domingo, 2 de enero de 2011

MI BAHIA BLANCA QUERIDA (VI)

Por Eduardo Giorlandini

 

IX


GENTE


MI VIEJO

 

Recuerdo de él su afecto puro y entrañable, su palabra suave, su bondad, su respeto y su ejemplaridad.
No recibí nunca de él un grito, una palabra altisonante, una orden o un gesto autoritario; me enseñó con su vida de hombre libertario, sin invocar nunca que lo era.
Recuerdo su permanente buena disposición para atender, jugar, charlar y matear por las tardes, los fines de semana. Me enseñó a mirar las estrellas en las noches de verano, desde el patio emparrado de mi casa.
Me enseñó su oficio de frentista, desde que yo tenía 9 años y yo estaba orgullosos de tenerlo como maestro artesano, y no me impuso una obligación de estudio o trabajo; su leyenda personal era ya suficiente para andar un camino responsable.
Para mí, al acordarme de mi viejo, recuerdo que los versos del Martín Fierro deberían ser escritos de otra manera:

“Un padre que da consejos,
a más de padre es amigo”.

Y todavía falta el tango que se titule “Padre hay uno sólo”. Con su silbido aprendí los primeros tangos que fueron como canciones de cuna y sus cuentos eran las historias de ciertos personajes de la vida rural, gauchos perseguidos y compadres con sentido del honor y la justicia.

RECORDANDO A GINÉS GARCÍA.

El 31 de diciembre se cumple el aniversario del fallecimiento de don Ginés García, persona cabal y ejemplar, de modo que su vida y su lucha constituyeron una personalidad mentora, en ideas, en afectos y buenos sentimientos, así como paradigmática en cuanto al sentido espiritual con relación a la familia, los convecinos, los protagonistas humildes del mundo del trabajo y la comunidad.
Cuando se reconstruye su itinerario, aparecen en la memoria los signos ostensibles de su abnegación, su sacrificio y su entrega, desde el trabajo constante en la defensa de los trabajadores hasta la pérdida de su libertad de manera irrazonable en circunstancias conflictivas en la sociedad argentina.
En medio de una tormenta desatada en ese tiempo, en una de las tantas etapas de nuestra historia en que parecía perderse la mínima armonía en las relaciones político-sociales, ejerció su magisterio con bondad, fraternidad y altura moral, dando pruebas de que es posible actuar con principios y normas éticas sin caer en el agravio, la calumnia o la injuria ante el abuso del poder o la injusticia.
La vida de don Ginés es conmovedora. Una síntesis no reflejaría, aquí, con exactitud, su alcance y significación. Bastaría tan sólo una muestra de antecedentes dispersos, en un espectro que presenta calidad humana, grandezas y virtudes. Entre estas referencias, pueden exhibirse las cartas enviadas por compañeros de lejanos tiempos, con motivo del libro con su biografía, publicado por su hijo, autor de la obra, Oscar Dante García.
Deberíamos destacar, asimismo, sus notas periodísticas, sus reseñas culturales, cartas y artículos aparecidos en “La Nueva Provincia”, comentarios de discursos, así como correspondencia enviada desde la cárcel, los dibujos y caricaturas hechas a lápiz en la cárcel de Villa Devoto, en 1951, por compañeros de reclusión y, entre ellos, “Tristán” o el documento con gran cantidad de firmas, donde leemos: “A Ginés García, los compañeros detenidos por su lucha pro recuperación de La Fraternidad”.
He recibido copia de recortes literarios que don Ginés guardaba al momento de su muerte y representaban su mundo afectivo, el amor a su tierra y a la cultura popular y, además, la exaltación de los valores humanos, en Kipling o en Manzi: “Prescribes lo moral y abres caminos, y ponderas valores y destinos”.

HOMENAJE A UN MAESTRO

 

En un reciente recital realizado en el Teatro Municipal, en esta ciudad, se recordó con el mismo a Carlos Jiménez (Biafra), recientemente fallecido. Fue músico, compositor y Maestro de jóvenes bahienses, que se destacaron dentro y fuera del país, en algunos casos, trabajando con artistas de fama internacional y actuando  en numerosos países y en ámbitos de prestigio reconocido.
Carlos Jiménez, apodado cariñosamente por sus amigos “Biafra”, tuvo una sólida formación musical desde niño. Nacido en Neuquen se radicó en Bahía Blanca; integró la Orquesta Sinfónica, como percusionista; participó en grupos de distintas corrientes musicales: jazz, música barroca y renacentista, rock y otras. Actuó junto a César Grimoldi y Néstor Tomassini, así como otros de conocida jerarquía. Trabajó como músico profesional con Néstor Astarita y otros, en la Capital Federal, donde perfeccionó sus estudios, y luego asiste a una clínica dada por el Maestro Gustavo Silbzman, de la Berklee School of Music de los Estados Unidos, regresando a Bahía Blanca en 1982, donde desarrolla su propio taller musical.
Además de guitarrista y percusionista tocó el bajo; su labor fue conocida en Brasil y con posterioridad a esta experiencia en ese país regresó a Neuquen, donde falleció.
Su muerte conmovió a una generación de músicos bahienses y a las gentes y amigos que lo conocieron y trataron, entre los que tuve la honda satisfacción de su trato fraterno, humilde y respetuoso, propio de un hombre sensible, bueno y solidario. No llegaría a describir su personalidad si no dejo puntualizado que todo encuentro con Carlos iniciaba un clima de comunicación nutrida de silencios, armonías y una paz espiritual en la que la comprensión y el entendimiento se hacían ostensibles con pocas y suaves palabras. Como un don propio de su naturaleza especial y de su mundo afectivo una vez tuve la sensación de que transmitía el paisaje indio y una filosofía universal cimentada en los grandes valores de la humanidad según el mandato de la Providencia.
Carlos Biafra Jiménez: una nota musical en la partitura cósmica. Un Hombre. Un Maestro. Un ejemplo permanente y un hondo afecto fraternal para un tiempo no lineal.

07/07/2000

DESPEDIDA A BOSCO

 

No hay adiós, ni despedida. En el peor de los casos, el retiro implica dejar algo mucho de sí mismo en cada lugar. Para que todo sea para bien, ayudemos con alegría y, ¿por qué no?, con humor. Y sin consejo, porque como dijo San Fierro:

“Y el consejo del prudente
no hace falta en la partida”.

No hay partida sin comienzo. Esto aconteció por obra de Lucas Paccioli, llamado también Lucas Paciuolo, Fra Luca Paciuolo y Luca de Borgo, que expuso el método de llevar los libros por partida doble. Bosco tiene por ahora, gracias a Dios, una sola partida.
Cierto arcano rige tiempos y comportamientos. Un dibujo del matemático adoraba al gabinete del Vito. Por haber sido Luca un “ladero” de Leonardo da Vinci, tenía propensión a la invención. Cosa de italianos. También Bosco. También yo.
En ese gabinete y en el mío, presidido por la frase “Piense... es una experiencia inolvidable”, como humilde remedo de nuestros ancestros, inventamos algunas cosas: expresiones como ginecocracia, ginecoforo, orifonfono y también de contador: profesional que presta un servicio a los contribuyentes, que responden a la pregunta: “¿Cuánto quiere que dé?”.
En los ratos de ocio, entre mate y mate, fueron inventadas la malla erótica, la bañadera con puertita, el jabón con timbre, el paragüita para cigarrillos, para fumar en la calle cuando llovizna y una gran cantidad de epigramas, como ser: existen tres seres: los hombres, las mujeres y las muchachas.
De otro modo no se hubiera cumplido con el objetivo cardinal de la universalidad nacional, esto es, la universalidad del conocimiento. Pero la universalidad separa sus científicos y docentes en la proyectud, en el mejor momento de sus condiciones síquicas e intelectuales. No hay que hacerlo. Es un problema de caja. No sé si, al final, uno es víctima de su propio invento. En ese caso el responsable no es el Consejo Superior y su resolución 151; el responsable es Fra Luca Paciuolo.
Ahora no hay otro camino que profundizar la rascada. Y rascarse más. Al fin, rascarse es el último placer honesto que nos ha dejado la sociedad de consumo, a no ser que la obra social reparta rapé en forma gratuita para entretenernos estornudando. Pero es más económico y directo el rascado, por la cantidad de zonas del cuerpo humano y cuando las manos no alcanzan siempre está la posibilidad de un ángulo de una puerta para frotar la espalda.
Es decir, la jubilación crea un mundo de posibilidades infinitas, de felicidad incalculable, de ocio creador. Nos permite incluso levantarnos más temprano, para tener más tiempo sin hacer nada. O para hacer turismo ordenado, como cuando ponen a los jubilados en un micro para mostrarles por la fuerza lo que no quieren ver o lo que no les importa, o facilitarles la compra en La Quiaca de productos de Buenos Aires o la música folclórica de collas contemporáneos disfrazados de collas antiguos.
Más todas las cosas tienen un lado positivo y un lado negativo. Según se ha dicho antes de ahora, la jubilación es una “represión establecida en beneficio de la vejez, por cuanto logra que la idea de la muerte no sea tan temible”. La jubilación del docente es una cepillada; un jubilado de la UNS es la viruta de un docente. Pero la alegría de tener que salir, en agosto, a las dos de la mañana, para conseguir un chupete para el nieto en la farmacia de turno, es decir, en una hora en que el pobre jubilado ni siquiera puede ver algún accidente corporal femenino situado a la altura del catarro.
Agradezco que se me haya hecho el convite, para hablar, o leer, en el homenaje al amigo. De este modo, si se me tiene ocupado en discursos estaré impedido de cometer otros desatinos de más dañoso efecto. Al menos, así, puedo alentar, que es la “forma de crueldad consistente en prolongar el sufrimiento por medio de la esperanza. Y les expreso mi agradecimiento aunque este sea una expresión de protesta por el daño que nos causa el bien recibido”.

DON ANTONIO

 

El 17 de enero de 2002, en este diario, en “Con las Formas de Ayer”, bajo el título Constructores, se glosó el homenaje que “La Nueva Provincia” hizo a los constructores, en 1942; casi todos los nombres me resultaron conocidos, porque mi padre, Vicente, había trabajado para ellos mucho más de cincuenta años.
Pero Don Antonio Borelli y su familia mantuvo invariablemente una relación de amistad con la mía; así, fui amigo de él desde niño, tuteándolo y tratándolo con el respeto debido a una persona mayor, que, en las costumbres y afectividades argentinas también se trata de un tío más, como amigo del padre.
No porque sí nomás, sino por experiencia de vida y vivencias cotidianas, puedo expresar objetivamente la significación valiosa de una gran familia, los Borelli, que –al igual que muchas otras de la ciudad- afianzaron lazos de afecto familiar y fraterno, una siembra estimable de paz social, de solidaridad y de trabajo constante e intenso, con el que se unió al progreso de la familia con las condiciones de vida digna y se contribuyó naturalmente al desarrollo de una ciudad y, por sobre todo, al protagonismo de una vida que dejaba ejemplos que los jóvenes seguían sin esfuerzos ni violencia de ningún tipo.
Más, Antonio y familia hicieron notar su participación cívica, en tiempos en que tenían vigencia valores e ideales, que además implicaban confianza y esperanza, en un ámbito en que se respetaba la palabra dada, se actuaba de buena fe y se fortalecían las lealtades ciudadanas.

