manifestar que Rosas gobernó desde el 6 de diciembre de 1829 y hasta 1832. El 22 de marzo de 1833 inició la marcha hacia el sur, engrosando sus filas con unos 600 indios amigos y campó en las márgenes del Río Colorado. Al comenzar 1834 es cuando regresa al Napostá, Bahía Blanca, y pone fin a la campaña. Rosas vuelve a gobernar desde el 13 de abril de 1835 con la “suma del poder público”, con facultades dadas por la Legislatura. Hoy hace este recuerdo, en pro de la verdad y de los valores que deberían acompañar constantemente al ideal de una gran nación sudamericana como lo anhelara Don José de San Martín.

LUIS PIEDRA BUENA

No es extraño que comprobemos –y a diario si nos propusiéramos- que no pocos universitarios del sur argentino desconozcan a Luis Piedra Buena y hasta que se lo ubique mal, porque a veces la anécdota o el hecho repetido de oídas, por la tendencia a buscar lo gráfico y colorido o por las influencias de las historietas en la formación de nuestra gente, puede más que los hechos y actos de indudable relevante significación para nuestro destino.
Tampoco extrañan las proscripciones de la historia, o el fin escondido de borrar o excluir a pensadores, gobernantes o movimientos en los que los sentimientos nacionales han tenido singular presencia y dejado frutos y ejemplos dignos de ser recuperados para reencauzar a la nación argentina en la senda de su integridad, su dignidad y su independencia.
En este ámbito debe ser situado Piedra Buena. La región sur del territorio nacional no fue simplemente el escenario de andanzas y derroteros propios de la aventura; tampoco tuvo el sentido acotado de los primeros geógrafos o naturalistas, espías o comerciantes extranjeros. Luis Piedra Buena recibió el epíteto de Caballero del Mar, lo que no alcanza a expresar su personalidad importante; tampoco alcanzaría si se extendiera la expresión para dibujar su condición de Caballero del Sur Argentino. Podría sí afirmarse que fue el librertador del sur argentino, quien protagonizó la incorporación del sur y su consolidación en el contexto de la comunidad nacional... La narración de sus hazañas trasciende la limitación de este comentario, pero una rica bibliohemerografía así como abundante documentación pueden avalar su aserto. Podría remitirme yo a ella en forma genérica pero, en particular no omitiré la mención de dos obras: una es la de Arnoldo Canclini y, la más importante de todas, la del Padre Raúl A. Entraigas.
Allí se hallan las fuentes documentales y las comprobaciones de quien como él fue mucho más de lo que comunican las glosas biográficas a que estamos acostumbrados, especialmente cuando no se ha profundizado seria y responsablemente como lo hizo el Padre Entraigas. Así puede afirmarse que más que un marino, al asistir a embarcaciones en riesgo o siniestradas, como a sus tripulantes, en forma solidaria e incondicional, sin exigir nada a cambio, lo que significó reconocimientos y distinciones en varias latitudes del mundo; fue un explorado ávido de real integración territorial en todo el sur, sin omitir las Malvinas argentinas. Hombre de estudio y de acción valiente y denodada, que recibió el grado de comandante y que, a pesar de todas las adversidades, las de la naturaleza y del medio, y otras debidas a la incomprensión de algunos funcionarios, tanto se lo vio ayudando en el relevamiento y confección de cartas geográficas, como reparando o recomponiendo barcos, o logrando la integración de comunidades aborígenes que, así, llegaron a sentir el respeto y la afectividad de nuestros símbolos nacionales.
Le tocó vivir entre 1833 y 1883, en circunstancias dispares de la historia de la política nacional internacional y, empero, su pasión argentinista su apego y su vocación por la grandeza del sur argentino, estuvieron por encima de aquellas, convirtiéndose también en diplomático ante Chile, en defensa de nuestra personería como nación. En pocas ocasiones encontró el apoyo que requería su desiderato y también los intereses del país, de modo que su obra fundamentalmente fue producto de su vigor moral, con el que se acerca a la fuerza espiritual del Santo de la Espada, sin haber sido un soldado o un hombre de armas.
Amó a la Patagonia con el amor propio de quien es oriundo de un solar de ella, Carmen de Patagones. Podría afirmarse que no fue para él la “tierra maldita” sino la tierra amada, con hechos y con espíritu. Fascinó con su intrepidez y su bizarría. Lejos de extraer estas aseveraciones de una historia novelada, que no es el caso, resulta así de los archivos y especialmente del Archivo General de la Marina.
Esta evocación es profundamente sincera. Nace por motivaciones personales y a la vez solidarias; no está ausente el factor subjetivo, porque tener ideas, tener ideologías, sustentar algún plan personal congruente con los intereses comunitarios, reconocer en toda persona una leyenda personal es inherente a la naturaleza humana y así lo había expuesto Juan Cuatrecasas en su libro Biología y democracia.

