Eduardo Giorlandini
A mis familiares y amigos sicilianos
de la región siciliana y de la Argentina
Editorial Raigambre
Buenos Aires, 1997
Una parte de los variados contenidos de "Hermano Sur" se relaciona con la inmigración siciliana, en la Argentina, donde Bahía Blanca es el centro ostensible de la trama de su creación literaria.
Alternan en la urdimbre la historia de varias familias sicilianas, emigrados radicados en la Argentina, a través de varias generaciones y a partir del año pasado.
El Maestro Eduardo Giorlandini revela una muy profunda y sutil comprensión del alma, la historia y el proyecto vital de lo que define como la "sicilianidad".
El itinerario de los personajes informa acerca de componentes reales y de ficción, apareciendo involucrados en hechos políticos como sociales, que conmueven, agitan el espíritu y agudizan la sensibilidad. "Hermano Sur" implica un nexo, exhibido por la Historia, la relación Sur-Sur, en la que el autor parece estar hablando de su propia familia y de su propio destino, con profundo amor y con dejos de nostalgia.
No podían estar ausentes en esta narrativa la naturaleza del ser siciliano, sus sistemas de valores y de vida y muerte, la hermandad y la solidaridad, el significado de la tierra y la sangre, el silencio y el cuidado del secreto, la suavidad y el respeto propios de los hombres del Sur, del mediodía italiano.
Pues: "Uno quiere más a su tierra y además, con los años comienza a querer lo que alberga generosamente... Luego hay dos patrias, aunque en las entrañas se sienta emoción y nostalgia por el lugar donde nacimos y crecimos".
Tampoco falta en la obra el signo trágico del arraigo y del desarraigo, aunque para Sicilia todo siga igual. ¡Siempre! Empero, el autor pone en la boca del personaje, abate Ruggero Ciarlantti: "El futuro es ahora. Nada cambiará excepto lo que informo sobre la naturaleza de la sicilianidad y la potencialidad que encierra en la cripta de su alma colectiva. Ella se abrirá un día y mostrará al mundo su poder". Además de emocionar, reiteradamente, la obra de Eduardo Giorlandini, hace visible su erudición y sus notables dotes literarias, que lo enaltece como un espíritu con señales renacentistas.
Es "Hermano sur" una obra fecunda y conmovedora, de hechura obligatoria para todo aquel que ame la buena historia y la buena literatura.
Alberto Vercesi
Docente de la Universidad Nacional del Sur
A manera de prólogo
Prologar libros es tarea de idóneos. Pero no puedo sustraerme a la tentación de opinar exhibiendo el ya honroso título de veterano lector de la obra de Eduardo.
Con esta última irrumpe el novelista que hubo siempre en él y conjugando lo social, lo histórico y lo anecdótico más sus conocimientos etimológicos obtiene esta gesta (cuasi diáspora siciliana) que lo acerca con tono didáctico al naturalismo de Emilio Zola.
Es así que podemos reflejar en algunas de estas páginas, algunas historias de nuestros abuelos, pues el mayor mérito de esta novela, es mostrar una saga determinada y ser a la vez un paradigma de otras colectividades, como así la síntesis del período aluvional argentino. No hago más que reconocer el carácter universal de Hermano sur y pensar a su vez la posibilidad, en virtud de sus imágenes, de llevarlo a un guión que posibilite una realización cinematográfica.
Héctor Ricardo Margo
Ex-Subsecretario de Cultura
de la Municipalidad de Bahía Blanca
PRIMERA PARTE
I
Hacia 1888 Giovanni había contraído matrimonio con Felipa, fulminado por el rayo siciliano, como así se denominaba en Montelepre, como en toda Sicilia, a una causa misteriosa, que aparece intempestivamente, que hace que un hombre quede profundamente enamorado de una mujer. Por ese entonces, continuaron con sus raíces en el mismo pueblo, el que contaba con unos centenares de habitantes, tan sólo. Para lo que eran las distancias, los transportes y el espíritu de esas gentes, en aquel tiempo, no podría decirse que Palermo estaba a tiro de piedra. Apenas unos kilómetros. Demasiados para la gente del sur, apegada a la tierra, incomunicada del resto y sin predisposición para cambiar de lugar. ¡Después de todo la isla es tan grande! Es una región. Más todavía, es la nación siciliana, con sus peculiaridades intensas y vigorosas, con su historia roja, con sus leyes singulares, su conciencia colectiva, sus montañas y su sol, que en témpora quema como fuego.
En esta terra nata, Giovanni pertenecía a los terruni, los trabajadores que no tenían especialidad, pero se sentía atraído por la construcción. Los castillos, los palacios, las iglesias y las grandes obras le causaban un influjo notable. Poco tiempo pasó, desde su casamiento, hasta que tomara la decisión de radicarse en Mazzarino, no sin antes pasar por Nicosia. Informó de su decisión a su mujer, que la aceptó dócilmente, y a las famiglias, donde la noticia causó cierta conmoción, además de que era casi un arcano el motivo de semejante travesía.
Para Felipa era como una aventura, deseada en su intimidad. No conocía Palermo siquiera, pero tenía noticias del reflejo cultural de los siglos y le había impresionado fuertemente el águila, el emblema palermitano. Así que, pensaba, esta ciudad podía estar en el itinerario y convencer a su marido para afincarse allí. Total, no estaba en claro cuál era la razón de su desarraigo. No creyó la posibilidad de indagarlo porque en ese sur, l' omu ch' e omu nun rrivela mai, mancu se avi corpa di cortella, "el hombre que es hombre no revela nada jamás, aunque lo apuñalen", y la mujer, dueña y señora en su casa, jamás se mete en las cosas del hombre. Solamente alguna que otra sugerencia.