CUMPLEAÑOS

 

El cumpleaños de una persona adulta comprueba que los años se amontonan y vienen en patota; es decir, los años son patoteros, arremeten, empujan y someten.
Sin embargo, algunos no les dan bola y hasta piensan que, siendo el futuro un largo y penoso camino, tienen que gratificarse, y de tal guisa comen como lima nueva.
El tema de la edad ha despertado mucha atención y muchos pensamientos o un pensamiento, para aquel que pensó una vez y tuvo una experiencia inolvidable. “No pensar ni equivocado... para qué si igual se vive/ y al final corrés el riesgo que te bauticen gil”. O como el otro tango: “y si lo pienso más termino envenenao”.
Los años se vinculan a la experiencia. La edad que uno quisiera tener echa a perder la que en realidad tiene. Una de las ventajas es que uno aprende a reírse de sí mismo; se ríe de los demás cuando se caen y llora si se lastimó el perro. La experiencia no pocas veces tiene la utilidad propia de un billete de lotería no premiado (si tiene premio se llama de otra manera).
La experiencia se nutre del desengaño, del error y del sufrimiento. Empero, el tipo se pasa las horas en el café con amigos; frecuenta las mesas donde se chupa y se morfa tupido; tiene encuentros placenteros; se divierte contando cuentos e historia; duerme, va al cine, ve televisión, escucha radio, lee diarios, dedica horas al fútbol, navega en Internet, juega al truco, chimenta, mira por la ventana... Cualquiera diría que es un bohemio, esto es, un individuo que muchas veces no duerme de noche y no trabaja de día.
Si es periodista, es porque trabaja por períodos, de a ratos, no a diario. A pesar de ello, a un buen periodista le gusta y le fascina el laburo: puede pasarse mucho tiempo mirando cómo trabajan los demás, escuchando, preguntando para después sentarse a comentar, a escribir o hablar, lo que cree que es un trabajo.
Más, el tipo acomoda todo según las circunstancias. Por ahí repite sin reflexión que todo tiempo pasado fue mejor y se halla hoy, en un preciso instante presente, ante una paella, un asado o una tallarinada que ni te cuento. En otro momento se pone serio y amargado, y repite el Martín Fierro: “El hombre nació pa’ sufrir...”. Y se olvida cuando pasa una muchacha, sin pensar en el dicho: “Burro viejo... pasto tierno”.
Pero el asunto de cumpleaños sirve en la Argentina para afianzar boludeces. Por ejemplo, va el tipo y le dice al punto: “¡Cómo pasa el tiempo! ¿No?. Y el punto le contesta: ”Y... un año más... un año menos”. Va otro y le dice: “¡Feliz cumpleaños... y que los cumplas feliz y cumplas mucho más!”. Y el otro le devuelve la pelota expresándole: “¡Y que vos los veas!¿Eh?”. Y así seguimos en el boludromo, que es el estadio de un gran deporte nacional.
Ante el cumpleaños uno puede preguntarse si el punto es joven, maduro, provecto o viejo. La respuesta es según el grado de amistad y algunos otros datos, como el hambre, el apetito sexual, la rebeldía o las ansiedades, es decir, todas cosas que los periodistas satisfacen en nombre de la libertad de prensa; los abogados en nombre de la justicia; los educadores en nombre de la educación; los políticos en nombre de la moral y la vocación de servicio y los travestis en nombre de los derechos humanos.

 
X

LUGARES

 
PALIHUE
Nombre de barrio y algo más.

Sin duda, la denominación tiene íntima relación, con el vocablo palituhue, que en la lengua mapuche significa ‘palo’, con el cual se juega a la chueca. Asimismo ese juego fue denominado palin. La chueca era el juego nacional de los mapuches y el acto de jugar se lo expresaba con la voz palitun.
Se afirma que el juego existió desde tiempos muy anteriores a la llegada de los españoles y por eso pasó a España, porque los soldados lo aprendieron en nuestras tierras. El juego fue prohibido a los aborígenes porque lo jugaban prácticamente desnudos; la violación a las normas era sancionada con azotes, y el clero disponía la excomunión a quienes lo jugaban. Empero, continuó jugándose.
Como toda manifestación cultural se difundió el juego y también las palabras vinculadas al mismo, en otras comunidades, aborígenes y no. Pero, además, vocablos con la misma o parecida grafía, no fueron extraños a diversas comunidades indígenas. Conforme a una interpretación palihue es una palabra compuesta por pali, ‘bola usada en dicho juego (chueca)’, y hue, que quiere decir ‘lugar’, o bien la cancha destinada para el mismo.
En varias lenguas, de comunidades aborígenes, no se registran ninguno de estos términos: tampoco en el diccionario de la lengua pampa hecho por Juan Manuel de Rosas; tampoco en obras de topónimos, lugares, plantas o animales, menos en otras áreas, dado que la explicación debe buscarse en cierto ámbito específico, como el que anoto líneas arriba.
Sí, en cambio, algunas referencias son hallables en obras del folclore. Por ejemplo, muy brevemente Felix Coluccio explica que palihue era la cancha donde se jugaba la chueca, en su Diccionario folklórico argentino. Y parece ser, prevalentemente, un vocablo del sur, pero en esto no se debe generalizar porque, por causa de las migraciones y comunicaciones – que también existían en lejanos tiempos- no pocas palabras se difundieron en toda América (verbi gratia, che en los vocablos apache, comanche, tehuelche, mapuche, etc.) en cambio, hue y palabras con h no eran conocidas en muchas regiones y, en nuestro país, hay pocos vocablos con esa letra, comparándolos con todos los que componen el cuadro de lenguas en nuestro territorio, dado que la grafía corresponde a la letra g o a la letra v (“huincha” es “vincha”; “huata” es “guata”, la panza).

BARRIO HOSPITAL

 

Muy frecuentemente hablamos de los barrios. En cualquier ciudad de la Argentina y de otros países – en los que, por los diversos idiomas cambia el vocablo con el que se designa al mismo fenómeno, cosa o circunstancia- la denominación administrativa no coincide exactamente con el concepto real y el alcance geográfico y social del barrio.
Esto es más notable cuando hablamos del Barrio Hospital. Me consta por haberlo habitado hacia 1938, pues allí mis padres levantaron la casa en la que vivieron durante toda la vida y también los hijos, hasta que fundamos familia, pero dos de mis hermanos continuaron en el mismo barrio durante muchos años, pues se casaron con muchachas del mismo lugar.
Desde dicho momento puede afirmarse que el barrio real se fue conformando con su nombre, por la existencia del Hospital Municipal y del Club Social y Deportivo Barrio Hospital. Como es sabido y es una costumbre argentina, el protagonismo del club da personería y enriquece la conciencia barrial, la de una comunidad que es una gran familia.
El club era la institución única que nucleaba a los vecinos, no a todos, en reuniones sociales, pero más deportivas (fútbol y bochas) y al club se debe la difusión del nombre que, con el correr del tiempo se desdibuja un poco, pero que está presente fundamentalmente en la memoria de los antiguos ocupantes y descendientes que continuaron residiendo o no en el ámbito del barrio. La sede del club fue el epicentro, el corazón del barrio, como San Juan y Boedo para los boedenses.
Y a propósito de Boedo, cabe una comparación, porque al igual que Boedo, Barrio Hospital tenia gran cantidad de quintas y fue habitado por inmigrantes italianos y descendientes de estos, principalmente. De tal modo que armonizaron allí componentes de pueblo y de campaña; una suerte de zona subrural, no muy distante del centro de la ciudad de Bahía Blanca; a seiscientos metros aproximadamente del corazón del barrio, esquina de Estomba y Mendoza, había un alambrado y comenzaba el campo; me estoy refiriendo a casi todo el itinerario del actual canal.
No es dable hablar de límites precisos porque otros clubes le daban personalidad a otras barriadas incipientes: Pacífico, San Juan, Norte y Bahiense Juniors; y un poco más alejado Liniers. Pero puedo dar testimonios de que el barrio ganó su fisonomía – territorialmente- en el tramo de la calle Estomba, más o menos, entre Bravard y Brasil, por un lado, y Trelew y Uruguay, y a contar desde la calle Estomba, entre una y cuatro cuadras según los casos.
Este dibujo, que se deduce de lo expuesto precedentemente, no es nada geométrico no caprichoso o conformado al azar, porque lo he puntualizado de tal modo al atender a las personas que de una manera u otra estuvieron vinculadas al club y a las cosas del barrio, es decir, a la gente que le dio vida e impulso, con conciencia de ser parte de una comunidad, en la que se manifestaron el trabajo, la amistad, la solidaridad y comunes sentimientos: éramos del Barrio Hospital y cada cual podía ser hincha de Boca o de San Lorenzo, radical o peronista, y hasta ser hincha de algún club de primera, como Liniers o Pacífico, Comercial u Olimpo, o algún otro. Es esto otro dato que identifica a la manera de ser de Boedo.
Haciendo memoria, anoto también que el tranvía llegaba hasta la esquina de Estomba y Perú hacia un lado, o Estomba y Charlones hacia el otro. La línea de ómnibus que pasaba por el corazón del barrio era la 6, un cascajo que venía de Bella Vista y que motivo mis comentarios anecdóticos de un humilde libro de mi autoría, Los bondis de Bahía Blanca, más bien un pequeño opúsculo que, remedando un tango, está subtitulado Cruzando el pago de mi destino. Después fue la línea 7 y posteriormente la 20; las dos últimas, en forma simultánea (hoy 518 y 512 respectivamente).
Quiero aclarar que la calle San Juan se abrió al comenzar la década del 1940, aproximadamente; entonces existían alrededor del corazón del barrio (sede del Club Barrio Hospital, Estomba 1110/20; mi casa estaba en el 1134) varias quintas: de Tesei (dos), en calle Zelarrayán y Mendoza, Vicente López y Charlone; Pagnanelli, Biancucci, Príncipe y la pequeña quinta del “astrónomo” y “futurólogo” Nazareno Vannícolla.
A los apellidos citados hay que agregar a los correspondientes a las primeras familias asentadas allí: Temperoni, De Acha, Flores, Caubet, Perrone, Ferrarello, Andreocci, Cinti, Mármol, Dominella, Lupi, Manceñido, Cepeda, Bilbao, Del Valle, Orazi, Antinori, Campos,Tassi, Fernández, Iommi, Duran, Mambor, Gesuiti, Cipoletti, Capella, Bandera, Ercoli, Chiusi, Biancucci, Sacchi, Iencenella, Long, Lavalle (mucho tiempo antes todavía), Pallotti, Nadalini, Spinelli, Franchi, Alimenti, Brigullo, Vita, López, Maccari, Gasparini y muchos otros, que en ese momento no aparecen en mis recuerdos o no tuvieron mucha presencia en esta historia.
De este barrio surgieron personas que se destacaron en la política, o como profesionales; ingenieros, abogados, docentes; músicos, escritores, profesionales del arte de curar (médicos, enfermeras), docentes, deportistas, etc.
Muchos son los acontecimientos que merecían registrarse aquí, como la presencia del circo criollo, la calesita, los registrados en el almacén y despacho de bebidas de Brandino Sagripanti; las leyendas y supersticiones; a las que ningún lugar fue ajeno en la Argentina. Anécdotas, personajes, historias, valores y desvalores, como en toda comunidad y hasta la visita del plato volador sobre el centro del barrio, que fue un “hecho” que convulsionó y agitó el espíritu de los vecinos.
Algunas otras evocaciones están contenidas en mi letra de tango, Barrio Hospital (la música pertenece a Aníbal Vitali) y la glosa en prosa que lo acompaña para que hoy puede comprenderse el significado del barrio y su gente, que es decir su sentido espiritual.