EL ÚLTIMO MALÓN

 

El terruño austral de nuestra América, como todo el continente, debió ser la tierra sin mal. Pero aconteció la invasión, el genocidio, la aberración, el esclavismo y la apropiación del ámbito y de las almas.
Siglos después se trazaron líneas de frontera, más al sur, en la Argentina, que se fueron corriendo, y también las comunidades aborígenes se fueron alejando, con sus sueños.
Paz y guerra, según las circunstancias y, al fin, el último “malón”, en la Bahía Blanca: en la pulpería cercana al Fuerte los indígenas se emborracharon y fueron muertos. Y fueron montañas de cadáveres por obra de la “maloca” blanca, de la que poco se habla y poco se siente, por ignorancia provocada por la fuerza del mal, que es el poder irracional.
Sin embargo, alguien contó que la noche, más oscura que otras, fue levemente emblanquecida por el humo de una hoguera hecha con hombres creados a imagen y semejanza de Dios, esto es, con dignidad, desconocida por la cultura cimentada en el agravio. Y dicen también que, en ocasiones, el viento del sur restalla gritos de dolor en los rincones ocultos del entorno lugareño.

JUAN BAUTISTA CABRAL

Juan Bautista Cabral fue un sargento en el regimiento de San Martín, y se lo recuerda con sentimientos argentinistas vigorosos por haber salvado la vida del prócer en el combate de San Lorenzo.
Según un óleo de Pedro Blanqué se ve al entonces coronel San Martín en peligro al quedar una de sus piernas apretadas por su caballo, derribado por un casco de metralleta.
Arturo Capdevila, en su Cancionero del Libertador, “destinado a los niños del país y del Continente”, incluyó un poema, intitulado San Lorenzo, y en algunos de sus versos leemos:

“... Tal vez que las plegarias
aquel milagro trajeron
con la ofrenda de una vida
que gloria inmortal se ha vuelto,
de Juan Bautista Cabral,
esa voluntad de hierro.
Su corazón, todo de oro,
y su alma, diamante entero.

Junto al pino lo enterraron,
al pino de San Lorenzo,
y en el cuartel una chapa
con grandes letras pusieron,
para que con él viviera
la gratitud de los tiempos.

¿Y sus palabras finales?
éstas que ponemos fueron:
-Batimos al enemigo.
Bien está. Muero contento.

Corona tiene la patria
de un esplendor verde y nuevo:
toda de gajos formada
del pino de San Lorenzo...”.

Como surge de estos versos fue sepultado al pie del pino histórico.
Cuáles fueron las circunstancias del acontecimiento?
San Martín había sido autorizado por el segundo Triunvirato para que, al frente del Regimiento de Granaderos a Caballo impidiese las acciones de una escuadra realista que había zarpado con tropas de desembarco para incursionar en las costas de Paraná.
La flota, con más del doble de los soldados del Regimiento argentino, desembarcó el 30 de enero de 1813 frente a San Lorenzo, a 26 kilómetros al norte de Rosario. El coronel ocultó su tropa en el Monasterio de San Carlos, convento de los religiosos franciscanos. Al amanecer del 3 de febrero siguiente avanzaron los realistas hacia el Monasterio.
El sargento correntino Juan Bautista Cabral ayudó a San Martín a incorporarse, estando aplastado por su caballo, al tiempo que un enemigo realista se disponía a ultimarlo, pero el realista fue muerto por el soldado granadero Baigorria. Los realistas fueron derrotados. Bajo tales circunstancias pierda la vida Juan Bautista Cabral.