-¿Pasaremos por Palermo, Giovanni?-preguntó, como distraída. El contestó afirmativamente, con voz sedosa y dulce, como si en medio de su recóndita tristeza asomara un poco de euforia o alegría. Y así fue. Pero antes del emprendimiento ocurrió un hecho en el predio que laboraba la familia de Giovanni, los Giuliano. Un Hombre había aparecido muerto en un pozo de agua. Se decía que había sido muerto porque lo encontraron robando. También, que se había caído accidentalmente. Giovanni fue detenido, como sospechoso de esa muerte, y al poco tiempo liberado. Sobre ello, Felipa tampoco había preguntado nada. La verita si dici a lu confisuri "la verdad se dice solamente a su confesor".
Esto era algo de infrahistoria. Todo era infrahistoria en Montelepre. Hasta las cuevas donde en un tiempo se había escondido Espartaco. Pero la capital de la regione era pura historia. Cuando Felipa preguntó a Giovanni sobre Palermo, él le dijo muy poco, pero algo, sí, expresó como enfervorizado:
-Allí, en 1282, se iniciaron las Vísperas Sicilianas. Los sicilianos, advertidos por las campanas de las iglesias, al unísono, salieron a degollar a los invasores franceses y a cuanto ser connivente o solidarizado con ellos, ¡Morte alla Francia, Italia anela!, "Muerte a la Francia, Italia Anhela!". En la sigla: M.A.F.I.A.
II
Llegando a la ciudad capital Felipa Pagano seguía admirando el paisaje, pronunciadamente montañoso. En el lado este los esperaban parientes de ella, a quienes hacía muchos años que no veía y que seguramente reconocería. De cualquier manera, el vínculo de sangre une a la gente como las hojas de la cosca.
-¡Los naranjales, Giovanni! -exclamaba, señalando con la mano semi-abierta y esbozando una sonrisa.. El le contestaba como siempre lo hacía, con parquedad y, al mismo tiempo, delicadeza, conciente del significado de la mujer y sin renunciar a la actitud autoritaria y paternalista y a los hábitos y prejuicios que hacen al honor y a las buenas costumbres.
-La Cuenca de Oro, Monreale, el Monte Pellegrino... -balbuceaba Giovanni. Había escuchado de un paesano que era este el promontorio más bello de todo el planeta. Aunque no lo demostraba, él también sentía admiración. Su pensamiento y su mirada puestos en la lejanía viajaban más todavía. No lo veía pero hacia allí apuntaba su atención; cerca, nomás, estaba el mar... el mar Tirreno. La ciudad era magestuosa. La más populosa. Parecía tan antigua como el mundo, con sus preciosos monumentos y las catedrales seculares.. Las callecitas sinuosas y serpenteadas. Se hacían ostentibles el arte de los siglos, la riqueza del mar y de la tierra, el misterio que rodea a sus habitantes, nutrido de silencio, de intriga y sometimiento a los invasores de turno y al propio modo de ser. Empero, esto último complace, no lastima, es la esencia y la existencia.
Cuando llegaron a la casa de los parientes fueron hospedados en una pequeña habitación preparada para ellos. Una cama matrimonial de hierro, con respaldo alto; un gran baúl sin manijas ni accesorios, un banco largo y una silla. En las paredes algunas imágenes religiosas y, sobre una repisa, una pequeña Virgen. Del lado del respaldo un crucufijo.
-Mañana debemos ir a misa -dijo la mujer.
-Debemos acomodar las cosas- agregó él. Las pocas cargadas en el carruaje no daban la idea de una emigración definitiva; de las personales, se hallaban las más importantes y necesarias.
Al día siguiente caminaban por las angostas calles del viejo Palermo, observando a su paso los animales que salían de algunas viviendas; los puestos de frutas, hortalizas y pescados. Parte del empedrado mojado, sobre un relieve irregular, los hacía caminar como resbalando. Ropa tendida en los frentes y, en las casas de dos y tres plantas, el balde con la roldana para acercar los objetos entre una ventana y la vereda. Vestudez en los edificios, desprolijos y oscuros. Estas calles no eran Vía Roma o Re Ruggero.
- ¿Tienes miedo Felipa? - disparó Giovanni.
- Si, no sé qué pasa - respondió.
- Siempre se tiene miedo a lo que se ignora - acotó él. Y agregó:
Todas las cosas tienen un camino... un destino. Está bien la Fe.
Iban camino a la Iglesia. Había mucho por qué pedirle a Dios, a la Virgen y a Jesús. Las gentes de esta terra trágica, que es Sicilia son las más cristianas del mundo. La pobreza, la represión, la tortura y las crueldades que se enseñorearon en el tiempo, generó silencios y violencias, tendencias separatistas y apoyo en el Señor. Después que la isla constituyó con Nápoles el reino de las Dos Sicilias, en 1860 fue invadida por Garibaldi y quedó unida al reino de Italia. El movimiento separatista en favor de la independencia siciliana hizo componer a dos sacerdotes del movimiento el Pater Noster de las Gentes de Sicilia: "Padre nuestro que estás en los cielos, a nosotros que sacrificamos tu nombre, que honramos tu reino, que hacemos según tu voluntad, danos el pan cotidiano, fruto de nuestro sudor y de la tierra que Tú nos has concedido; perdónanos como perdonamos a aquellos que nos han explotado hasta hoy; y no nos dejes caer en la tentación de sujetarnos otra vez a las cadenas exclavistas que hemos roto para siempre y líbranos del mal unitario. Así sea". Por mucho tiempo, en las iglesias, se oía este padrenuestro a chicos y grandes, santos y mafiosos, hombres y mujeres vestidas de negro, de pies a cabeza.
-Felipa..¿te asombran las cosas que ves? Esto que los ojos ven desaparece en un pestañeo. El alma ve siempre.
