lunes, 17 de junio de 2013

EL MIRAVALLES



Por Eduardo Giorlandini

Dicho así, “El Miravalles”, puede explicar mejor la naturaleza de una institución social que comprende elementos de antiguas pulperías, “esquinas”, “boliches”, cafés, bares, despacho de bebidas o figones. Pluralizamos porque al no presentar cada uno de esos nombres una figura tipo pura, “El Miravalles” reunió diversos elementos definitorios que son las raíces de antigua data, con las transformaciones propias de cualquier itinerario histórico, generadas por innúmeros factores, particularmente sociológicos y económicos. Simplificando el asunto: “El Miravalles” tuvo nombre y renombre como bar y como café, sin excluir las reales características de otros con funciones entrelazadas en el tiempo y composición social variopinta.
Nombre de montaña, de villa y municipio español, en la provincia de Viscaya; creó aquí, en la ciudad de Bahía Blanca, un inmenso cúmulo de afectos y querencias, dispersas en todos los puntos cardinales, desde el momento de su fundación, por haberse instalado frente a la Estación del Ferrocarril Sud (hoy Roca), en la Avenida General Daniel Cerri, receptando la presencia de viajeros, los que se iba, o volvían, o de paso.
También con respecto a los habitantes locales que concurrían antes o después de alguna función en santuarios nocturnos de su enclave, o bien “nocheros” que alargaban la jornada concurriendo a un lugar que no cerraba, abierto día y noche. Tal vez algún remedo del negocio antiguo de la ciudad de Buenos Aires, con ese signo, el de caer en recalada, como enn la letra de mi tango Aguja Brava, musicado por Edmundo Rivero:

En un fecha de barrio un laburante
Le ortivaba un fato a un viviyo
Que había caído de recalada
A mandarse una caña antes del apoliyo.

Es decir, ese momento en que podía encontrarse un laburante, antes de partir a su trabajo, con el que, antes de acostarse hacía estación allí para tomarse una caña, grapa o ginebra y algún largo etcétera; se trataba, según la expresión de Edmundo Rivero, de un “cementerio de calaveras” (“nocheros”, dicho elementalmente). Era el tiempo antiguo de la caña “Garufa”, de la grappa (¿siciliana?) que aquí se hizo grapa (en nuestro idioma local), y la ginebra “Bols”, que se servía en un bol, recipiente que en algunas viviendas se usaba para calentar los pies con agua caliente. Vaya un recuerdo, también con relación al Miravalles, de la cerveza “Chancho”, designación que se trasladó a una copa redonda, como lo hice notar hacia 1972 aproximadamente, en un sainete representado por la Comedia del Sur. Algunos de estos recuerdos me fueron transmitidos por Juan José Calloni, Luis Pedro Ponte y otros, a más de familiares de Floro Miravalles, uno de los dueños.
Siendo yo un pibe abrigo aún el recuerdo de algunos mayores, que erróneamente me hizo creer que se trataba de un lugar de mala vida, de gente fulera o avería, y no era así (ya algo puede deducirse de lo escrito líneas arriba). Luego, por una sola presencia, un día, se extinguió mi creencia. Más tarde, supe que lo frecuentaron poetas, escritores, artistas, deportistas, cultores de la música ciudadana, el tango.
Se ha dicho que si un barrio, o una ciudad, no merecieron una poesía o una canción, no tienen historia. Lo mismo podemos decir de un café o un bar. El Miravalles tuvo sus poesías y la letra de un tango.
Sin embargo, su popularidad no se debe a eso solamente, lo que hemos expresado hasta aquí; igualmente se debe a la permanencia a través de un extensísimo derrotero, a la tradición, a una constante reunión de hombres (solamente hombres) que compartieron el ámbito, a la cordialidad inicial de los hermanos Miravalles. Escribió el periodista Ponte:

“¿Qué artista de paso por la ciudad no recaló allí, alguna vez, para departir con buenos amigos en una improvisada tertulia?... Selectivo para no mezclar inadecuados operativos trasnochados. Los hermanos Visconti tuvieron allí su ámbito para compaginar frecuentes parlamentos, José Marrone, Luis Sandrini, Antonio Maida, Ezequiel Navarra, entre otros tantos, compartieron una copa en el Miravalles antes de tomar el tren”.
Y como si esto fuera poco, Carlos Gardel, de lo cual ya no existen dudas, por la cantidad de testimonios. Por lo demás, sus mesas de mármol fueron testigos mudos de su historia, a la que también enriqueció uno de los hermanos Miravalles, Raúl. Igualmente, muchos otros personajes conocidos, pero cuyos actos de presencia en “El Miravalles” no podemos avalar con testimonios de personas o hemerográficos o bibliográficos.
Por ello debemos aseverar que ese café y bar –con una raigambre histórica compleja, por lo afirmado en el presente- pertenece al orbe del costumbrismo, al figurar en obras literarias que representan costumbres típicas de un país o una región más grande todavía que el país; como así reflejarse en artes visuales, particularmente la fotografía, con las transfiguraciones derivadas de los cambios culturales, pues “El Miravalles” fue, como otros, cambiando con el tiempo en ciertos aspectos. Una probanza de esto último me la dio hace muchos años el doctor Osvaldo Otero Muñoz, con quien compartí muchas mesas para cenar en el Círculo de Periodistas Deportivos.
Haré ahora una breve digresión al solo efecto de aclarar que el alcance que debe tener este texto debe ser razonable –con relación al fin social que tiene, en una ocasión muy particular- y no es factible desarrollar algunas de sus partes, como por ejemplo, unas cortas referencias a los personajes y a las personas mencionadas, y con toda seguridad los que venimos de la guardia vieja lo sabemos. De algunos sí lo saben todos, de otros no.
No hay dudas de la significación de estas instituciones sociales, el café o al bar y sus parientes ya citados, en el curso de la historia universal del género humano, desde la aldea a la megalópolis, con inconmensurables variantes, por cierto. En el caso de la Argentina, se evocaron en muchísimas canciones populares, nacionales, como el tango, la milonga y el folclore en sentido específico. De ellas es dable deducir la significación, que le cabe a “El Miravalles”: la experiencia, el aprendizaje de parte de la vida, la comunicación, las relaciones humanas, los valores, la creación de afectos y solidaridades y más mucho; la amistad, la fe, la esperanza del amor; en casos numerosos la música y el canto con sus contenidos vitales (no se proyectó esto en nuestro café de marras, “El Miravalles”).
Yo ingresé a la Academia Porteña del Lunfardo en el mismo año 1966, en que Jorge Alberto Bossio fue nombrado académico. Bossio escribió la historia de los cafés de Buenos Aires; otro miembro, historiador, don Francisco Romay, que había sido policía asignado a “lo de Hansen”, complementó el listado, infinito e interminable pues cuanto más se investiga más aparece y modifica o altera o agranda lo anterior. En estos trabajos se comprueba la relevancia a la que nos referimos.
No solamente “El Miravalles” sino del mismo modo una lunga historia nos permite afirmar que el café, el bar, o la cantina o sus hermanos, no han de extinguirse. Se habla y se escribe, a veces, acerca del “último café”, o de los “últimos cafés”, y, en consecuencia, no se advierte que es ley siempre vigente: el café subsiste, con su mostrador –con estaño o no-, sus estanterías con botellas, su escenario y sus actores, cambiantes; las fotos de sus héroes, incluyendo a los parroquianos de infrahistoria, tan seres humanos, como aquellos famosos.
El tiempo borró algunas cosas de ese escenario, pero los recuerdos quedan, se transmiten de muchas maneras. La vieja radio, el antiguo vino, el cigarrillo de tabaco negro, el vino al fiado, el moscato o el vermú que en algunos casos generó las alfombras de cáscaras de maní, en el piso por supuesto. Porque el “santuario” de que hablamos es un pasatiempo, como las conversaciones sobre fútbol o política, la lectura, el truco o el billar, cosas que poseen varios siglos de vida, algo más que la barra del café, cuyo antecedente puede rastrearse –en lo que al concepto del vocablo “barra” se refiere- en enero de 1908, en Buenos Aires, cuando el presidente José Figueroa Alcorta declaró clausuradas las sesiones extraordinarias del Congreso dieron paso a la reunión,  de los oyentes autorizados a ingresar a la “barra” de las cámaras legislativas, en las esquinas o en los bares o cafés, para comentar los episodios políticos. “Entonces, cualquier grupo esquinero fue llamado, por chunga, barra”, según José Gobello.
No está de más hacer notar que, según mi humilde pensar, que en la investigación histórica no busco la verdad absoluta, ni asumo una verdad subjetiva; es claro que sí existen los juicios subjetivos de valor, aún en la ciencia. Empero, tengo el convencimiento que la labor consiste en reunir antecedentes, datos, testimonios y referencias, sin límites de fuentes y que, al ser infinita la posibilidad investigativa, en el futuro irán obteniéndose certezas y concreciones. De modo tal que he de hacer alusión a varios de esos fontanares, a saber:
“El Miravalles” se habría establecido no hace más de 100 años; el sitio y el edificio fueron invariables. Los fundadores fueron cinco hermanos; además de los que ya he nombrado, uno de ellos se llamó Eustaquio; luego quedaron cuatro, porque el restante se arraigó en la ciudad de Rosario, Argentina, provincia de Santa Fe. Con anterioridad al establecimiento  llegaron los ferrocarriles y la Estación ferroviaria; desde el inicio del Miravalles, sus parroquianos conocieronel “misterio de adiós que siembra el tren”, en los versos de Homero Manzi. En la letra del tango Barrio de Tango, conocido desde 1942, en su primer grabación. También conocieron el empedrado, al tiempo del Centenario de la Revolución de Mayo, considerado como expresión de modernidad, que igualmente motivó la versería del mismo Homero, en la Milonga del 900: “No me gusta el empedrado, ni me doy con lo moderno”.
Y a pocos metros el bebedero, la fuente, donde abrevaron los pingos de carreros y entre éstos, con parada en la Estación, don Santos Módenes, de quien fui amigo entero; era este hombre, no un puntero sino un caudillo de barrio, que frecuentó el Miravalles y que vistió traje, camisa, corbata, funyi y zapatos, cuando iba al centro de la ciudad, fuera del horario de trabajo. Aquel bebedero fue reemplazado por el actual, que mereció una nota mía a solicitud del diario “La Nueva Provincia”. A pocos metros el cabaré “Tronío” y la calle Soler, bravía, tanguera, de la noche; “El boliche Cendoya”, como así se lo conocía, “El Carreño”, con sus tangos y tangueros; y otros, como “El Salón de los Deportes”. Algunos de ellos fueron visitados por Gardel, quien, en una oportunidad, al escuchar unos tiros de revólver, un caniyita le contó el motivo y “El Morocho del Abasto”, exclamó: “¡Le dieron juego al escupemelones!”; Roberto Goyeneche, tío de “El Polaco” fue allí pianista; en esos boliches asimismo cantó Edmundo Rivero, tocaba el bandoneón Luis Bonnat, con quien o pude tocar el fueye, siendo mi maestro, porque cuando dije a mi viejo que quería dejar mi trabajo a ese efecto tan sólo me miró duramente, sin palabras.
Retomando el tema, tal era el enclave del Miravalles, que fue un lugar santo y que se ganó con el tiempo la naturaleza de patrimonio cultural de la ciudad en la conciencia colectiva. Sus hacedores fueron los hermanos que llegaron aquí desde la ciudad de Burgos, capital de la provincia del mismo nombre; una ciudad que por algunas características pudo haber sido estimada como hermana de Bahía Blanca; seguramente los Miravalles han estado aquí a gusto. Más… Burgos tiene mucha cultura en su haber, una historia de siglos, con recuerdos de Alfonso X El Sabio, que bien hubiera justificado a nuestro lunfardo, y del Cid Campeador que explica algún rasgo del lenguaje de nuestro gaucho y de la condición del guapo o compadre borgeano, “El Hombre de la Esquina Rosada”, o del guapo del 900, de Samuel Eichelbaum.
Posiblemente, en este desarrollo de infra-historia tan querida y nostalgiosa, falten datos y referencias; y anécdotas, que seguramente hubo muchas, a lo más igualmente leyenda. En nuestra búsqueda tratamos de extender la información y la comunicación a la comunidad, con un relato: Entre los Miravalles primeros cabe mencionar, además de los ya citados, a Restituto, Avilio y Eustaquio, el fundador con más protagonismo en el establecimiento originario. En sus descripciones, las de la narración de Alejandro Miravalles, ha de evocarse a una fonola en el Café y Bar Miravalles, colmando el ámbito de la Avenida Gral. Cerri 777, con el estilo gardeliano, los sones y los versos del guapo Andrés Cepeda:

“Tiene muy lindo color
la mariposa liviana,
mil encantos la mañana,
la estrella tiene fulgor”.

Asimismo, la existencia de los hijos de Eustaquio, y el antiguo desempeño de los hermanos Visconti, que trabajaron en el café y bar de marras como lustrabotas y lavacopas, que era su laburo, iniciado en el barrio Villa Mitre, al que pertenecían. Mas mucho: Miravalles, con v corta, y Miraballes, con b larga, utilizando yo la pronunciación y grafía descartada por la Real Academia de la Lengua Española. Es público y notorio el motivo, con respecto a los registros oficiales que se hacían en lejanos tiempos, en los que a la carencia de información de los funcionarios públicos se sumaba el desconocimiento del idioma local y el desencuentro entre la expresión oral del inmigrante y el oído del escribiente. Sobran los ejemplos. A mí también me tocó y lo cuento por lirismo, a secas, no lirismo de cartel como en el tango cuya letra es de José Rial (“Hay que expresarse!”, me manifestó Leo Buscaglia, como del mismo modo lo hizo Arturo Jauretche en uno de nuestros encuentros, midiendo la distancia en el haber de ellos y en la pequeñez de mi leyenda personal, en términos de Paulo Cohelo. Mi verdadero y originario apellido es Giorlandino, que en siciliano se pronuncia “Yorlándino”.
Y, bien o mal, tal es lo que pude exponer, ante lo solicitado por José Valle, a quien agradezco profundamente por haberme empujado al espejaime del Miravalles. Lo hice con afectuosa motivación, con nostalgia, con recuerdo imborrable, desde mi juventud, definitivamente pintada hacia mi provectud y vejez. Ya fui. Por eso le hablo al Miravalles, del mismo modo que le hablé al bandoneón y a la guitarra, motivado por Carmelo Gentili. Y tambié le canto, con los versos de Héctor Mario Núñez:

“Deja tu huella, vive intensamente el día a día
no esperes ni hables nunca del pasaje eterno
trata sobre todo no perder de vivir tu alegría,
cuida, protege y ayuda en lo posible a tu entorno”.

¡Chau y hasta siempre!

Bahía Blanca, mayo 2013.

martes, 11 de junio de 2013

El Dr. Eduardo Giorlandini protagonizará el día de apertura de las Jornadas Gardelianas 2013 en Bahía Blanca



Se aproxima la cuarta edición de Jornadas Gardelianas en Bahía Blanca, única ciudad en el mundo que rinde homenaje al cantor, actor y compositor más grande de nuestro país durante cinco días consecutivos. Además de conferencias, milongas y espectáculos, dentro de las actividades el Centro de Estudios y Difusión de la Cultura Popular Argentina (CEDICUPO) distinguirá a importantes personalidades de la cultura local: Juan Carlos Mandará, Néstor Raúl Matoso, Hilda Vázquez, Atilio Zanotta y al programa televisivo “Música en la Bahía” que cumple seis años difundiendo los valores musicales de la ciudad.

MIÉRCOLES 19 DE JUNIO: 
10.30 HS: Café Miravalles (Av. Cerri 777, Bahía Blanca)
Apertura Oficial con inauguración de plaqueta-homenaje al histórico café visitado por Carlos Gardel en su llegada en tren a Bahía Blanca en 1933. Se trata de una obra realizada por el afamado fileteador Pedro Araya cuyo descubrimiento será acompañado por la interpretación del tango “En un feca” por Gaby “La voz sensual del tango” junto al reconocido guitarrista Jorge Vignales. Seguidamente harán uso de la palabra el Dir. del Instituto Cultural, Sergio Raimondi, y Eduardo Giorlandini que referirá a la historia del lugar.
Entrada libre y gratuita.
18.00 HS: Auditorio de la Cooperativa Obrera Ltda (Zelarrayán 560, Bahía Blanca)
Charla-debate moderada por Mariel Estrada. Expondrán Eduardo Giorlandini (nacionalidad de Gardel), Francisco Cabeza (Gardel y las comidas) y Carlos Benítez (Gardel y las mujeres). A continuación se ofrecerá un espectáculo musical a cargo de Lucio Passarelli Cuarteto y Susana Matilla.
Entrada libre y gratuita.

JUEVES 20 DE JUNIO:
21,30 HS: El Motivo Tanguería (Brandsen 550, Bahía Blanca)
Show musical con la cantante marplatense Luciana Panaino que presentará su nueva producción discográfica Sueños de Juventud, la intérprete bahiense Patricia Báez y “Bien Frappe, un Show de Tango” que presentará Demoliendo Mitos protagonizado por María González Rial, Jesús Infante, Francisco Vitali, Quique Lorenzi, Eduardo Canale, Ana Munuce y Ángel Dantagnán.

VIERNES 21 DE JUNIO:
21,30 HS: El Motivo Tanguería (Brandsen 550, Bahía Blanca)
Show musical de Cristina Marinissen y milonga bailable a cargo de Juan Carlos Polizzi Trío (Eduardo Polizzi, Osvaldo Lucero y Juan Carlos Polizzi). Invitado especial: Omar Olea.

SÁBADO 22 DE JUNIO:
21,30 HS: Café Histórico de Bahía Blanca (Av. Colón 602)
Show musical de Pablo Gibelli y Florencia Albanesi que presentará parte de su show “Canciones de Amor y Humor”.

DOMINGO 23 DE JUNIO:
20,30 HS: Teatro Municipal de Bahía Blanca.
Gala de cierre con la ex niña prodigio del tango María José, Valeria Cotado y Gaby “La Voz Sensual del Tango” junto a Susana Persia, los guitarristas Ramón Maschio y Eduardo Rotela, la pareja de baile de Natalia y Gustavo y la participación especial del bambino de oro del tango, Gianlucca Pezzutti.

LUNES 24 DE JUNIO:
11.00 hs: Intersección de las avenidas Cabanettes y Carlos Gardel, Pigué.
Descubrimiento de obra artística realizada por Pedro Araya en homenaje al zorzal criollo en el monumento que lo recuerda.