 
XI

SICILIANOS

 
SALVATORE GIULIANO Y BAHÍA

Diversos fueron los motivos por los que  un estimable porcentaje de sicilianos se radicó en ciudades argentinas, preferentemente Buenos Aires, Rosario, La Plata y Bahía Blanca. Por ahora, dejaré de lado esas motivaciones, para ocuparme principalmente de los testimonios que he recogido de parientes y otras personas que conocieron y trataron a Salvatore Giuliano y que se radicaron y viven actualmente en Bahía Blanca.
La rama más antigua conocida de los Giuliano, de Montelepre, siguió el itinerario desde este pueblo, pasando por Barrafranca y Mazzarino, antes de su afincamiento en nuestra ciudad; otras posteriores tomaron un  derrotero más directo. Desde la radicación de los primeros inmigrantes sicilianos se difundieron las noticias sobre las características de este lugar, Bahía Blanca, cuya horticultura –elogiada por el periodista  Benigno Baldomero Lugones- favorecía la posibilidad de trabajo de los paesanos.
LA NUEVA PROVINCIA”, como los medios de casi todo el mundo, había comenzado a publicar noticias sobre el “bandido” Salvatore Giuliano. Por entonces –década del ’40-, mi madre, nacida en Mazzarino, visita el Hospital Municipal –a una cuadra de nuestra vivienda, en la zona de quintas en aquel tiempo- a una prima de apellido Giuliano, quien acababa de ser internada en dicho nosocomio. Ella le había preguntado: “¿Viste las andanzas del pariente?”.
Este comentario me había llevado, siendo niño, a buscar todos los días en el diario, con gran curiosidad, las noticias acerca de Salvatore, que venían por agencia e invariablemente reflejaban su condición de bandito. Hoy tengo respuestas que no deben dejarse de lado, no sólo documentales, bibliográficas y hemerográficas, sino también gracias a los testimonios de parientes y coterráneos que conocieron a quien hoy día comienza a ser estimado como patriota de la regione siciliana.
La mayoría de ellos no desea que se publiquen sus nombres, aunque autorizan difundir sus relatos, los que he recibido y comunico aquí.

Evocación del ragazzo

Reside en Bahía Blanca una mujer que recuerda a “Turiddu” –era el sobrenombre de Salvatore- de cuando ambos eran escolares en Montelepre, pueblo cercano a Palermo, con una población aproximada de 8.000 habitantes.
El papá era un hombre de más o menos 1,70 metros de estatura y cabello castaño claro; la mamá era de baja estatura y un tanto obesa, morena.
El padre era contadino, “labriego; la madre, padrona di casa, madre di famiglia, “hogareña”. Era “gente buena, de trabajo, que no molestaba a nadie; vivían en la otra punta... nosotros vivíamos en el centro del pueblo... mi hermano, con los años, zapatero, hizo botas para Salvatore... la persecución contra él comienza cuando fue descubierto llevando para vender solamente 10 kilos de trigo; en la huida dejó su saco con un documento de identidad”.
Vive entre nosotros un trabajador jubilado que nació y vivió en Montelepre. He aquí su relato:
“Yo vine a Bahía Blanca en 1950. Viví en Montelepre y hablé muchas veces con Salvatore Giuliano, de quien era pariente (mi madre es de apellido Giuliano). Vivía (Giuliano) con un hermano, su hermana y padres en una vivienda humilde en un sitio elevado del pueblo. El padre trabajaba en el campo, tenía un año más que yo (Salvatore). Yo nací en 1923. Cuando sucedió el hecho inicial de la historia de Salvatore, la verdad es que los carabineros le robaron el cereal y una mula que le habían prestado. Al instante, lo encontré en el camino que une el pueblo con Palermo y Salvatore se acercó y me pidió la bicicleta en la cual yo iba, diciéndome que se había herido con una caña (cuando en verdad lo habían herido). Le di la bicicleta y después fui a su casa a buscarla”.
“Allí me dijo la mamá que no lo habían visto a Salvatore y que no vieron ninguna bicicleta (probablemente querían borrar pruebas del homicidio de un carabinero, cometido por “Turiddu”). Al regresar y pasar por la casa de un médico, observé la bicicleta apoyada en la pared, así que la llevé sin hablar con nadie. Los Giuliano eran gente de trabajo. Aquí en Bahía Blanca hay un amigo, de apellido Olivo, que sabe mucho sobre Salvatore...
“Es decir, tal como leo en un libro publicado en Sicilia, “Turiddu” se escapó en una bicicleta, no en un hermoso corcel como lo muestra la película Salvatore Giuliano, el siciliano”.

El encuentro con Olivo

 

Carlo Olivo vive también en Bahía Blanca, es de Montelepre y contemporáneo de Salvatore. Me relató que conoció a éste desde niño. Ya adolescente concurría a un bar, “Doppolavoro”, donde estaba el único billar del pueblo y donde jugaba Salvatore.
Olivo se desempeño en la Tesorería Municipal, que recaudaba todos los impuestos, locales y nacionales, y hacia las comunicaciones a los vecinos; cuando se aumentaba un impuesto, se le daba un plazo de 6 meses, dentro del cual los contribuyentes tenían un “derecho de réplica” (sic).
Salvatore vivía con su padre, su madre (María Lombardo), su hermano mayor (José) y su hermana (Mariana), “Conocía la casa, aunque nunca entré. La casa estaba ubicada en la periferia del pueblo. Había otros Giuliano, parientes. Los padres eran de baja estatura, un poco más alto el padre, pero Salvatore era alto. Eran de tez morena, aunque Salvatore tenía cabello castaño. Era muy inteligente y temperamental. Su primo hermano, tristemente célebre, que lo mata, era Gaspare Pisciotta (su nombre en el dialecto era Aspanu). En Bahía Blanca no hay otros parientes además de los que usted sabe”. Continúa el testimonio:
“Salvatore había nacido el 22 de noviembre de 1922, en Montelepre, a 20 kilómetros de Palermo (?). Su aventura comienza con el episodio de los carabineros, quienes además de incautarle el trigo que llevaba, le roban la mula. Toda la gente humilde tenía indignación contra la policía; cualquier pequeña cantidad de productos que se comercializara sin control significaba contrabando, mientras que la policía llevaba camiones enteros al mercado negro. Ya famoso Salvatore, y yo siendo empleado municipal, extendía las ‘cartas’ (autorizaciones) para obtener alimentos, en épocas de racionamiento, la periodista sueca que lo entrevistaba termino siendo su amiga. No fue un asesino, nunca hubo alevosía en sus actos. Pero hizo matar a traidores y delatores. También murieron algunos policías que no tenían nada que ver con la detención de la mamá de Salvatore”.
La persecución terminaría convirtiendo a Salvatore Giuliano en un patriota separatista, armado por cierto y enemigo del socialiosmo italiano, al borde de lograr la independencia, sueño secular de la región. Parte de esto es ratificado por don Gaetano Cascio, de Enna, Sicilia, radicado en Bahía Blanca: “Conocí a Giuliano cuando pasó por Enna aproximadamente en 1949, con parte de su ejército, y lo vI tomando cerveza en un bar”.

La emoción de una fotografía

 

La señora Dalia Giuliano es hija de José, primo hermano de Salvatore; el abuelo de Dalia, en consecuencia, era hermano del padre de Salvatore, siendo su nombre Antonino; estuvo dos veces en Bahía Blanca y regresó a Montelepre. Como el personaje de la película Cinema Paradiso, que le advierte al muchacho: “Si te vas de Sicilia, no vuelvas nunca más, porque el que vuelve, se queda para siempre”.
Cuando fui recibido por esta familia, en esta misma ciudad, al ingresar en la casa, a pocos metros de la entrada, vi una gran fotografía de Salvatore, la misma que tuvo más difusión en el mundo y que le hizo exclamar a una lectora de “LA NUEVA PROVINCIA” cuando leyó mi primera nota sobre “El siciliano”: ”¿Ve?...¡este debió ser el actor de la película!”.
Según otros relatos, los Giuliano fueron profundamente cristianos y católicos, como casi todo el pueblo siciliano, distinguido así mundialmente. “Turiddu” fue ayudado por un sacerdote católico. No tuvo nunca problemas con la Iglesia. Pero alguien afirma que en su casa paterna estaba la imagen de una Virgen negra; y que la cuestión con el cardenal Ernesto Ruffini fue sólo una respuesta en un diario de Palermo acerca de la organización social.

LA SICILIANA Y LA FLOR

 

Antonio, de Mazzarino, había empezado el noviazgo con Liboria, de Barrafranca. Para formalizar su relación había obsequiado a Liboria una cadena con una medalla de oro, con la imagen de Santa Lucía, según uso y costumbre, que entregó a los padres de la novia.
El amor se había producido como un rayo, tal como a veces sucede en la región siciliana. Las visitas tenían lugar con bastante frecuencia y, para ello, Antonio cruzaba la montaña con un burrito, con alegría y pasión.
El matrimonio se celebró en Mazzarino y de la unión nació Ermelinda. Pocos años después, beneficiarios o víctimas del proceso migratorio, buena parte de ambas familias se radican en la Argentina, movidos por esperanzas, sueños y ansias de bienestar, de acuerdo a un convencimiento muy difundido en Italia y a circunstancias locales que determinaron a parte de sus habitantes a emigrar hacia América, donde no todos tuvieron los mismos itinerarios y la misma suerte o iguales infortunios y adversidades.
Las incomodidades del viaje no podías compararse con el dolor, la angustia, la tristeza, el miedo y la sensación de desamparo, propios de semejante desarraigo, de esa tremenda ruptura, sintetizada por la separación del miedo físico, de la familia, los vecinos, los amigos. Ya no verían más el sol de Sicilia, sus paisajes y, dentro del mismo, esas viviendas humildes enclavadas en la montaña como nidos de golondrinas.
La llegada a la Argentina fue el inicio de una sucesión de derrotas, desde la ciudad de Buenos Aires a Rosario; después Coronel Suárez y finalmente Bahía Blanca, donde la colectividad siciliana fue muy grande y vigorosa en fraternidad, amor y trabajo.
Ermelinda tenía catorce años cuando, en Coronel Suárez, sus padres se encontraron con los padres de Vicente, joven siciliano, oriundo de Giardini, al igual que sus progenitores. Allí empezó la relación, continuada en Bahía Blanca, donde los padres de Ermelinda habían decidido radicarse definitivamente. Allí se casaron. Allí tuvieron hijos e iniciaron una vida de trabajo, con fuertes lazos de afectividad familiar, asumiendo una suerte de gesta heroica, en la que, después de cierto tiempo, construyeron con sus manos la vivienda.
Marido y mujer tenían su trabajo dependiente fuera del hogar. Y también dentro, con la quinta familiar, los animales y la producción artesanal para consumo propio, con la que se mejoraba la condición de la familia. Ermelinda confeccionaba toda la ropa, se ocupaba de todos los quehaceres domésticos, elaboraba dulces, licores, escabeches y continuaba cultivando la gastronomía de su madre, la que era propia del paese de origen, en la que invariablemente estaba presente la pignolata, en la Navidad.
Sus padres habían traído de Sicilia todos los objetos y las cosas posibles de traer, porque de acuerdo a un rasgo, propio, muy propio, del ser histórico siciliano y más pronunciado en la mujer, es imprescindible preservar el pasado a través de las cosas que, aunque no tengan valor material, sí lo tienen espiritualmente y están íntimamente ligados al fuero íntimo, a la familia, a los recuerdos del tiempo que fue.
Así, en el hogar, se hallaban un inmenso baúl, un mortero, algunos papeles antiguos de familia, fotos, prendas, carpetas o tapetes y manteles bordados con el arte que casi todas las mujeres italianas expresaban como una característica de todos los tiempos. En una de las fotografías, junto al sillón hamaca de la nona, una maceta y una planta silvestre que, como lo recordaba Ermelinda, tenía hojas muy verdes, de color intenso, y una flor de color rojo púrpura, que Antonio había trasplantado de la montaña que atravesaba para ir a visitar, en su burrito, a Liboria. Y contó también que las hojas eran carnosas, casi daban forma de cacto a la planta, de crecimiento muy lento.
Pasaron muchos años y Salvador, el hijo menor de Ermelinda, quiso conocer la isla, la región de sus ancestros; más todavía, tuvo el firme propósito de recorrer la vida y los caminos de sus ascendientes, sin descuidar detalles, en lo posible. Y así lo cumplió, visitando parientes, casas, lugares de pueblo y campaña; se sentó al pie de un cerro, tocó el marranzano o scacciapensieri, tratando de adivinar como su nono alejaba los malos pensamientos con ese instrumento musical que, como se sabía, o se creía, en Mazzarino, aquí mismo había sido inventado.
Salvador había escuchado que los griegos que antiguamente habían emigrado a Sicilia tomaban un puñado de tierra, que “trasplantaban” en el lugar de su nueva residencia. Asumía esto como algo natural, este sentimiento, conciente o no en los seres humanos, por el cual cada criatura tiene, además de fuerte lazo con la sangre, el otro lazo, con la tierra.
Los años siguieron pasando. Llegaron nietos, bisnietos y tataranietos de Ermelinda. Vicente y Ermelinda han muerto. En la casa de Salvador, en la ventana de la cocina hay una pequeña maceta y una planta de hojas carnosas y verdes, con una flor púrpura. Sus raíces van creciendo en tierra traída de la casa de Mazzarino, donde se inició la vida de Ermelinda. Su materialidad recorta el horizonte y el mar cercano de la bahía.