III
Después de la caída de Juan Manuel de Rosas, en la Argentina, se suscribió un tratado de inmigración con el Reino de las Dos Sicilias. Los hombres de la isla comenzaron a sentirse atraídos por América. Con el correr de los años habría de desatarse una poderosa corriente emigratoria sur-sur. Inicialmente, según el tratado, solamente salían los condenados, ya sea por delitos comunes o políticos y, a pesar de tener ya la Argentina su Constitución Nacional, se había acordado que a los grupos que se radicaran en ese país se les aplicaría la legislación del reino de Nápoles.
En el país austral se fomentaba la inmigración, porque se necesitaba mano de obra barata, tanto para las industrias extractivas agropecuarias como para la incipiente industria urbana vinculada a las primeras.
En Sicilia sucedían años de turbulencia, de motines y revueltas.Epocas de penurias, en el campo y en la ciudad, en la agricultura y en la industria. Sofocan el capital extranjero, por un lado, y, por otro, el propio capitalismo nacional del norte. Los grupos socialistas y las organizaciones de trabajadores, de la ciudad y de la campaña, se hacen sentir, en la defensa de los intereses propios. Estas organizaciones fueron los fasci siciliani. Fasces era el emblema de autoridad en épocas del Imperio Romano. Significa "haces". Era sinónimo de sindicatos, por el 1894 inclusive y exhumada la palabra décadas después.
Giovanni, como tantos, abrigaba un sentimiento separatista. Más, pensaba en la inutilidad de todo esfuerzo, de toda lucha. A lo mejor habìa que abandonar la tierra, tan amada, para no volver nunca, nunca más. Pues quien se va y vuelve queda enraizado sin retorno, hasta la muerte. Estaba convencido que emigrar era una herida profunda, en el alma. Una tristeza infinita embargaba su corazón. El dolor de la separación del entorno, del paisaje del que la creatura forma parte indisolublemente, y de la familia, penetraba en las entrañas de Giovanni cuando pensaba en Sudamérica. Esto mismo estaba sintiendo porque había dejado Montelepre, su paese, su pueblo, donde había muchos Giuliano y Pagano. Pero en Sicilia no se podía bregar por el bienestar. ¡Nada cambia en la isla! Se acordó de un adagio de su padre: "La piedra que rueda no cría moho". Se sentía custodio de su propio desconsuelo. En poco tiempo habría de nacer su primer hijo. Seguramente iba a nacer en Sicilia. Pero creía que podía crecer y trabajar en América. Y a lo mejos retornar después. ¡Tan lejos está el otro sur!
No ocultaba, no podía ocultar su pena. Los parientes trataron de animarlo con una buena comida y un buen vino:
-La vida y la libertad son un bien supremo- expresó el cugino, en tono filosófico en lenguaje sencillo, con la cultura de los siglos, improntada en el espíritu de la gente.
-El alimento es un don, un regalo, una gracia. Cada vez que como lo agradezco y creo, a veces, que es un enigma todo lo que mandamos a la panza- abandonando el tono filosófico.
-Comeremos bróccoli saltado, queso, pollo asado, con aceitunas, morrones y ajos en aceite, ricotta, manzanas y uvas.
El vino siciliano caía como un pañuelo de seda sobre la copa de Giovanni. Las uvas arrastraban la certeza de que en ellas estaba contenido el sol, el sol de Sicilia. Giovanni sentía renacer la vida. Esto también lo ataba a su tierra. Con la idea fija en un largo derrotero, trataba de indagar si en otro lugar recibiría, junto a su mujer y a los hijos que llegarían, los mismos beneficios.
-Toma vino Giovanni, que te alegrará el corazón. Así debe ser, aún ante lo inevitable...Mira...Si además te preocupa el asunto del hombre muerto en Montelepre, estés o no allí, si comienza la vendetta los eslabones de la cadena no se terminarán nunca.
IV
Coetáneamente, residía en Mazzarino Antonino Naccia, un constructor humilde, posible beneficiario de la mezcla de arte y técnica propia de los maestros de las corporaciones de artes y oficios de la edad media, pero con la humildad característica de los artigiani, los pequeños artesanos de Sicilia. Su casa levantada sobre columnas y con espacios abiertos en la parte de abajo que servían de corral, estaba ubicada justamente en un ángulo que formaba el seno de una calle culebreada, pasando por vía Bivona.
En una de sus salidas laborales, a muy pocos kilómetros, en Barrafranca, un paese lindero, tomó contacto con los Baglio. Había quedado prendado por Liboria,una de las hijas casaderas de esta familia, así que Antonino, con el permiso paterno del caso, comenzó a visitarla y le obsequió una cadenita y una medallita de oro en prueba de respeto y de las buenas intenciones que ya tenía manifestadas a su familia. De manera que, a lomo de burro, serpenteaba el relieve montañoso que separaba a ambos "países" y llegaba a la casa de la joven, donde era recibido por todos, así como acompañado por todos en los diálogos que mantenía con ella, generalmente durante la comida. Lo que se hablaba era escuchado por la familia entera. Casi imposible el instante efímero. Sólo una vez Antonino acarició con su mano la piel de Liboria, por la abertura pequeña de una manga de su vestido, que su madre, que advirtió el hecho hizo coser inmediatamente. ¡Un beso en la boca hubiera generado un escándalo mayúsculo! . Aunque más no sea para salvar las apariencias y preservar el clima de compostura y respetabilidad, de acuerdo con las creencias y la moral de esa instancia.
Se casaron a los pocos meses, con una gran fiesta, en ceremonia religiosa, con todos los ritos de rigor y un inmenso jolgorio, excepto para la novia, la tortura de la frittura, que no tenía relación alguna con la comida sino con la siguiente costumbre de besar a la novia: el honor de iniciar era del miembro más antiguo de la familia; consistía en besar en el rostro a la novia, y ello ocurría de un modo reiterado, haciéndo un ruido como el del aceite en la sartén, que con el calor del fuego produce una sucesión de pequeñas "explosiones" similar a la succión repetida de los labios. A la mañana siguiente, la prueba de virginidad de la recién casada: la sábana manchada con sangre desplegada en el balcón.