LA VUELTA DEL BEBEDERO
(Notas del autor del presente libro y de “La Nueva Provincia”)

El nuevo bebedero de la avenida Cerri y Brandsen fue instalado el 18-9-98, a las 10.30, sobre el pedestal erigido en dicha intersección.
La obra está terminando de cobrar una flamante personalidad, que diferirá bastante con el antiguo emplazamiento que funcionó, hasta la década del sesenta, unos metros más hacia el edificio de la ochava triangular.
Hoy, respondiendo a un acto nostálgico, vuelve un caro testimonio del pasado, aunque con un marco más “paquete”.
La fuente que sirvió para apagar la sed de los caballos que tiraban de las antiguas chatas rusas, de los sulkies de reparto de leche o pan, o de las volantas de los mateos, tiene, según ya se ha explicado en estas páginas, un entorno particular.
En realidad, casi todo es novedoso.
De aquel pasado, sólo habían quedado dos de las cuatro patas de la fuente, unos trozos de esta y.. nada más.
Por iniciativa del intendente Jaime Linares, y apelando a testimonios gráficos que, afortunadamente, aún se conservan, se diseñó el molde de la fuente y ésta se ejecutó en hierro fundido, en talleres de la Base Naval Puerto Belgrano. Su peso es de unos mil kilogramos.
Las patas semejan las extremidades de un caballo. Se realizaron dos para esta fuente y otras cuatro para tenerlas en los depósitos municipales, como “repuestos”.
Según estimó el subsecretario de Obras Publicas, Ingeniero Carlos Madaricia, quien siguió de cerca, ayer, por la mañana el trabajo del personal municipal, todas las tareas podrían estar completadas en una semana.
Ayer, tras el trazamiento y colocación del bebedero, se introdujo la bomba que elevará agua desde una cisterna de 10 mil litros, instalada bajo tierra.
A diferencia del pasado, esta vez, la “palangana” estará complementada con cañerías que elevarán el líquido y este bajará al depósito, tras algunos saltos, para recomenzar el ciclo.
Una ancha base de adoquines, procedentes del sector levantado en la calle Vieytes, y piedra travertina completa la obra.
Los trabajos están siendo realizados por dos empresas contratadas por el Municipio: la obra civil, por el Ingeniero Daniel Savini, y la implantación del sistema hidráulico, por Rodolfo Schimidiken.
El costo oscila en los treinta mil pesos.
El emprendimiento motivó algunos  cambios de mano en la circunvalación vehicular.
El tramo de Lamadrid, entre Cerri y Brandsen, corre ahora hacia la estación ferroviaria. Y Cerri desemboca, necesariamente, en Brandsen.