LA COMUNIDAD SICILIANA EN BAHÍA BLANCA

 

En otras ocasiones, en sendas notas en las páginas del diario “La Nueva Provincia” me he referido a la cultura nacional y a los influjos recibidos de las gentes del sur de Italia y, en particular, a aspectos vinculados al trabajo, a la música ciudadana y a la inmigración, con sus facetas históricas y con íntima vinculación, en casos, con las leyendas derivadas de aquellas.
Del mismo modo, en la novela Hermano sur o en la letra tanguera, que tiene el mismo título, en las que están presentes la ciudad, el trabajo y, como se expresa en uno de sus versos, “la historia que llegó del mar”; recientemente, hemos puesto de manifiesto también en el prólogo y en la presentación del libro de Raúl Parrota, Memorias de un calabrés en la Argentina.

Gente de trabajo

 

Es dable asegurar, por las propias experiencias personales y familiares, que la corriente humana migratoria siciliana ha sido vigorosa, en Bahía Blanca y en la región, y que ella transmitió valores y sentimientos afirmados en la Fe, la familia y los buenos propósitos, con la relación al trabajo, en diversas actividades, el arte, la ciencia y, generalizando, en la cultura en plenitud.
Algo similar aconteció en otras ciudades argentinas y, empero, no se puede ocultar una arista negativa que, de ningún modo, debe inducir a error o generalización y que se refiere a la mafia (siciliana), que durante un breve lapso se desarrolló en la provincia de Santa Fe, con ramificaciones no permanentes en otras provincias de la Argentina.

Un poco de historia

 

“Gobernar es poblar”, propuesta llevada a la Constitución de la Nación, generó la recepción de vastos contingentes humanos del mediodía italiano; incluso los tratados con el Reino de las Dos Sicilias habían previsto la posibilidad de recibir a personas con antecedentes de dudosa laya. Algo similar aconteció con inmigrantes de otras nacionalidades. Ante comportamientos ciertos, de alguna manera comenzó a regir otra propuesta, “gobernar es despoblar”, con la Ley de Residencia, que determinó la deportación de extranjeros.
Bahía Blanca, como tantas ciudades argentinas, rechazó toda posibilidad de constitución de organizaciones delictivas de esa naturaleza, considero yo, gracias a los propios inmigrantes sicilianos que imponían alejarse, a los hijos, de compañías no deseables desde el punto de vista de la gente que quería, paz, trabajo, educación, salud y todo lo necesario para una vida digna. Me consta, por recuerdos de mis ascendientes, que a los jóvenes se los alejaba de cualquier “paseano” sospechoso, o de toda persona indeseable.
En nuestra ciudad no se desarrolló esa actividad delictiva, pero en otras poblaciones, las influencias fueron muy fuertes y ostensibles hacia fines de la década de 1920 y durante la década siguiente, en un clima de corrupción que además favorecía no solamente el delito organizado sino la delincuencia común, individual (¿”romántica”?), al estilo del pistolero “Faccia Bruta”.

La resistencia bahiense

 

En Santa Fe, “Chicho Grande”, “Chicho Chico” y otros de menor cuantía, desarrollaron la organización mafiosa; entre otros medios, presionaron a no pocos coterráneos y hasta crearon una suerte de “filosofía”, por la que los sicilianos, buenos y malos, debían ayudarse. Esto se advierte en la declaración de un condenado, por el secuestro y muerte del joven Abel Ayerza: “Mi condena es por mi generosidad... jamás me negué a prestar un servicio a mis compatriotas”. Asimismo, se sembró el concepto por el que debía repudiarse la cobardía; un dicho ilustraba a este respecto: “La giustizia pri lu fissa” (La justicia es para los cobardes).
Sin embargo, en Bahía Blanca fracasó el intento de organizar el robo de automotores y no hubo otro trabajo solidario que el ayudarse para construir viviendas o en otros quehaceres cotidianos de ayuda mutua. Trinacria, Sociedad de Socorros Mutuos, fue una de las primeras asociaciones de sicilianos y descendientes de éstos.
Igualmente fracasaron los intentos de asentar ramificaciones que se extendían desde algunos centros mafiosos (Gálvez, Rosario, Buenos Aires). No encontraron aquí caldo de cultivo. La “base de operaciones”, establecida en Saldungaray y algunas acciones desenvueltas en la región y los propósitos de instalación en Bahía Blanca no solamente tuvieron vialidad sino que contribuyeron a la extinción de un intento criminal que, en los Estados Unidos de Norteamérica tuvo un desarrollo superlativo gracias a in sistema político y económico fundado en un pragmatismo alejado del sistema de valores.
Aquí, la actitud de la comunidad siciliana, al igual que en el resto del país, terminó con el “proyecto”, no desligado de factores políticos. Pero, con el tiempo, los mecanismos habrían de ser absorbidos de otro modo. El “pizzu” (‘picoteo’, ‘bocado de pájaro’) dirigido contra las víctimas y también contra los propios integrantes, como “retención” de parte del botín con destino a la “organización” o al “capo” coadyuvó también a su propia destrucción.

XII

DISCOS, LIBROS Y AUTORES

 
TANGO: LA EPOPEYA DEL SUR

En la región austral, Bahía Blanca se distingue por su circunstancia cultural, singularmente el arte popular, en este caso el tango, como un clavel “reventón”, que muestra lindezas y romances: una flor querendona cultivada por Osvaldo Catini.
Ningún quehacer grandioso es posible sin la presencia de uno de los gigantes del alma: la pasión. En él, se trata de la música ciudadana con “TANGO EN LA BAHÍA”, iniciado el 15 de junio de 1994, un día de luminarias, en el que ingresó en las efemérides populares que evocan querencias y ternuras.
Osvaldo Catini –acompañado por Susana Simonetti, Gustavo Gabí y colaboradores calificados-, productor del programa televisivo, suceso notable en la vasta comarca, actualmente difundido por Telenueva Canal 9, emprendió y consolidó la gesta, que tiene tras de sí a un sentimiento enraizado en la canción argentina. En la esquina conjuncional de tiempo y sitio, convocó y reunió multitudes.
Se trató de una suerte de apoteosis en los hogares, distinta de las que se conjugaron en el pasado, en los santuarios del arrabal, en las plazas y parcelas abiertas, en los patios emparrados o en el corazón donde se agitó la noche porteña, calle Corrientes, capital del tango. Una creación que la gente no la vive y siente como canyenguería maleva, baileteada y milonguera.
De este modo el tango volvió al barrio. Una nueva manera de volver. Quiero decir: “TANGO EN LA BAHÍA” renovó sustancias, de acuerdo con el presente, para un territorio, al sur, con proyección en lejanías; un ámbito que las había acogido en su regazo, venidas de lejos, de la cuna espiritual donde forjaron, para el gotán, itinerario y destino.
No extrañan, entonces, premios y distinciones: del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la provincia de Buenos Aires, al Mejor Programa de Tango de 1997; declarado de interés provincial y municipal; nominado por la Asociación Argentina de Televisión por Cable y merecedor del Martín Fierro, recibido dos veces en 1994 y 1995, otorgado por APTRA. Tampoco sorprende su labor decisiva en la organización del Primer Festival del Tango en la Bahía, en 1996.
¡Así se fue haciendo el nuevo derrotero del tango, desde el corazón del sur!.

TANGO EN LA BAHÍA

 

En esta obra intitulada “TANGO EN LA BAHÍA”, tienen participación grandes exponentes del tango canción, locales y porteños, vinculados a mentores de renombre y linaje artístico-popular. Se integraron a ella compositores, letristas y músicos con comunes denominadores: estilo propio, sencillismo, tradición con signo renovador, adecuación al tango que se canta con la impronta de matices vocales y literarios llegadores. Su universalidad instrumental es el cuarteto (bandoneón, violín, contrabajo y piano).
Se incorporaron al disco voces acreditadas, que tienen diferentes signos: expresividad, sentimentalidad, tonalidades cálidas y emocionales, y carácter interpretativo, es una temática distante del malevaje añoso y del entorno bravío del tango “feroz”. Con ello, el pueblo abraza a la música que cala hondo en su espíritu y que expresa el melodrama o la infrahistoria del ser nacional.
El mensaje de las letras contiene, con prevalencia, las esencias propias del amor y la misiva –que es signo del bolero, hermanado al tango-. Trae múltiples datos: romanticismo, lirismo, perdón, piedad, nostalgia, sentimiento filial, silencios profundos, valores del alma, tristeza, olvidos y soledad en el tumulto.
Recorriendo el espectro de voces y canciones, advertimos la traza de técnicas, recursos y huellas singulares. Se trata de voces “redondas”, de buen caudal, que respetan las melodías originales, excepto las breves variaciones sobre ellas; el glisando, que generalmente es expresión común del tango y otros géneros como el blues; vibratos conmovedores, espontáneos al colocar la voz con excelencia; emocionalidad que vence a la tentación de lucimiento con la voz; sones que bajan y suben con naturalidad, susurros y chamuyos que arrullan. Un tango que se canta hablando, no estridente ni gritado; nunca un tango “golpeado”, “cuadrado” o “chacachaca”, saliendo como un grito “del sórdido barrial buscando el cielo”; y el cromatismo y la sentimentalidad que arrastran a emociones fuertes.
Así, el tango sigue cumpliendo la elevada misión de comunicar cultura socialmente, como en la guardia vieja, sin quererlo tal vez, porque es su naturaleza, y “TANGO EN LA BAHÍA” lo hace con un alma que canta cultivando la simiente de la Providencia.

EL CORAZÓN MIRANDO AL SUR

Un violín, el de Mario Grossi, mentor del grupo que se las trae en grande, crea un clima de nostalgias cadeneras, que se explican también en las voces del bandoneón –identificado con un gordo triste-, del piano, el contrabajo y las voces de cantantes que expresan el tango, la milonga, el vals y el candombe como han sido y son, substanciales, afectivos, evocadores y sentimentales, enriquecidos en parte con arreglos de Lucio Passarelli y Oscar Grossi.
Temas clásicos, de todos los tiempos y asimismo de los años del 1930 del embalurde, que no tienen nada de inextricable para el corazón de nuestras gentes, protagonistas de leyendas e historias de barrio, ciudad, instituciones sociales de abolengo suburbano, de esquina y café, igualmente ámbito de milonga payadora.
Parcelas de vida argentina, con personalidad cancionera o instrumental; voces y figuras de santuarios y bailongos de arrabal y centro, con el signo de pasiones ostensibles.
A más, el tema Villa Mitre, donde igualmente se evoca un corazón mirando al sur, desde la Bahía Blanca, en cuyo escenario tuvieron presencia guapos, canciones porteñas y candombe negro, como sacar chispa a rolete, en una tierra querida, bien criolla y bien argentina, porteña o de aquí, en el otro sur del gotán.