Se instalaron en la casa de Mazzarino. Allí nació Lucía, de esa unión y, cada año, nuevos hijos e hijas, algunos de los que murieron en la más tierna infancia y en la pubertad. Antonino, un hombre apacible y bondadoso, entretenía a sus pequeños tocando el marranzano, oriundo de Mazzarino, un primitivo instrumento musical, más querido que otros porque quien se precie de ser un buen siciliano ama mucho más lo que es de su tierra. El instrumento -scacciapensieri, en italiano- lo usaban los campesinos y consistía en una especie de aro de hierro pequeño, abierto en una parte hacia afuera, en dos pequeños brazos paralelos y concluídos en punta. Por el centro corre una lengüeta chata del mismo metal. Apoyado entre los dientes y haciendo vibrar la lengüeta, la boca hace de caja de resonancia y se derivan sonidos, que según la creencia y la sensación aleja los pensamientos tristes.
Fueron los padres de Antonino los que iniciaron el éxodo masivo, luego de emigrar hacia la Argentina y arrastraton a casi todos los demás hijos e hijas, incluyendo a Antonino y su familia. Los Baglio, en cambio, en su mayoría, se quedaron en su sitio. Antonino todavía permanecería en Mazzarino hasta bastante tiempo después de su encuentro con Giovanni, que seguía demorado en Palermo, un poco en actitud de duda, otro poco influenciado por su esposa y, finalmente, en parte seducido por sus plazas y paseos y el Santuario de Santa Rosalía, patrona de Palermo -que lo salvó de una peste-, en Monte Pellegrino.
Giovanni repondía a impresiones más que a razones, así que emprendió el segundo tramo de la derrota, después de haberse estremecido un día que pasó por la cárcel de L'ucciardone. Y, en realidad, nunca había cometido delito alguno.
V
A fines de noviembre de 1888, Felipa y Giovanni estaban en la capital de Catania, Nicosia, y allí estuvieron poco tiempo en la casa de María y Mariano. Este descendía de familia más o menos acomodada. Era un ex seminarista, de gran cultura y conocedor de idiomas -particularmente el latín-, pero, como todo lugareño hablaba el dialecto de su lugar, muy diferente del italiano y del siciliano.
-¿Cómo es ésto, Mariano?- le espetó Giovanni con un dejo de extrañeza. -Ustedes son sicilianos y no hablan igual. ¡Como si no le llamaran al pan pan y al vino vino!.
-A lo mejor ello es causa del aislamiento. Igual que toda la isla. Esta recibió muchos "visitantes" y se mezclaron las cosas; es lo que da motivo para decir que el aislamiento es de adentro para afuera. Aunque hoy día, la gente se va a América... Nos vamos todos. Yo también, con María, a tener los hijos y criarlos en la bonanza.
-Y eso que a tí no te va mal... ¿Eh, Mariano?
-Yo ni sé por qué... Muchos se van porque no hay trabajo. Creen que en América está el porvenir. Piensan en el futuro. Yo creo que está bien, aunque no hay que olvidar el pasado, donde están las raíces de nuestro destino. El siciliano que olvida el pasado ni siquiera tiene presente. Aquí se encuentra a sí mismo, en el mar, en las montañas, en la Catedral y en el gioco di bocce, en la piazza.
-No hay trabajo... Cierto. No hay alimentos suficientes para todos. Todo está revuelto. Con la Unidad las cosas no se reparten con igualdad. Esta parece ser la tierra del diablo. Algunos se van para el norte de Italia, pero en la América del Sud hay espacio, riqueza, tranquilidad...
-¿Tú te irás también Giovanni? -preguntó Mariano como haciéndoselo querer decir primero a él para luego confesar lo suyo-.
-Sí. Felipa podría volver un tiempo a Montelepre. Yo haré como hacen otros. Si me va bien la mando a buscar y, si no, regreso. Y te digo: tarde o temprano regresaré o regresaremos.
Felipa y María escuchan el diálogo. María estaba aparentemente impacible. El cuerpo de Felipa parecía vibrar. No era de rabia sino de temor, inseguridad, tribulación y desamparo. Justamente cuando, en unos meses más, daría a luz. Ya le daba lo mismo que pariera en Mazzarino, Montelepre... Acercándose a Giovanni, un tanto tensa le dijo:
-Tú dices siempre:"Mujer y sardina a la cocina", ¿no? Claro, siempre que a la mujer no la lleven de aquí para allá, o de Sicilia a la América, ¿no? Los Pagano se quedan. Los Giuliano se quedan en Montelepre. Tu hermano -seguía Felipe hablándole a Giovanni Giuliano- dice que cuando Sicilia sea independiente habrá progreso, libertad, pan para todos...
-Quédate un poco en silencio, Felipa, y escucha: Aquí nada cambia. Aquí nada cambiará. Si no es con la mamma nadie va adelante un poco.
-¿La mamma? ¿Qué es la mamma?
-La mafia, Felipa... la mafia. ¿Te das cuenta?
Sobre los mil seiscientos metros de altura, en el enclave nicosiano, en noviembre, el sol no se hacía sentir tanto. Un poco de nubes en el cielo que resplandece. La catedral, los castillos, la flora lugareña son los testimonios del pasado. A poco de andar, saliendo de la plaza, donde los nicosianos juegan a las bochas, desde lo más alto se divisa la hermosa campiña. Alterando el paisaje, un grupo de hombres con armas y perros. La scupetta, como la mujer, son símbolos. "Scupetta e mugghieri nun si prestano", "la escopeta y la mujer no se prestan". Cerca, en la montaña, una humilde vivienda inserida como un nido de golondrinas.