Testimonio de aquellos tiempos

Osvaldo Alberto Rivarola tiene hoy 54 años de edad.
En su niñez, vivió en Loma Paraguaya (‘cuando todo eso era casi un desierto’) y muchas veces acompañó a sus hermanos hasta el bebedero de la Estación Sud.
El padre tenía un horno de ladrillos. Sus hermanos Marcos, Victorio, Armando y Carlos, ya fallecidos, se dedicaban a “amansar” caballos para los mateos y los carros.
“Yo ayudaba como caballerizo: llevaba y traía caballos”, recuerda.
Rivarola estaba ayer entre los escasos testigos de la recuperación del bebedero.
Nació en Coronel Suárez, vino de chico a nuestra ciudad y, desde hace 25 años, reside en González Catán, en el partido de La Matanza, donde se dedica a la venta de plantas.
Pero ha venido a Bahía Blanca para trabajar unos siete meses, “si me toman, en la obra de Profértil, en Ingeniero White”.
¿Por qué?
Yo conocí todos esos lugares... era un desierto vivo, no había nada. Entonces, quiero ser parte, aunque sea por unos meses, de este cambio que está teniendo el puerto, contestó.
Se propondrá para trabajar  como armador de estructuras de hierro.
“¡Cuántas veces habré venido aquí con mis hermanos!, evocó.
Aseguró que este bebedero, se arrimaban infinidad de carros, principalmente mateos, que llevaban y traían gente a la estación”.
En sus recuerdos, están también los otros dos bebederos que, por iniciativa de los ferroviarios ingleses, se construyeron en la ciudad: uno, en cercanías del edificio del ex frigorífico San Martín, en proximidades de Ingeniero White, y otro en lo que fue la estación Noroeste.
De estos últimos, ni rastros quedan. Es probable que los hayan destruido o que algún coleccionista los luzca en su casa.
“Quise estar, quise ver todo esto que me trae tantos recuerdos...Mis hermanos, mis amigos, los Ranilla (una familia de mateos), Collo Gómez, el último cochero”.
Cuenta más; anualmente, se realizaba la “fiesta de los mateos”: el festejo de los precursores de los transportistas  de hoy.
Se reunían en la casa de la familia Ranilla, en el extremo de calle Don Bosco, entonces Río Colorado.
Y había jineteada, asado y taba.
“Sí señor. Había mucho movimiento en el bebedero de la estación. Creo que la fuente no era de fierro (sic.), sino de cobre, pero, en fin, ésta es casi igual... lo que sí, el caño de agua corriente que llegaba hasta la fuente se rompía cada momento y tenían que venir a arreglarlo”.

Tiempo de mateos (Por Eduardo Giorlandini)

La realidad económica y social y los modos de nuestra convivencia, tanto en la Argentina como, en particular, en nuestra Bahía Blanca, durante nuestra niñez, nos regalaban expresiones diversas de cultura que hoy son recuerdos imborrables, acompañados por la nostalgia.
Carruajes variados, en el transporte de personas y cosas materiales y mercaderías, no debe ser una referencia vacía de sentimientos y afectividad, pues fueron parte de un escenario vital y pleno de querencias. El necesario uso de caballos en la ciudad impuso los bebederos en lugares urbanos o suburbanos.
Uno de ellos es reinstalado hoy, para reafirmar el cariño a costumbres, usos y tradiciones, con sabor a folclore y también a tango.
Como en la letra de Homero Manzi, El Pescante:

“¡Vamos!...
Cargao con sombra y recuerdo.
¡Vamos!
Atravesando el pasao.”

Frente a la entonces Estación Sud (hoy todavía nombrada así), se hallaba uno de los tres bebederos, en los que abrevaban los caballos de lecheros, panaderos, mateos y otros.

El origen de una voz popular.

La palabra mateo es creación del espíritu popular, producto de la libertad y del don que Dios puso en la creatura humana; y es un hecho social, pero también literario.
Comienza a difundirse con una obra teatral, un grotesco, de Armando Discépolo, en tres cuadros, estrenada en el Teatro Nacional de Buenos Aires, por la Compañía Nacional de Pascual E. Carcavallo, el 14 de marzo de 1923.
La obra se intitulaba Mateo, el nombre de un caballo viejo, vencido, con la cabeza gacha, de don Miguel, uno de los personajes, que es cochero (como se decía entonces “cochero de plaza, aunque no siempre fuera de plaza). Luego, vino la película y también vinieron  las obras radioteatrales, por lo que la palabra ganó enorme popularidad.
Con el tiempo, habría de trasladarse el vocablo al conductor y el coche. Además, representaba ese trío de coche, caballo y conductor.
El significado espiritual, enriquecido por la sensibilidad del ser humano, empuja a la evocación y al respeto hacia estas pequeñas cosas de nuestra existencia; de ello han dado testimonio escritores, periodistas y poetas:

“Como vos viejo cochero,
resignado, sólo espero
lo que la vida dirá”.