AL TANGO LO ESCRIBO ASÍ

Héctor Rom, letrista de música popular –tango y folclore-, reunió en un disco letras tanguistas, así como una milonga, un vals y una zamba; fueron musicados por compositores bahienses y también son de nuestra ciudad los intérpretes. El sello pertenece a una empresa bahiense, Iencenella Records.
Todo ello informa acerca de una nueva producción con la que se enriquece el acervo cultural, musical y literario, de Bahía Blanca, donde en los últimos tiempos se hizo visible el protagonismo de los bahienses y también de organismos públicos (Subsecretaría Municipal de Cultura y Extensión Universitaria –UNS y UTN-) y, en casos, privados.
Héctor Rom debe ser considerado como poeta y letrista que ha asumido su propia circunstancia lugareña: Bahía Blanca, su entorno y su gente, tienen presencia afectiva en su versería querendona y llegadora. Escribe como casi todos los poetas populares de todos los tiempos; la lírica tiene siglos de vida y, a través del tiempo, hay comunes denominadores, ya sea nacional, americana del centro y sur de América o Europa.
El espíritu del pueblo, los sentimientos y querencias, no están ausentes de su expresión; su propia vida y su propio trabajo de hombre del pueblo le brindó la materia, lo acercó al objeto al que el letrista hace esa poesía que, como la mejor poesía, se perfecciona con la música, es decir, la inmejorable síntesis que genera fuertes emociones.

DESCHAVE RANTE

Tal el título de la última confesión literaria y lunfa de Edgardo Cortina, empujado afectivamente por el aniversario de José Gobello, al cumplirse el viento, que, en la jerga de la quiniela es el 80, y motivado por vocación de poeta que utiliza ferramenta gaucha y arrabalera para expresar su pasión argentinista y su engayolamiento.
Con las tradiciones del arrabal que, como en la canción del Zorzal Criollo está metido en su vida.
Asimismo, Cortina, que aquí conocemos como Ñato Aguilera, quiso reconocerle al Maestro Gobello sus laburos de más de cincuenta años alrededor de algo que, como decía Juan Bautista Devoto, es una entelequia y no irónicamente, como cosa irreal.
El autor de esos poemas, sonetos en esta obra, chamuya el lunfardo con propiedad, casi un purista, que no busca y rebusca, porque espontáneamente brota se parlamento con palabras que están en la historia de la poesía de este género, y otras nuevas, o relativamente nuevas, que merecían un testimonio de este tipo, como para que sirvan en el futuro, para interpretar la realidad social de nuestro tiempo.
Usa con gracia y con humor, en casos, los mecanismos del lunfardo, que conoce los ambientes del caso y los casos de los ambientes de la mala, fulera o pícara vida, mientras él transita por la vida con pulcritud y dignidad, como Dios manda, comme il faut.
Es decir, una versería pulenta para un homenaje humilde a quien los bahienses queremos muy hondamente y por lo que lo guardamos como un custodio de valores y sentimientos propios de nuestra naturaleza y de nuestras tradiciones.

PRÓLOGO

Años de soledad es una obra caracterizada por el sencillismo, que es un signo e diversos géneros literarios. Libre de tecnicismos, Juan Francisco Giraudo, novel autor, se inclina por el lenguaje comunicativo y, con más especificidad, el habla popular que está signada por la afectividad y con lo cual se diferencia del academicismo.
Coherentemente, con lo expuesto, es literatura social. De haber existido décadas atrás, cuando la literatura argentina giraba en torno a las corrientes de Florida y de Boedo, el autor, seguramente habría estado en la Escuela de Boedo o a lo mejor cercano a la misma.
El relato es descriptivo, gráfico y su objeto pertenece a la naturaleza social; podría ser comparado con las historias propias de las letras de tango, ubicadas en ciertas instancias propias y circunstancias sociales. Se trata de vivencias que tienen la salsa de la vida, la infrahistoria humana, de seres de carne y hueso, de seres que sienten, como en este caso, no solamente la soledad sino también los valores que hacen a la dignidad de los seres humanos, sin perjuicio de su condición de pecadores.
El autor, como decimos, se expresa con un vocabulario general, simple, claro, sin rebuscamientos, esto es, espontáneo y fotográfico, con el colorido propio de la realidad social, en una circunstancia actual.
Es un drama, como el de no pocos sainetes o el de no pocos tangos. Siendo el tango un dato relevante de nuestra identidad, está presente en la música de Astor Piazzolla, que en algunos pasajes se presenta como común denominador en el encuentro de leyendas personales, las de los personajes de la obra. Y, así, de este modo, música y letra, se unen en una identidad substancial.
Puedo observar, en esta novela, la creatividad, la inventiva, la imaginación, la sensibilidad y la capacidad de observación de la vida cotidiana y de nuestra naturaleza social, en nuestro tiempo contemporáneo; enlaza la derrota de varias almas y capta con agudeza el entorno, transmitiendo del modo que, hoy día, los habitantes de ciertas franjas de nuestra geografía urbana, transmiten oralmente lo que existe en su futuro interno, de modo espontáneo, sin mayores reticencias.
Más todavía, el vocabulario de los personajes es el que escuchamos en las grandes ciudades argentinas; tiene contenidos y sentidos implícitos, ya entendidos o supuestos, que no necesitan del juicio completo, según la normativa de la gramática. Un rasgo del idioma nacional de los argentinos que informa de las transformaciones idiomáticas actuales, en una comunicación que se complementa con el gesto y con lo que todos sabemos acerca del comportamiento y el sentido de éstos, en nuestra comunidad nacional. Quiero decir: por esto también el libro de Giraudo tiene sabor propio, el de una literatura argentina y popular, con los ingredientes del drama existencial de nuestro tiempo.
Estoy diciendo también que, así, refleja situaciones y cultura que es lo que Ortega y Gasset marcaba como requisito de literatura con posibilidad de absorción positiva. Además, con tal precedente se brinda a un mayor número de lectores, máxime que la historia tiene cierto suspenso, que el relato ya conmoviendo gradualmente y despertando curiosidad por el final, inadvertible por la equivocidad de las sucesivas instancias. Finalmente, no puedo dejar de expresar que manifiesta un elevado valor de la cultura argentina: la amistad, con un final que refleja ambivalencia de sentimientos: el dolor, propio de un dramón, y la esperanza de un futuro donde también tiene cabida la reivindicación de la dignidad de creatura humana.

EMILIO FERNÁNDEZ EMILIANI

Quienes eligieron su nombre pudieron haber tenido un deseo, una esperanza o una certeza. Es probable que no haya sido un acto reflexivo, derivado del conocimiento de la etimología y la semántica. El arcano de la naturaleza, de la sangre, de la transmisión del sentimiento y el espíritu oculto de las cosas es generador de una elección. En ocasiones las acciones de la persona son congruentes con el nombre.
Emilio es un nombre latino significa: ‘el que se esfuerza como trabajador’. Asumimos hoy un reconocimiento a la trayectoria cultural de Emilio Fernández Emiliani, un trabajador creador de cultura.
Decimos que cultura es todo lo que tiene la impronta de la persona humana; la naturaleza es creada por Dios y la persona lo acompaña modificándola en libertad y responsabilidad. Un rasgo distintivo de la creatura humana es su dignidad. Y tiene dignidad su trabajo y el producto de su trabajo.
Ello es advertido claramente en el itinerario cumplido por Emilio. Si aún en la actividad científica, explica Jean Meynaud, no es posible excluir el juicio subjetivo de valor, creo que menos en la relación humana, en este caso la mía, pero no al punto de alterar la realidad, esto es, el pasado, en lo más mínimo.
Casi cuarenta años de amistad informan de él. Hemos pasado de la juventud a la provectud y, en el derrotero, muchas, muchas cosas han pasado, más no está rota la ilusión en este día, remendando los versos conocidos de la canción popular.
En todo el tiempo lo ví coherente, activo, fraterno, sensible y solidario. Cuando Nidia Burgos me llamó para preguntarme si yo podía hablar hoy una vez más se fortaleció mi convencimiento por una referencia de un reciente libro presentado en el Congreso de la Nación, de autoría de Cristian Viña, Aquí estoy...; se trata de una cita del Antiguo Testamento, la respuesta inmediata y desinteresada del profeta Isaías para ser enviado de Dios:

“Yo oí la voz de Señor que decía: ‘¿A
quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?’.
Yo respondí: ‘Heme aquí, mándame a mí”’.

Pues Emilio siempre dijo: “¡Aquí estoy!”, para servir solidariamente, sin reservas, desinteresadamente. Dejó el fruto de su esfuerzo en su labor profesional, como asistente, como investigador, como docente, escritor, poeta, trabajador cultural, social y político, con total buena fe, lealtad, pasión, amor y alegría.
Una expresión distinta, en un mundo que históricamente no comprendió lo que Emilio. Históricamente se acumuló trabajo, se creó una civilización, sin justicia plena, sin un sistema de valores en plenitud, jurídica y humanamente, a pesar de las corrientes humanistas, de las que una solamente entendió al ser humano con cuerpo y espíritu.
Y ese humanismo es el que absorbió. El de la dignidad, que supera a los humanismos materialistas. Todavía tiene vigencia, como una flor inmarcesible, a pesar de todo lo que acontece: repito datos que apabullan pero que no bastan para abandonar la tarea que nos es común: mueren 35 millones de niños anualmente por inanición; un avión de combate moderno equivale a 40 mil farmacias rurales; con el 0,5% del presupuesto militar de los países ricos se podría dar satisfacción a la necesidad de alimento, por diez años, a los pueblos pobres del sur.
Fernández Emiliani sabe esto y mucho más y sabe que hay que hacer, como hay que trabajar. Hay, en Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, diálogos imaginarios entre el gran Kan y Marco Polo. Según el gran Kan una “Ciudad Infernal” aguarda al final del viaje. El infierno no es un riesgo futuro –responde el veneciano-; estamos en el infierno.. hay dos maneras de afrontarlo: una, es aceptarlo con él hasta dejar de verlo; es la manera más difundida; la otra, riesgosa por cierto, exige atención y aprendizaje continuo y consiste en “buscar y saber reconocer a los hombres y las cosas que, en medio del infierno, no son el infierno, hacerlas durar y abrirles espacio”.
Quiero decir esto para expresar de tal modo mi interpretación de la vida de este gran hombre, un hombre simple, sencillo, humilde; no le conozco egolatría ni egoísmos; casi cincuenta años, sí, de amistad, no puedo decir, ni guardo nada escondido, que lo descalifique, en ningún sentido, porque estoy hablando de un Maestro de vida. Es mi homenaje, cuyo epílogo consiste en la transcripción de un texto de Carlos G. Vallés, de Salió el sembrador:

“Al ver el incendio forestal, una paloma, sabiendo
que no podía hacer demasiado para apagarlo, voló
a un largo cercano y tomando gotas de agua en su
pico las volcaba sobre el bosque incendiado. Agotada por
el esfuerzo, murió.
La parábola enseña que debemos seguir haciendo todo
lo que podamos aún sin alcanzar resultados concretos.
Sabemos que no podemos apagar el incendio pero no por
eso hemos de cruzarnos de brazos y dejar que arda el bos-
que. Hemos de contribuir con nuestra gota de agua. ¿Para
qué si no sirve de nada? Sí, sirve. Sirve para expresar que
hay alguien a quien le importa que se queme el bosque,
sirve para hablar cuando todos callan, sirve para crear
opinión y despertar conciencias.
Aprendamos a trabajar sin conseguir nada, a testimoniar
aunque nadie haga caso, a llevar agua aunque no apague-
mos el incendio, a cumplir nuestro deber sin medir la jornada por los resultados.
No podemos apagar todos los incendios ni solucionar todos
los problemas del mundo. Pero sí podemos vivir, tener fe,
levantar la mirada, afirmar la esperanza”.