VI
Mazzarino, provincia de Caltanissetta, un 25 de marzo de 1889. Mucho antes del nacimiento de Lucía, en la casa de Antonino Naccia y su esposa Liboria Baglio. Habla el hombre:
-Esta carta, recién llegada, como te imaginas Liboria, es de mi hermano Michele. Viene desde el sur de la Argentina, de un pueblo que se llama Bahía Blanca. Cuenta que allí gana la plata a paladas, que no es como aquí, como en mi trabajo de construcción, que lo tenemos solamente de vez en cuando. Trabajan en cualquier cosa y ganan. Eso sí, dice que trabaja mucho. Pero tienen bastante. Ya hay allí unos cuantos italianos y también sicilianos. Con poco se pueden comprar un pedazo de tierra para hacese la vivienda. Los paesani se ayudan; trabajan de día con un patrón y después se juntan varios y entre todos edifican una vivienda para uno, aunque sea de noche, se iluminan como pueden... Después hacen otra casa y así... Nadie molesta. La gente es buena. Escucha, Liboria -continuó Antonino, leyendo un párrafo-: "La gente es muy alegre, con nosotros son muy simpáticos, nos hacen bromas con afecto, con amistad. Los italianos nos juntamos y también alguna vez en el boliche, donde jugamos a las bochas, tomamos vino, comemos habas cocidas con picantes y queso, salame y aguardiente, que es como la grappa siciliana. Todo igual, como en nuestra tierra, Antonino. ¡Vengan pronto!". Allí -sigue contando Antonino- hay varios lugares un poco alejados de la ciudad donde se cultiva de todo: zapallos, zapallitos, sandías, melones... En una aldea romana, según dicen, vienen la verduras y hortalizas que son las mejores del mundo. Buena tierra y abundante agua, por arriba y por abajo. Aquí escribe también que los badilleros, como algunos llaman a los oriundos de la Bahía, no saben cultivar la tierra. "Nosotros sabemos -lee Antonio- obtener buena alfalfa, criar álamos y sauces, sin abono de ninguna clase... Mira, Antonino, aquí un día vino un periodista importante, de un diario de la capital de este país, fundado por un militar de fama, y nos dijo que los melones que comió en Francia no eran tan deliciosos como los nuestros. Nos dejó anotado su nombre: Benigno Baldomero Lugones".
-Está bien, Antonino -apunta Liboria-, pero a tí aquí nunca te faltó nada. Ni a tu familia. Tenían de todo, ¿eh?
-Cierto. Porque mi padre era el castaldo (*) de la condesa, en Riesi, y traía de todo.
-Y hacía de todo a la condesa, ¿no?. Hasta ciertos favores. Acuérdate la impresión que tuvo tu madre un día que vió un hijo de la condesa. ¡Igualito a tu hermano Michelino!
-¡Qué pasa contigo, Liboria, estoy hablando de otra cosa... Allí, con el trigo hacían harina y con la harina el pan; con la vid, el vino; con las aceitunas, el aceite. Las aceitunas se guardaban en grandes tinajas. Las castañas las comíamos calientes, hechas en la olla de barro. Fíjate, las manzanas de aquí se llevaban a otros lugares, como las naranjas de Palermo. Había abundancia y mi familia estaba bien. Pero yo, Liboria, no seguí como castaldo de ninguna condesa. Yo soy constructor, Liboria, constructor, y si alguna vez tengo trabajo tengo que ir a hacerlo a otro lado, a Caltanissetta, a Piazza Armerina o Caltagirone. En cambio en la Argentina... Me contaron que es un país inmenso, no le falta nada. Está teniendo un enorme progreso material. Se construyen edificios públicos, para bancos, teatros. La Bahía es la población más importante de toda la provincia. Tiene poco más de cincuenta años y es una gran ciudad. ¡Mira Mazzarino!
A pesar de los argumentos de Antonino, ni él ni el resto de su familia emigraron enseguida. Con los años, semejante entusiasmo empujó a la casi totalidad de parientes. En cambio, muy pocos de los Baglio se sintieron persuadidos.
Poco después, volteando la casa de vía Boteglielle se instalaron Giovanni y Felipa. Giovanni requería que Antonino le enseñara el oficio, como quién se prepara para "hacer la América". Felipa había perdido el fruto de su vientre. Aunque no lo demostraba, tenía como una suerte de locura puerperal.
Giovanni le insuflaba ánimo:
-Ten fe -le repetía seguido- y acuérdate de lo que dijo el cura en Palermo: que Jesucristo había sentenciado que cuando dos o más se reúnen en el nombre de El, ahí está El entre ellos. Y prosiguió: "el cura se olvidó decir que hasta cuando uno está solo también siente que El acompaña.
VII
Las razones de la emigración italiana y siciliana deberán buscarse en la totalidad histórica del viejo mundo: el imperio y su disgregación; los propósitos de dominación y las guerras; el acostumbramiento a la emigración o migración masiva; los asuntos religiosos y las cruzadas; las luchas entre el poder político y el poder religioso; la cuestión económica y el despojo de unos a otros.
En Italia se pueden ver las mismas señales. La división fue una más. El conde Camilo Benso de Cavour, de tendencia liberal, fue el verdadero iniciador de la unidad italiana. Después de él, José Garibaldi, en 1848, reclutó voluntarios y luchó con éxito contra los austríacos. Más tarde ocupó Sicilia y Nápoles, continuando así el proceso unificador, finiquitado por Víctor Manuel en 1870, con la entrada de sus tropas en Roma.