Se trata de uno de los tantos recuerdos para el popular mateo, en estos versos, los del “Payador del Asfalto” Celedonio E. Flores.
El término no es despectivo, pues Don Miguel, como Mateo, estaban cansados de trabajar. Don Miguel, traspié mediante, jefe de familia de origen italiano y habitante de un conventillo, amó a su mujer y sus hijos y trabajó para ellos en la edad en que el automóvil empieza a generar el recelo de los antiguos “cocheros”.

LA SERENATA EN BAHÍA BLANCA

La palabra serenata pertenece, inmediatamente, al idioma italiano, en el que se escribe también de ese modo, con la misma grafía. Igualmente, de pertenencia al siciliano antiguo, como voz festiva, pero con acento: serenata, ‘il cantare e suonare en tempo di notte a ciel sereno’.
Se incorporó al castellano y al idioma nacional de los argentinos; el hecho representado por la voz tuvo inserción en nuestra cultura nacional y popular por causa de la inmigración y de la canción local, aceptada por la gente con las transformaciones propias de nuestro espíritu, de nuestros sentimientos, de nuestras sensaciones y querencias.
Y hasta podría ser calificada de lunfardismo, porque el tango canción y los paratangos, que lo acompañaron, transmitieron las letras propias de la gran ciudad, a la vez influenciadas por el lenguaje de la campaña argentina. Al expresar esto una vez, me dijeron: “-Pare la mano, tordo, que el lunfardo no existía”. “-Ta, -le contesté-... pero hecho social e idiomático existió primero y no había palabra para designarlo... después apareció el vocablo lunfardo y, para ser tal, basta que tenga un poco de nuestra circunstancia”.


Tiempos viejos

En efecto, con el nacimiento de la Patria se desenvolvió el criollismo y, en él, el canto popular. La serenata se difundía entonces. Invariablemente, en el tiempo, fue muy bien recibida. Generalmente se utilizaron los instrumentos musicales que habría de absorber el tango: flauta, guitarra, violín, arpa... Y hasta el piano, cuando cargaron uno sobre los hombros y le cantaron una serenata a Manuelita Rosas, la hija de Juan Manuel, en Palermo de San Benito.
Pero no se cantaban en las tertulias “paquetas”, los soirées de Mariquita Sánchez y otras damas de la aristocracia porteña.
Más, los usos y costumbres fueron cambiando. Por algún tiempo, la serenata se ausenta y reaparece con vigor por obra del tango canción, y hasta podríamos expresar del tango a secas, no más. Su significación afectiva se llevó a la poesía y a las letras de la canción popular. La temática se abre como un abanico.
La vieja serenata (de Sandalio Gómez, letra, y de Teófilo Ibáñez, música) comienza con estos versos:
“Muchachos, esta noche saldremos por los barrios
a revivir las horas de un tiempo que pasó.
Será una pincelada de viejas tradiciones
que al son de las guitarras dirán que no murió”.

Algo de cierto, semillas de verdad contiene el concepto de que la historia de nuestra música es la guitarra, sin absolutizar el aserto.