Y digo yo: afirmar la esperanza en el trabajo cuyo paradigmas es el trabajo cultural en plenitud, como lo ha realizado y realiza Emilio, y asimismo en el libro, donde está la presencia vigorosa del alma que transmite ideas, querencias y ternuras.

ANTOLOGÍA DE VERSOS CRIOLLOS

Como es sabido, una antología es una colección, y, en la presente obra de Edgardo Cortina –poeta y estudioso de la literatura popular argentina- lo es de poesías, poemas y letras de canciones, criollistas, no escogidas al azar sino reflexivamente y con determinada actitud afectivo-sentimental, conformando una óptima selección representativa.
Poesías, poemas y letras son especies casi idénticas; substancialmente lo son, más no formalmente y en cierta dimensión, conceptualmente. En el caso de las letras de canciones, tienen algunas limitaciones imprescindibles, que no poseen generalmente las poesías y los poemas, porque deben responder a una estructura musical o hacerse de modo que permita cierta realización musical. Esto no quita que la poesía o el poema no tengan música, pues en ocasiones son musicalizados.
Al leer el contenido de la tarea del autor, esto es, la recopilación, nos damos cuenta de que al usar el calificativo “criollos”, en alusión a los versos, no es para separar el “criollismo” del folclore, pues así como el vocablo poema tiene menos acepciones que el término poesía, semánticamente, el fenómeno criollista pertenece a nuestro folclore y esta palabra, folclore, tiene en su significación más amplitud que la voz criollismo, pero no tanto como para sostener –como se ha hecho- que en la Argentina, Gardel no cantó folclore sino canciones criollas. Estimo que no es correcto ni congruente hacer separaciones conceptuales tan tajantes.
De modo que, por lo tanto, creo que el autor tomó el camino correcto al designar la antología de versos criollos, que expresa el itinerario cultural cumplido en nuestra comunidad nacional, a partir de 1810 –aunque no pocos autores sostengan que el fenómeno criollista comenzó mucho después-, proceso en el que se fue cumpliendo durante muchas décadas la argentinización del arte popular, que no excluye, como es lógico y razonable, los influjos producidos por otras culturas, en la poesía y las letras populares, tanto gauchescas como lunfardas o lunfardescas, cuando no entreveradas, pues la ciudad y el campo tampoco estuvieron absolutamente escindidos y porque, asimismo, la literatura también absorbió esa franja social intermedia entre lo urbano y lo rural, de la que se ocuparan Fernán Silva Valdez y Jorge Luis Borges. Así, el verso criollo comprende expresiones gauchescas y lunfardas o lunfardescas; infinidad de éstas son de origen gauchesco.
La selección está alejada de toda actitud restringida, aunque la “versería” que transmite tiene varias señales: universalidad, calidad, belleza y reconocimiento popular, para todo lo cual el autor destinó tiempo, prolijidad, criterio y buen gusto literario, en circunstancias que no favorecen la difusión y el encuentro de fuentes convenientes, en la biblio-hemerografía específica.

Poesías de Elida Honoré.
CAMINO HACIA EL NUEVO RÍO

Es posible que mi opinión no merezca ser considerada desde el ángulo de una cierta y determinada corriente literaria, en este caso, como estimo, denominada “cultista”, dado que mi formación –humilde por cierto- ha tenido lugar en los ámbitos de lo que se llamó “popularismo” y, con más especificidad la cultura del arrabal, como parte de una cultura nacional y popular.
De otro modo: no está a mi alcance opinar con sentido crítico, técnica y científicamente. Sin embargo, advierto –y lo expreso con la libertad de expresión correspondiente- que las poesías se Elida Honoré tienen profundidad intelectual y sentimental. Contienen sus poemas hondo valor y elevada significación poética, así como elementos substantivos de carácter filosófico.
Creo también que cuando se utiliza el sentido figurativo y un lenguaje poético precioso, adquiere cierta apariencia, mínima, de academicismo, con lo cual se aleja un poco –pero ostensiblemente- del substractum idiomático popular, donde predominan las voces que son gráficas, coloridas, directas, cargadas de afectividad, todo lo cual se enerva cuando las palabras tienen el aval de la cultura en sentido genérico.
La diversidad literaria se vincula a la libertad de expresión y al fuero íntimo; y, en particular, vale que en el mundo social contemporáneo aparezcan en la creación poética elementos que son producto de una fuerte vida interior que afirma pureza y que es intransigente ante una circunstancia que arremete a la dignidad de la persona, como sucede en el mundo actual. Así, el poeta se nutre en la mitología, en el misticismo o en la heurística: hay simbolismos, términos de ámbitos alejados de lo corriente o jitanjáforas que toman distancia de la inteligencia común y corriente. Esto último no es un signo en la obra de Honoré, pues una cosa es que una voz no tenga sentido y otra que no sea vulgar.
Más, se trata de lirismo, que presenta facetas distintas según la persona que crea; en casos, a lo mejor frecuentes en determinada corriente literaria, poesía que expresa emociones o estados anímicos interiores con la natural resistencia a exteriorizar lo que está guardado en la intimidad profunda del ser, lo que es afirmado por mí al margen de la ontología o el psicoanálisis y a pesar de la sublimación que se impronta en obras de arte, de modo relativo.
Pero la riqueza literaria de las poesías de Elida Honoré es innegable, así componente como sus mensajes espirituales, incluso el socrático. Lo que no está reñido con la poesía.

MARTÍN IRON

Para escribir con Martín Iron (Juan Carlos Alecsovich) hay que tener universidad de la calle. De la calle larga, no de la cortada. Este concepto está representado por un modismo argentino, que además de tener vigencia presenta suficiente fundamento. Además, se requiere capacidad de asociación y creación; sentimiento afectivo por lo popular; asunción de las pasiones argentinistas, política, futbolera y tanguista. La vida cotidiana de la comunidad nacional tiene signos y señales, y el poeta popular la absorbe, se identifica con ella y la transmite enriquecida, se trate de la infrahistoria dramática o humorística.
Sus versos son de variadas esencias: sentenciosos, educativos y, por sobre todo, valores morales; los hechos contenidos en la poesía no se identifican con ésta ni con el autor, porque están en la realidad; el poeta los transmite con distintas modalidades y no pierden su condición de objetos culturales y de ser factos humanos, de la vida social.
En todo caso, como en los versos de Martín Iron, hay compromiso social, como en toda literatura, que es acrecido cuando el autor es más sensible al dramón o a la historieta de hombres y mujeres, diciéndolo así, en lenguaje popular y gráfico.
Seguramente su sensibilidad le ha permitido y lo ha favorecido para aprehender sicología, conocer almas y, en fin, interpretar comportamientos y el sentido espiritual de éstos, sin excluir la cuestión social y la connotación sociológica, así como la problemática planetaria.
La poesía, así, cala hondo, penetra sensibilizando y emocionando al lector; las formas son recipientes de estados emocionales, como la angustia ante la injusticia, el dolor o el agravio. Nótese que no estoy mostrando como escribe y comunica Martín Iron, sino reparando en la esencialidad de su obra, que es grandiosa, que está a la altura de las obras de los grandes poetas populares urbanos, los de la ciudad o la megalópolis. Si el lector tiene este concepto humilde en su memoria, entenderá mejor su sentido cuando lea los poemas.
Yo había advertido, antes de ahora, que Martín Iron tiene un vocabulario en el que entreveran el sencillismo de las voces vivas del pueblo, lunfardo y gaucho, lunfardesco y gauchesco, a la manera de Julio S. Canata, el poeta olvidado, de origen bahiense, exhibido en toda su preciosura, por Luis Ricardo Furlan; Canata había conocido una Bahía Blanca con elementos de pueblo progresista y zona rural, a lo mejor una franja territorial y social hermana menor de la que se ocuparon Jorge Luis Borges y Fernán Silva Valdez, con su pintoresquismo, sus personajes, usos o costumbres. Esa circunstancia imprimió el vocabulario al poeta de marras.
Para bien, la substancia poética en esta obra tiene componentes múltiples, además de lo expuesto; tristeza y alegría, ternura y una pizca de animosidad cuando se cuadra; fe e incredulidad y, así por el estilo, ambivalencias sentimentales que son las propias de todo ser.
Poeta de fronteras abiertas, no queda parcelado en una temática, ni en pocos estados del alma, pues lo que se agita en la criatura en variados estatus, circunstancias y alteraciones afectivas o conceptuales, se expresa en la forma poética.
Lo haya querido o no, en la obra hay elementos metafísicos, ontológicos y axiológicos; de los temas emergen los valores humanos del autor. La historia, el Derecho y la Justicia, pueden interpretarse por medio del arte. Hace cuatro décadas había leído yo una obra de filosofía de un autor francés, en la que trató también de la hermenéutica tal como la dejó anotada precedentemente. Con el tiempo comprendí como el arte popular, en este caso, la poesía popular argentina –y también todo el arte popular de nuestra comunidad nacional- es herramienta útil para interpretar nuestra historia y el agravio dirigido contra la persona, cualquiera sea su modalidad. Si nos detenemos a reflexionar sobre los versos de este libro podríamos entender mucho más todavía; la problemática de la cultura actual, los asuntos que componen los dramones individuales y colectivos.
Expresado todo ello de una manera también culta; y digo culta, de una cultura popular y nacional, del mismo modo que el producto académico. Las características del lenguaje escrito u oral no descalifica a la obra. Hay un plexo de reflexiones. Están vestidas poéticamente. Se entrelazan con lo expuesto e involucran a Nietzche, a Dios, a Adán, a Maradona, al Che Guevara, o a Jorge Luis Borges.
Como se ve, hasta aquí, he escrito críticamente sobre la poesía; su prosa no escapa a alguna de las peculiaridades consignadas. Pero lo que me permite un concepto estriba en una afirmación que es producto de mi convicción, asumida con disposición filosófica, pero mucho más con intuición emocional, con querencias comunes de valores humanos y ciudadanos, apego al espíritu del pueblo y si se quiera a una ideología arrabalera que surge del sentir popular, dado que el arrabal no es sino el ámbito histórico del barrio y de las gentes humildes que trabajan y que sufren, para las que escribe Martín Iron, con lenguaje sencillo, directo, ni firuletero ni metafórico, de neta alcurnia suburbana.

ECODÍAS

Al cumplirse dos años de protagonismo en la comunicación masiva de ecodías.com.ar, debo señalar los motivos que la ameritan como medio de prensa responsable, de opinión crítica y como actuación del humanismo pleno con que ejerce su compromiso solidario con la comunicación nacional.
Advierto que se trata de un periódico único en nuestro medio, por la responsabilidad, el alcance, la intención, la intención de verdad y los signos de una comunicación cultural que llega fácilmente a no pocos miles de personas que la reciben gratuitamente con agrado, satisfacción e interés particular.
Es un medio que se cimenta en valores humanos, jurídicos, culturales y espirituales; a los responsables del mismo no los guía un interés comercial sino prevalentemente la actitud solidaria en medio de la honda crisis que afecta a personas, familiares, comunidades, empresas argentinas, entidades intermedias y los altos objetivos vinculados al bienestar, la paz, la justicia social y, en fin, los derechos humanos.

ACERCA DE LOS POEMAS GAUCHESCOS DE FEDERICO FERNÁNDEZ.