Pero a la unificación la sucedió una gran crisis económica, que demandaba esfuerzos superlativos y derivó numerosos intentos por remediarla. En el norte la industria sufría las consecuencias de las guerras y las provincias del sur estaban afectadas por la pobreza extrema. En el campo político subsistía el enfrentamiento entre católicos y liberales, que ejercían el poder estadual. Francisco Crispi, abogado palermitado, revolucionario anticlerical, presidió en Consejo de Ministros, en forma dictatorial hasta 1896, en que los liberales son reemplazados por los conservadores y se desarrollan las tendencias anarquistas y socialistas. La idea del servicio militar obligatorio crea temores. La gente tenía derecho y razón en pensar, elegir y decidir entre la miseria y el bienestar, entre la guerra y la paz, entre el absolutismo y la libertad, en el desenvolvimiento libre y la mafia, una segunda sujeción del ciudadano, libre de ataduras criminosas y del pago del pizzu (*).
Empero, ello resultaría irrelevante en consideración al lazo sólido familiar del sur italiano, extendido ilimitadamente. Además, los hijos seguían las costumbres de los padres y eran tanto los padres como los hijos, hermanos y otros parientes los que en masa emigraban hacia América. ¿No se trataría -más que cualquier otra causa- del comportamiento parental de los animales -por otro lado más puro que otros comportamientos humanos-, que hace que el cuidado de las crías actúan todo lo que el instinto y su naturaleza les manda?
En el país del sur, Argentina, gobernar es poblar... por el momento. Ya se habían formado colonias de extranjeros, en diversos lugares de su territorio. La ley nacional 817 de Avellaneda aseguraba trabajo agrario, transporte, alojamiento y comida en la zona de la campaña. La mayoría de los inmigrantes europeos que recalan en Buenos Aires, capital de la República, se quedaban allí; junto a los que vinieron por trabajo estaban los expulsados por causas políticas, sindicales e ideológicas, con experiencia en el trabajo por las reivindicaciones sociales y obreras. Muchas de las esperanzas no se cumplieron y los inmigrantes se amontonaban en viviendas denominadas "conventillos".
La Argentina tiene, al final del siglo, una actividad prevalentemente agropecuaria; a pesar de ello, se fue formando una clase obrera enriquecida por la inmigración y, paralelamente, la clase dirigente obrera, munida de experiencia extranjera y con un hondo sentido de la justicia social. La Argentina reunía grandes condiciones para exportar carnes y cereales por lo cual se fomentaba su producción con inversiones de capital en ferrocarriles y frigoríficos, de manera que las incipientes industrias estaban vinculadas a una industria agroexportadora, incluyendo bancos, negocios de exportación e importación, etcétera.
Crecieron las ciudades-puerto. Se ocupaban obreros en los talleres y dependencias ferroviarias; el acarreo y estibaje ocupaba gran cantidad de trabajadores; el sector del trabajo dependiente creció también con el desarrollo comercial y de la administración pública, como así también de la industria de la construcción. Paralelamente se incrementan la producción de manufactura, los talleres artesanales y fábricas mediana y algunas grandes. Y así se fue formando la clase obrera de ese país del sur, fundamentalmente compuesta por inmigrantes, cuya mayoría se instaló en las ciudades y no en la campaña de acuerdo a las previsiones de la ley. Muchos se convirtieron en asalariados, de la ciudad o del campo, unos pocos pudieron explotar tierras, acaparadas por los terratenientes.
Había allí un sector laboral dependiente, con demanda de mano de obra fluctuante, con tareas mixtas (campo y ciudad), que alternaba el trabajador, situaciones de subempleo y de ocupación parcial al cabo de un año, mano de obra contínuamente subestimada por el flujo inmigratorio.
Desde 1863 se va extendiendo una corriente socialista a partir del socialismo utópico; después anarquistas y marxistas. Giovanni estaba influenciado por los anarquistas cristianos y hasta 1890, ocho años antes de su llegada a Buenos Aires, en esta ciudad se producen huelgas esporádicas; se van haciendo cada vez más frecuentes desde ese año, en el que, por otra parte, estalla una revolución cívico-militar contra el gobierno nacional. La policía va asumiendo cada vez más un papel activo (detenciones, impedimentos para hacer manifestaciones y reuniones, prohibición de editar periódicos), sin perjuicio de lo cual crecía la combatividad. El crecimiento de la acción directa lleva al gobierno a sancionar una ley para expulsar a los dirigentes obreros militantes que eran extranjeros, justamente poco tiempo después que Humberto I, en Italia, fue asesinado por un anarquista.
X
Giovanni llegó a la Argentina cuarenta años después de haberse iniciado el mayor oleaje inmigratorio, que dividió familias y repartió sus miembros en América, en regiones y ciudades distantes. Estados Unidos y la Argentina recibieron mucha gente del sur de Italia y de otros lugares; en el primero de esos países se dieron las condiciones para la prolongación del fenómeno mafioso y allí se produce la segunda etapa histórica de la mafia, la nuova mafia de raíz siciliana. En la Argentina hubo pequeños brotes tan sólo, sin desarrollo significativo y la mayoría de los inmigrantes tomaron el camino del trabajo, a igual que los rusos, los franceses, los polacos o alemanes.
Algunos se afincaron en Buenos Aires; otro fueron a otras zonas. A veces regresaban o se trasladaban de la campaña a una ciudad, o volvían al país de origen, pues las promesas no eran tales y los sueños se derrumbaban; las derivaciones de los momentos de crisis recaían sobre los trabajadores. El nuevo conglomerado que constituyó una nueva sociedad originó choques y conflictos, que eran más sufridos por los inmigrantes; manifestaciones de una nueva cultura aparecían en los conventillos, en los lugares de trabajo, en los centros socialistas y anarquistas y en los boliches. Se fue formando la clase obrera "argentina", con líderes que no hablaban el español. Por un lado, una clase contestataria, y, por otro lado, una clase reformista representada por partidos políticos.