Aquí, hoy, en Bahía Blanca

Un cantautor joven y talentoso, Franco Barberón, concibió la idea de la serenata institucionalizada, como expresión artística –musical y literaria-, como bien espiritual, como salida laboral para nuestros músicos. ¿Por qué no decirlo con todas las letras, tal como ha sido el propósito? ¿Acaso el Zorzal Criollo, el Morocho del Abasto, en sus comienzos no era “contratado”, por chirolas o pesos, para cantar serenatas?.
El proyecto fue asumido por la Municipalidad (Intendente Jaime Linares, Dirección de Empleo y Subsecretaría de Cultura a cargo de Ricardo Margo). Es llevado a cabo por quince músicos, que cultivan diversidad de géneros, con la coordinación de Franco Barberón, beneficiando, gratuitamente, a los habitantes del Partido de Bahía Blanca que cumplan sesenta años o más, o veinticinco años de convivencia en adelante, que solicitan la serenata, a cargo de un trío. Esta institución cultural, artístico-musical- literaria, se ha consolidado con aproximadamente dos mil serenatas, y cada una de éstas es como un vals mencionando, “una pincelada de viejas tradiciones”, a las que igualmente se han sumado otras músicas de innegable significación popular, que tiene que ver con el gusto del pueblo en general, como la música de Giuseppe Verdi en otros tiempos y ligares, aunque la comparación disguste a unos pocos diletantes.
Así, está presente en los barrios, o en el centro, sin diferenciación geográfica o social. Se manifiesta como un alma que canta. Se recibe como un don de la Providencia. Trae el recuerdo de una frase sentenciosa: “La vida no es un problema para ser resuelto, sino un misterio para ser experimentado”.
De lejos viene el amor. De lejos vienen las pasiones argentinas, las que transmiten emociones, agitan sentimientos, contagian alegrías a través de un hilo conductor que explica la tradición y el ser nacional.
Bahía Blanca lo experimenta así y, como en los versos del valsecito:

“Si parece que hablaran jazmines y malvones,
como pidiendo acaso la vuelta del cantor”.

EL MATE

Más allá de la filosofía, de las ciencias, la técnica y el arte, cabe cierta consideración acerca del uso, la costumbre y, en fin de los objetos culturales con los que establece la circunstancia del mate. Asimismo, con respecto a la interpretación de su significado y de su afectividad social.
Quiero decir: por un lado, forma parte de los ritos argentinos, y, por otro, contiene una substancia humana que promueve la amistad, la fraternidad, la alianza de los seres humanos en relaciones de armonías, de acercamiento y de construcción de momentos en los que se comparten el amor, los proyectos, los sentimientos propios de una cierta naturaleza del ser argentino –no exclusivos de éste-, con los que se enaltecen los rasgos de la leyenda personal de cada uno.
La condición ritual del mate me llevó a interesar a Leo Buscaglia, escritor ítalo-norteamericano, amante de los ritos, y a quien comuniqué algunas otras relaciones, como el asado, el tango, el folclore y el fútbol. Mi propósito era que viniera a la Argentina, ya que había visitado muchos países para difundir sus libros. Pero ya había abandonado los viajes, por razones de salud.
Pues el modo de aprehender su significación es tener las vivencias y la decisión de reflexionar sobre el mate que se entrega, se recibe y se devuelve con las manos, que se juntan animadas y cálidamente, y se comparte con un gesto de confianza, aprecio, sencillez y de transmisión de lealtades y hermandades infinitas.
Así diciendo, es reconocido en las buenas intenciones, en la literatura nacional y, particularmente en las canciones creadas por el pueblo, con las que se identifican los nativos, los criollos y los gringos, que echaron raíces en nuestro suelo para fundar familia, trabajar y compartir sueños y esperanzas, en mutua relación de cariño, respeto y dignidad.
Digo también: ritual que sirvió, sin advertirse tal vez, a la integración social, a la consolidación de cordialidades, simpatías y ternuras, y a enriquecer en el espíritu la implícita promesa y el anhelo del nuevo encuentro.
Los extranjeros inmigrados –gringos, no despectivamente- lo aceptaron de buena gana y aunque el hábito no se haya universalizado absolutamente, sabemos que fue asumido en muchos otros países de nuestra región –afroasiáticolatinoamerindia-, como en Italia, en España, y otros de Europa como del Medio Oriente (Líbano, Siria), aunque el modo de cebar no sea idéntico.
Con respecto a los italianos lo he reflejado en mi novela Hermano Sur, de la que derivé el tango al que puse el mismo título, que identifica el sur de la provincia de Buenos Aires con el mediodía italiano, y cuyos versos finales dicen:

“¿Qué más podés pedirle a Dios?
Un barrio en el lugar natal,
la calle cotidiana, el sol,
la historia que llegó del mar.
Hoy es la casa paternal
espacio cierto del amor;
un patio, un mate y un parral.
                                     ¿Qué más querés? ¡Hermano Sur!”.