En ocasiones, distinguir vocablos y conceptos es útil para hacer designaciones de circunstancias diversas, para lograr más precisión y especificidad. Así diciendo, poesía gauchesca la que hizo el gaucho, y gauchesca es la que hicieron los que no eran gauchos pero utilizaron su vocabulario para la expresión oral o escrita.
De modo que aquí he de opinar, con la humildad del caso, sobre una poesía gauchesca, pero, como sucede con las ideas y pensamientos y con la libertad de los seres humanos, las situaciones se desdibujan ante los variados modos de ver y discurrir, como cuando recordamos que Lucio Mansilla diferenció al gaucho del paisano: el primero fue libre y con alguna característica que no desdeñó Federico Fernández, y el segundo, es el hombre aquerenciado, con familia y trabajo.
Es bueno saber que la literatura gauchesca comenzó también, y principalmente, con elementos de crítica social y política, en tiempos en que no se había extendido el uso del término “corrupción”. Me refiero prevalentemente a la versería de esa génesis. Incluso la expresión “literatura comprometida” o “social” o “de protesta”, podrían tener dos interpretaciones: una, específica, con lo ya apuntado, y otra, genérica, porque toda obra intelectual contiene un sentido, el cual puede aceptar o no la realidad y la actualidad, y, en consecuencia, en todo caso, siempre, es un compromiso social.
Pero es relevante que, a más de dos siglos de existencia del género gauchesco, aparezcan brotes de igual naturaleza, pero con la frescura de una vida nueva, distinta de modo relativo, aunque apegada a la tradición de un pueblo y a los valores propios, genuinos del ser nacional argentino, con el hecho social y político nuevo y con los signos de la cultura contemporánea.
Todavía más importante si quien expresa es un joven escritor, poeta; y si se trata de poesía que es popular en el sentido que es para el pueblo, y para que sea del pueblo, la creación contiene idioma vivo y popular.
Ya se advierte que estoy opinando sobre las poesías de Fernández. Es una literatura que sigue una línea histórica para asumir un tipo social que, en la conceptuación que realizó Oscar Conde, es “el símbolo del sentimiento nacional argentino”.
No vale la pena hablar de defectos porque puedo equivocarme fácilmente.
¿Acaso José Hernández no destacó a los suyos, en su obra nacional? ¿Qué es lo que entonces importa sino el homenaje, la creación, las emociones y sentimientos que transmite el autor?. Interesa, asimismo, la continuidad del testimonio de es nuestra vida, nuestra esencia, nuestra realidad que es la historia, en la que pasó el gaucho como protagonista, del que ontológicamente mucho tenemos los argentinos, en espíritu, en vocabulario, en modos y gestos y un largo etcétera.
Las marcas que tienen los poemas me conducen a creer que ya es un libro, y si la falta de orgullo del autor hace que no lo vea así, pues que sea un folleto, siguiendo la tradición de los fundadores de la poesía gauchesca; en ese caso es un deber comunicarlo, brindárselo a la gente, y presentarlo públicamente el mismo día en que se conmemore una festividad patria, porque de esta manera el camino será uno solo, porque lo merece, y con lo cual se enriquecerá la afectividad del autor y el civismo del autor se confundirá con el civismo de los actores que merecen recibir la obra, pues por algo tiene el sello de lo popular argentinista, criollo, con el significado que a este vocablo le damos usualmente en nuestro país.
Las poesías de Federico no merecen corrección alguna, por tales motivos, ciertos académicos o preceptistas podrían restarle importancia. Cervantes había escrito: “Después de las tinieblas, la luz”, creyendo que su Don Quijote sería descalificado. Francoise Villion no podía ser poeta siendo delincuente, lo mismo que Andrés Cepeda, de preciosa poemática grabada por El Zorzal Criollo. La preceptiva criticó mal a May, en Alemania; a José Martí, que usó ciertas formas o recursos que afectaban al idioma español, etcétera. Los “cultos” rechazarían hoy a El gaucho Martín Fierro, si en vez de haber recorrido mucho más de un siglo y leído en pulperías y almacenes de campaña, apareciera hoy día. Pero resulta que sus versos son de una cultura nacional y popular y además es la nuestra y, a más, marcaron un itinerario, y de la siembra emergen constantes frutos, en renovadas circunstancias, con la creación de los jóvenes, con los usos, costumbres, ideas, querencias y valores producto de la libertad concedida por la Providencia, sin la vanidad de los “grandes” autores de inextricables metáforas o cultores de la gramática normativa.
Lo que he expresado en esta recensión está respaldado por innumerables nombres de autores, obras y referencias en la bibliohemerografía española y, más, hispanoamericana, que exhibió la interminable controversia y trasladó la díada cultismo/popularismo, a la literatura argentina, gran parte de la cual prefirió la temática foránea antes que la que absorbe la circunstancia propia, desconociendo el fenómeno criollista, extendido al teatro, a la literatura, la música, la canción, y, en fin, las demás manifestaciones del arte popular. Esto fue magistralmente explicado por Alberto Vacarezza, Homero Manzi y Arturo Jauretche, al analizar el coloniaje pedagógico y cultural, y, en mi opinión, algo más, de yapa, el hecho de haberse alterado la semántica de la palabra “criollo”, en una comunidad nacional, la nuestra, que forma parte de una región afrolatinoeuro–amerindia, y reconocemos creadores, en el ámbito del arte, de variados orígenes, tanto en la ópera como en la payada (con cultores negros, españoles e italianos), pero comprometidos con el ser nacional argentino.
Opinando, en particular, sobre el poemario de Federico Fernández, no es superfluo señalar lo que leemos con alguna reiteración, en el sentido de que la creación literaria es buena si emociona. Esto se da aquí. Y, más, las poesías, en mi entender, están bien construidas, demuestran capacidad de observación de los hechos y de la vida cotidiana, todo lo cual es enlazado en una síntesis que ofrece rima, musicalidad y ritmo; algunas podrían ser fácilmente adaptadas o engarzadas a estructuras musicales, en el cantar cifrado, payadoril o milonguero.
Sí parece superfluo estacar el talento del poeta, en ese caso, porque salta a la vista. Bahía Blanca tiene ahora dos poetas gauchescos que cultivan óptimamente la poesía comprometida, pero poco y mal es decir, así, a más, porque para ser más preciso habría que decir: “comprometida con nuestras tradiciones, con nuestra idiosincrasia y con el ser nacional”. Sí, dos, por lo que sé: Federico Fernández y Martín Iron.

OSVALDO PERTUSATI: POESÍA CON ALMA Y VIDA

“Recuerda que con frecuencia duerme en nosotros un poeta siempre joven y lleno de vida”. (A. De Musset).
Más todavía, también está dentro de cada ser el filósofo, el que ama la verdad, el humanista, el héroe espiritual, el guardián de los valores humanos y mucho más que se enlaza a la creación poética.
Todo esto despertó en el fuero último de Osvaldo Pertusati y comenzó un día a expresarlo, con autenticidad y unción. El poeta no piensa –ni tiene por qué aceptarlo- que para serlo haya que graduarse en el sistema educativo superior, que, como lo escribió H. G. Wells, limita el pensamiento libre, y como lo creo yo –con la humildad del caso- pone los sentimientos en prisión.
Nadie va a cantar con profundidad la esencia de las cosas y la naturaleza del ser como el poeta. El poeta de que me ocupo ahora es una comprobación. Más vigorosa en el fontanar de la Fe: los poemas llegaron a manos de Juan Pablo II, que manifestó su agradecimiento por intermedio de Monseñor J. B. Re, ante un “elocuente gesto”, y la esperanza del testimonio de valores cristianos de reconciliación y amor fraterno en la sociedad argentina.
De sus versos derivan y afectividades, dolores y dramas comunes a todas las gentes –causados por un indefinido agravio, lo que es decir injusticia, falta de amor, ausencia de paz, la certeza del deseo de un mundo mejor y del respeto a la dignidad humana, la de la mujer, la del niño, la del hombre, cualquiera sea su estatus. Vida y naturaleza están presentes en la versería, así como los deseos fervientes de encontrar nuevos itinerarios, de aguzar la sensibilidad ante ausencias y llantos, o ante el deber de preservar los sentimientos fraternos y la armonía de las circunstancias, en la familia, el barrio, la comunidad nacional y su destino.
Reconocido en varias instituciones, recordado por Berta G. De Lejarraga por su calidad intelectual y moral, merece hoy que se destaque públicamente su inclusión en el tomo 4 de la antología de la Editorial Nuevo Ser, “Escritores Latinoamericanos 2003”, con ocho poesías.
Reside en Bahía Blanca, pero esto es poco decir: vive aquí, con la sencillez de un hombre de trabajo que fue invariablemente y su capacidad de siembra para la vida digna. Lo cruzo de tanto en tanto. La bondad brota en su mirada, la humildad de sus silencios, y la bonhomía de su figura, su andar y sus gestos.

PUERTO: “EL CORAZÓN AL SUR”
“y hay un barco que vuelve del mar
con un dulce pedazo de cielo”.
               (C. Castillo: La cantina)

El puerto y los barcos traen nostalgias y mucho más. La historia del tango y sus letras informan sobre ello: desde la niñez  de Gardel, purrete propenso a vender diarios y cajitas de fósforos en el ámbito porteño, posiblemente por los sentimientos que se agitaron en su espíritu cuando llegó a un puerto lejano, desde Toulouse, para renacer en Buenos Aires.
¿Quién Se siente tocado por la sentimentalidad que despierta el puerto? ¿Cómo habría estado José Edigio Conte a escribir el libro Mi vida y pasión por el Puerto y recordar, como lo hace, desde que era pibe, su propia leyenda y desde que su otra pasión, el tango, lo empujaron con la mano de Dios, a tocar el bandoneón?
A los doce años de edad ya tocaba en la orquesta “Los Rítmicos Whitenses”, dirigida por “Melón” Troncoso y debuta en la “Sociedad La Siempre Verde”, cuando el Cacho Crudelli (Roberto Achaval) era violinista.
El libro de Conte es una autobiografía alimentada con verdad, con realismo y afectividad, desde lo simple, lo sencillo, lo cotidiano y vital, y presenta además los signos inequívocos del trabajo fecundo, en el puerto, en la actividad portuaria.
Lo hizo con espontaneidad y refleja su actitud y su convencimiento de humildad. Empero, contiene substancias de grandeza y abnegación, las de las gentes que hicieron las bases de un país para altos destinos, que habían observado y precisado los ojos, los oídos y la inteligencia de Vicente Blasco Ibáñez –que se imaginaba un gran país a cien años, en 1928- y de Ortega y Gasset –asombrado por la voz de Carlitos, en “El Tortoni”: “Este muchacho pinta el dolor callado de la madre que sufre”, con lo que exalta la significación cultural de la Argentina. Se podía ver, entonces, desde los caminos, los campos, y desde una mesa de café, la potencialidad cultural.
Están contenidas en la obra de Conte la historia grande y la historia chica, de Ingeniero White y su puerto, la de Bahía Blanca, con sus personajes, sus usos y costumbres, sus cosas culturales, propias de un tiempo preciso y, en fin, se trata de un relato real, propio de una autobiografía, aunque se aproxima en apariencia a una saga, de modo relativo, por su colorido, graficismo y su transmisión de vigorosas emociones y vivencias personales, familiares, sociales y laborales; éstas últimas en un ámbito de fraternidad y responsabilidad, de trabajo y valores humanistas.
Debo declarar mi empatía. Cuando yo tenía casi cinco años de edad mi madre me enseñó a leer con “La Nueva Provincia”; al comenzar la primaria, mi maestra preguntó quién sabía escribir y levanté la mano, pasando al frente para escribir en el pizarrón libremente: ”EL PUERTO...”. “-¡Ah... no!, dijo la maestra... ¡con letra de imprenta no!”. Interpreto que los “misterios” del puerto me atraían. Pasaron los años y sin ser un especialista, ese mismo diario me publicó, mucho tiempo antes un artículo en pro de la creación de un consorcio de gestión portuaria y de la municipalización.