Es verdad que llegaban a Buenos Aires algunos agitadores sociales, pero la mayoría de inmigrantes sicilianos iban a trabajar, como Giovanni, quién rendía culto a la vida y no a la muerte como se creía de la gente del sur, por su historia de violencias, las costumbres ante la muerte del familiar -como el luto expresado en la ropa negra o el recuerdo escrito en la puerta de la casa-. ¡Sí, para conocer a los sicilianos hay que conocer a Sicilia! No todos eran iguales, pero, en aquel tiempo, el pueblo siciliano tenía mayores denominadores comunes para identificar al ser siciliano. En la Argentina creían que eran extravertidos, pero Giovanni pertenecía a la gente marcada por el carácter introvertido y el silencio y de los sicilianos no se debía decir que venían de un país donde el homicidio es sólo una anécdota. La mente de Giovanni se poblaba de recuerdos vitales, emocionales: la gente que quería, las callecitas de su pueblo natal, los balcones floridos de Palermo, las sicilianas asomándose a las ventanas, apenas levantada la cortina de paja, las artesanías y esculturas de su coterráneo Vito.
Y aqui estaba, ya, en su nuevo país. Hacía pocos días que había llegado y alojado en cercanía de su puesto de trabajo, que luego abandonaría para trabajar en una empresa de construcción. Inicialmente Giovanni se desempeñó en tareas de transporte y estibaje en un barraca, un tipo de depósito en el que se almacenan temporalmente mercaderías para cargar en medios de transporte o para compra venta, en ocasiones. Muchas existían en la proximidad del Riachuelo, lo que originó al paraje el nombre de Barracas, un barrio con tres siglos de historia, cuna de cuarteadores, lugar de encuentro de troperos, corraleros, y payadores; cobijó a músicos del tango, compadritos y cuchilleros. Los italianos también supieron usar armas, además de que el cuchillo, por ejemplo, en algunas actividades, era una herramienta de trabajo. También había italianos malandrinos y, a veces, su vestimenta no difería mucho del compadre local de bajo fondo social, salvo el sombrero y la forma de colocarlo; el italiano era más desprolijo en el vestir, en ocasiones con la totalidad del ala del sombrero hacia abajo y grandes mostachos y como arma preferida el puñal o el estileto; lentamente se fue mezclando todo: ropas, hábitos y lenguaje, con aportaciones recíprocas entre lunfardos y extranjeros, prevalentemente italianos. En ese entorno, nuestro hombre realizaba su experiencia nueva, en la ciudad más importante y populosa de la Argentina.
Con su nuevo trabajo, Giovanni ocupó una habitación con un paisano suyo en una casa de inquilinatos. Este siciliano era de apellido Galletti, quien lo acercó a otros amigos que andaban trabajando para la manifestación del 1º de mayo. Corría el año 1890.
-Mira, Giovanni, dentro de poco habrá una gran reunión de gente, de hermanos, de compañeros. En otros países también. Será una fiesta universal. Antes habrá reuniones...
-Escuché que en esas cosas andan los alemanes -interrumpió Giovanni.
-Sí -se apresuró a expresar Galletti-, pero uno de los grupos; yo estoy ligado a uno donde está mi hermano; salvo Hartung y algún otro todos son paisanos: Caldara, Capodilupo, Gervatti, Terzoglio, Mottadelli y muchos más.
El argumento fue mucho más que suficiente. Giovanni, Galletti y muchos amigos más, juntos, concurrieron a la concentración de ese día jueves 1º de mayo, organizada por el socialismo, en la avenida Quintana.
En realidad se trató de una asamblea con aproximadamente dos mil trabajadores, en un local sin techo y mientras caía una suave llovizna. Más o menos la mitad de los oradores eran italianos, pero se escucharon discursos en españos, francés y alemán, además del italiano. El dialecto siciliano era prácticamente distinto hasta del italiano. El acto fue comentado por la prensa de Buenos Aires y "La Nación" se alegraba de que hallan estado presente muy pocos argentinos. "El Diario" calificó a la concurrencia de "polilla humana". Pero si la inmigración era parte de la política argentina, oficialmente se aceptaba la incorporación a la cultura local. La sociedad se fue, así, integrando con el aporte foráneo. Giovanni, poco a poco, comenzó a sentirse más argentino.
XI
1890 es un año que expresa la crisis argentina, en lo político, en lo económico y en lo social. En el ámbito de la paz, que creían los inmigrantes, un 26 de julio, estalla una revolución cívico-militar, con sobrados motivos e ideales, pero de estos acontecimientos no participaron los extranjeros, excepto españoles. Una cosa eran las luchas sociales, revolucionarias en lo ideológico y otra los grupos políticos reformistas, aunque en ellos habían también revolucionarios radicales. De modo que nunca nadie supo por qué Giovanni apareció tirado en las cercanías del Parque de Artillería. Nunca nadie supo, ni sus amigos, si fue agredido por un grupo de revolucionarios, que habíanse apoderado del Parque, o si se había emborrachado.
El desarraigo, la soledad, la aflicción y la amargura, últimamente lo llevaban a beber vino. De tanto en tanto resonaban en sus oídos las palabras de su primo, el palermitano:"Toma vino, Giovanni, que te alegrará el corazón". ¡Toma vino, Giovanni!
Galletti deja Buenos Aires y con el joven Juan Galiffi se va para Rosario. Ya se había forjado una honda amistad. Nunca más habría de romperse, cualquiera sea la senda que cada uno tome. ¡Esto no importa! ¡Los amigos son para siempre, como decía el calabrés Caputo!
La ciudad de Buenos Aires seguía con altibajos, ciclos e inestabilidad. Este sitio, concebido como terruño de armonías, es el escenario de otras insurrecciones, en 1892, en 1893. Giovanni encontraba, empero, el sabor de esta otra patria -ya casi lo era, en poco tiempo- donde lo trataban bien, donde campeaba el afecto, donde tenía trabajo y plata que valía, a pesar de todo, porque él, acostumbrado a las restricciones, gastaba poco y cumplía el "mandato" de su mujer: "un grano el viernes". Todo le comenzaba a resultar común: el barrio, el vecindario, del despacho de bebidas, las plazas y calles, la gente, las reuniones con los suyos y los nacionales, el idioma -que comenzaba a chapurrear, confundiéndolo con el suyo y elaborando palabras que hasta a él le causaban gracia sin entender el por qué; exclusivamente por contagio, por las risas amistosas de los nativos. Nacían lazos afectivos de la vida cotidiana, de las reuniones, las barajas, las bochas y las travesuras de fin de semana, del domingo, con un poco más de vino y de canciones.