CALLECITAS DE MI CIUDAD

Tal es el título del libro de Claudio Calleja, ex cantor de tango en Bahía Blanca, hoy investigador, escritor, historiador de su ciudad de adopción –Viedma- y periodista radial, especializado en el “gotán”, al que, como se observa, nunca abandonó, persistiendo en una antigua pasión raigal.
El autor ha publicado esta obra, Callecitas de mi ciudad, reseña histórico-cultural de la denominación de las calles de Viedma. Pero lo importante es señalar que cumplió su propósito –más que dar referencias objetivas-: esclarecer hechos y circunstancias, dibujar personajes que “con su empeño personal, han hecho posible en nuestra patria y –principalmente-, en nuestra comarca” un lugar para crecer y madurar.
¡Como si fuera poco! Como en el grafito escrito en el frente de la casa de Gardel, en Buenos Aires: “En vez de llorarme, aprendan a crecer”.
Pero las callecitas de Argentina motivan, emocionan, generan sentimientos y recuerdos que promueven nostalgias; evocaciones cívicas, denodados quehaceres en la adversidad y en las buenas; facetas culturales y personales que informan de la ejemplaridad del pasado.
Mucho y bueno debe decirse de la obra y de los libros de esta naturaleza. Se impronta la historia, se enriquece la personería de las ciudades, se siembran lecciones de educación cívica y cultural, se enseña la geografía y el paisaje urbano y cada artículo se convierte en una glosa de novela y hasta, en casos, leyendo lo escrito por Claudio Calleja, uno camina como escuchando bajito las melodías de un tiempo que pasó y que es realidad, pero con alma y vida. Un vigoroso entrevero, con la presencia de Ceferino, de Gardel, de Manzi o de Don Bosco.
Callecitas de mi ciudad es una muestra enciclopédica de la vida lugareña y una parcela de enseñanzas llegadoras.

MARTÍN IRON

Martín Iron es el seudónimo de Juan Carlos Alecsovich, investigador, escritor y poeta bahiense, con una vasta y ponderable obra, de contenido diversificado pero con un denominador común.
Utilizando los tecnicismos tradicionales podría ser calificada “literatura comprometida”, o de carácter social o “de compromiso”; aunque ello, comúnmente, apuntaba a cierto sentido, es dable afirmar que toda literatura implica un compromiso y, siendo comunicación social, no queda en los anaqueles de su autor y creador y se dirige a toda la comunidad.
De los varios libros conocidos emerge la expresión en prosa o en verso, cuento o testimonio que se compadece con una realidad interpretada con valores humanos, con nobles intenciones, con vocación de verdad, con apego ferviente a valores nacionales y sentimientos comunes que muy difícilmente pueden ser objetados.
Historia, literatura y política –en todo caso social, que es la arista que exhibe bienestar como fin de toda buena política- se ponen de manifiesto con un vocabulario que es la síntesis de nuestra cultura nacional y popular, a la que no es ajena la gaucha o gauchesca, la lunfarda o lunfardesca, en la que tienen protagonismo nuestro tango y nuestro folclore y, a más, es loable que Martín Iron cante, a su modo, a la Argentina, a su región, a su ciudad y a su gente, sin olvidarse de Dios y de la Patria.

HEREDAD DE LA ESPUMA

De Horacio H. Goslino,
Horacio H. Goslino escribió, como subtítulo: “Poemario inconcluso hasta que llegues”.
¿Acaso no son siempre inconclusos los poemarios? La inspiración, la vena artística y literaria crea y recrea; el fontanar del ser que produce el objeto cultural se enriquece constantemente. Mi pregunta cabe también para toda obra de un escritor, que es universalmente la extensión del espíritu.
Como lo enseñó y puntualizó Leo Buscaglia, cambiamos a cada día ínfimo instante y, por lo tango, la fuerza que genera los frutos, se incorpora a éstos substancialmente, porque la obra, es, entonces, un reflejo del mundo interior y acrece en su valor en nuevas creaciones.
Quiero decir, más en la persona de Goslino y alejándome del sentido especial con respecto al poemario inconcluso, que la obra es inconclusa y siempre esperamos sarmientos y brotes que distinguen a una personalidad, un estilo, un sentimiento.
Esa frase del autor me ha permitido, como excusa, para anotar algunas generalidades sobre el autor y su obra. Porque advierto que hay en ello madera y fuego, vocación inmarcesible, substancia raigal, riqueza estética y querencias infinitas, profundas, que es flor y es miel, y, a más, una balumba de cosas y, permítaseme también la expresión, lindezas con hermandad, esperanza y ensoñación; cosas que ennoblecen, para todo lo cual siempre encuentra caminos su expresión, en estructuras, formas y lenguaje poético.
Puedo decir, por lo poco que sé, pero con mi afectividad, mi sensibilidad y mi intuición y comprensión, siguiendo su comunicación escrita, que sus versos son bellos y vigorosa es la conciencia de la sangre que se prolonga en los que vienen desde la espiritualidad y materialidad raigal de los que estuvieron y que nos acerca al concepto de los analfabetos filósofos hindúes y africanos –la humanidad es una sola- y asimismo al aserto de Unamuno: la humanidad es una sola y también la vida humana, siempre protagonizando una aventura y un plan, aunque cada ser individual caiga como caen las hojas en cada otoño.
Lo vi a Goslino recitar su propia poesía y al oírlo sentí que ella y él constituían un solo ser, con autenticidad y con amor, y la lectura me informó del porqué del poemario inconcluso.
Llamadas, un patio, gestos varoniles, trenzas y zorzales, la inocencia del sol, luna y enredadera, semilla, rocío, verdor, vitales impulsos y una conjunción de frases y expresiones que están en unos pocos poemas, no más, que forman una tenue muestra, de, según unos de sus versos: “cierto dialecto/ más allá de la sílaba/ ideogramas tatuados en la célula/ vos y yo entenderemos las señales de este lenguaje nuevo”.
Hemos transitado las partes y hemos pasado la anunciación, el desprendimiento y aguardo, el regreso y la proximidad. Ya la lluvia cayó “nuevamente tenue en la garganta de la noche” y “miles de las tamborileando el cielo/ recordaron los signos acordados”. La imaginación vuela, mezclándose el sentir con el pensamiento: “Estoy pensando formas de trenzar tus caricias/ con un pulmón de alondra en el cráter del alba”.
El idioma de los tiempos se enriquece con el vocabulario poético; las metáforas y anejamientos de palabras se tejen con lirismo y subjetivismo fundantes, fundadores de imágenes y enérgicas querencias desbrozadas de rutinas sentimentales. Quiero decir: una poesía propia, con personería, con estilo libre y específico; no permite hablar de un influjo como no séale que emerge del fuero íntimo. Vida, amor, herencia de la sangre, significan: Candela.

LA BURLA DE LA REALIDAD
TANGOSOFÍAS

Por Roberto Aizcorbe
Existen circunstancias en que resulta sumamente grato comentar un libro. Y este es el caso, con sorpresas y asombros, así como con el convencimiento de que su contenido y substancia transmiten innumerables facetas que merecen destacarse, con indudables reconocimientos.
La glosa de la contratapa merece ser transcripta aquí, máxime que con ella estoy completamente d acuerdo, y con la seguridad correspondiente al cabo de la lectura de la obra; y no una lectura común, porque la profundidad del conocimiento que refleja obliga a aprehender de modo reflexivo, al cual uno está determinado compulsivamente.
Desde mi escorzo y por mis motivaciones intelectuales, que se compadecen con las de un lector tenaz, que ha comprobado el aserto de Aristóteles en cuanto a la felicidad que da el conocimiento, lo primero que quiero destacar de La burla de la realidad es que genera impulsión constante con nexo al acto de pensar y razonar; más, abre fronteras mentales nuevas, o poco advertidas en la bibliohemerografía; digo, de otro modo, que, acostumbrado al pensamiento crítico y a rastrear en el submundo de la realidad y del conocimiento, el libro enseña –no sé si ha sido así concebido- una mayor amplitud lógica y una modalidad distinta de razonamiento que nos conduce a la verdad, o a lo que más puede aproximarse a ella.
Veamos esto con mayor detalle. Hay aquí una actitud estructuralista, filosóficamente hablando, despojada de los neoestructuralismos con los que algunos han querido demostrar, alterando, las bonanzas de doctrinas científicas que a la luz del conocimiento actual han quedado sin suficiente respaldo.
Se trata, además, de una actitud que indaga en el “submundo”, en la intimidad recóndita de la vida humana, la cultura y la civilización, con lo que se descubren falsedades y las causas reales de resultados propios de una evolución en la que históricamente se van fortaleciendo los mitos, la mentira, la mala fe y la injusticia.
Se trata, también, de descubrir las formas actuales del mal, las de origen desconocido y las de origen conocido, en la medida que se rastrean en la naturaleza y ejercicio del poder, de la crematística, de “las trampas del Azar” y, agrego, interpretando el libro, de las trampas del egoísmo y de las patologías de unos, basadas en la inocencia, la ignorancia y los sueños de muchos.
Advierto que Roberto Aizcorbe, escritor, periodista y pensador, afianza sus ideas en fuentes relevantes de la filosofía, la historia, la teología, las ciencias, así como en los hechos sociales y literarios nacionales, ya que del tango se trata, en lo que deseo reflejar en la presente recensión.
Parece empedernido y escéptico, o  demostrar una arista pesimista de la realidad, pero habla de la burla de la realidad y lo que hace es describir con razones. En mi hermeneútica, estimo humildemente, que las formas del mal no deben ser ubicadas en un plan de absolutización y que, después de todo, debemos agradecer al cristianismo el habernos dado posibilidades de ejercicios de valores humanos, espirituales y culturales, con las que se atempera la burla de la realidad y se abre el horizonte factible de libertad, de esperanza y razonabilidad en la concreción de la ilusión.

POESÍA CON AUTENTICIDAD

La poesía de Susana Moreno está acreditada por varios motivos: su contenido, sus rasgos y sus circunstancias. Es decir, por su esencia sentimental y afectiva, enriquecida por su propio derrotero vital; por el carácter socialmente comprometido, su ligazón con los seres humanos, los ámbitos comunes y lo que anida en el espíritu de la gente. Esto es, comunes denominadores y, a la vez, la individualidad de cada leyenda personal. Tal es lo que emerge de sus libros.
No se trata de su consecuencia con los ritualismos de la cultura o de la preceptiva literaria, sino de “la huella del propio andar”, según su propio verso, de las vigorosas emociones, de las cosas sentidas, que no son las cosas inmóviles sino las que laten y se agitan por causa del dolor, la alegría, el agravio o la recompensa.
Lirismo o elegía es poco decir ante una conjunción de ideas y estados del alma que restallan con vigor en la expresión, ondamente humana y libremente poética; alejada de lo ritual y sin el propósito, quizá, de alianza con la música, a más de los elementos que la acercan a ésta, la substancia de los poemas se acercan y se funden con la del tango.
Y por eso, Susana Moreno escribe y actúa su sentir de muy variadas formas. A más, canta; y canta al hablar; y habla cantando una universalidad donde el protagonismo lo tienen el amor, la amistad y las raíces de nuestra idiosincrasia; nuestra nacionalidad con los usos, costumbres, tradiciones y con los exponentes que son representativos, personas o productos culturales, objetivación de la creatividad de los argentinos, vinculada a la música, el barrio o las instituciones sociales donde se va moldeando nuestra personería, como lo es el café o las señales de nuestro ser histórico, con inclusión de nostalgias, miedos, soledades, orgullos y pasiones.
La poesía de Susana Moreno nos acerca más a la vida y nos aleja de la literatura que muestra con imaginería los antagonismos argentinos y por lo cual la literatura se enerva ante la parcialidad y el fanatismo.

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