¡Era lindo ver a los argentinos cantar en italiano lo mismo que los italianos!
Giovanni fue anoticiado del nacimiento de su hijo Francesco y que hacia el fin del año estaría Felipa con él, acompañados de otros parientes, de Mariano Valdo y su mujer, María Valle. "¿Y Antonino Naccia?" -se preguntaba. El buen Mariano... el bueno de Antonino. ¡Valía la pena la abnegación y el sufrimiento!". "¡Francesco... Francesco!" -suspiraba. Era el nombre que querían, él y Felipa, para el caso. Para navidad estaría juntos. Ahora mismo, aunque faltaba tiempo guardaría la habitación y la adecuaría para los tres.
Los meses transcurrieron despaciosamente.
22 de diciembre. El vapor donde venía Felipa se detiene muy cerca del Puerto. Dos pequeños vapores, de Sanidad y Aduana, se acercan a él; si se produjeron problemas sanitarios, enfermedades infecto-contagiosas o muerte sospechosa, la nave debe ir a la Isla Martín García, para cumplir la cuarentena. Luego de subir el inspector sanitario y de observar el registro de enfermería, se agitó la bandera de práctica libre y ya la nave en Puerto Madero comienza el desembarco. El encuentro se demora por el equipaje de Felipa, en el que se encuentra un baúl muy grande y pesado. Cada instante que transcurría aumentaba la emoción. La reunión no originó palabras sino en llantos que denotaban una infinita alegría.
¡He aquí la familia de Giovanni Giuliano!
Llegaron al conventillo, colmados de tensiones y cansancio. Los parientes, Mariano y María se hospedaron en el Hotel de Inmigrantes. Estaban contentos. Se sentían más fuertes. En la habitación Felipa experimentaba la sensación de una celdilla. No era tanto por la morada, en sí, sino por el influjo de la gran ciudad. Su pueblo o paese era más pequeño, más abierto y el aire y el sol eran diversos; el cielo se presentaba más cercano, al alcance de la vista. A pesar de todo eso tenía felicidad. Giovanni se reprochaba por no haber estado al nacer su hijo. Hablaron hasta el cansancio. El pequeño mundo familiar y social; las pocas noticias de su tierra, al alcance de esas gentes humildes, fueron transmitidas por Felipa, quien a la vez se interesaba por la vida de Giovanni.
-Esta gente -comunicaba Giovanni a su esposa- es como nosotros. Quieren a su tierra como nosotros a la nuestra y, aunque parezca una contradicción, esto es lo que también nos une. Pero la Argentina es una república y Sicilia no. Ahora que eres madre, también esto nos hermana, porque aquí, como entre sicilianos, la madre es amada y respetada...
-Ahora que tengo a Francesco -interrumpió Felipa- comienzo a sentir distinto, comienzo a tener presentimientos... Y nuestros padres, nuestros padres, como siempre, ahora con la nostalgia de la distancia.
-Tengo la imagen felíz de mi padre -señalaba Giovanni-, sentado en su sillón de mimbre y su pipa.
-Y cerca tu madre hilando el algodón, ¿eh Giovanni? Escucha, en tu casa los frutales han dado frutos tan grandes que tuvieron que ponerle redes a las plantas. No puedo ocultártelo, pero en este momento imagino que todas estas cosas son las que no permiten que ellos, los tuyos y los míos, se junten con nosotros algún día, a no ser que retornemos. ¡Dios sabrá..!
-Una madre -señala Giovanni- sufre más la tortura de su hijo y también sufre más que él la separación y la ausencia.
XIII
El hacinamiento en el conventillo creaba al matrimonio cierta incomodidad, aunque formara parte de la aventura asumida. Sabían que esto mismo pasaba en el Norte de América y, por noticias de Michelino, en Bahía Blanca, aunque aquí existía más afinidad con el pueblo de origen. De todos modos, en Buenos Aires, no podía mejorar esta situación morando en casas de pensión u otros alojamientos, a no ser que mejoraran los recursos. La casa de inquilinato era una vieja casona que había sido abanonada por sus moradores cuando las epidemias de fiebre amarilla y de tifus que asoló a Buenos Aires en la década del 1870, en que murieron miles de personas, aproximadamente un ocho por ciento de la población. Ese tipo de casonas no eran mejoradas o remodeladas con el tiempo y se destinaban a viviendas colectivas, por los altos impuestos y las altas tasas que debían tributar los propietarios; con la gran inmigración y la rentabilidad superlativa que producían esas casonas, muchas de ellas se destinaban a tal fin y hasta se construían especialmente para establecer conventillos, con habitaciones chicas, mal construídas y con precarios servicios. Esto lo hacía en Buenos Aires gente de alcurnia y "espectables" de reconocida "honorabilidad", gente vinculada al gobierno, estancieros o finanacistas.
Giovanni y Felipa estaban en el distrito de Santa Lucía, en Barracas, donde él se había aquerenciado. De todos modos no le dificultaba mayormente cumplir con su nuevo trabajo, en la construcción, como albañil. Las intermitencias de este trabajo le había creado algunos inconvenientes con el pago, con los peligros del caso, dado que la legislación -inhumana e injusta- había sido sancionada para servir a los intereses de los propietarios. Allí había un casero, que tenía la mejor parte del edificio como vivienda y recibía un porcentaje en las rentas y debía ocuparse del cobro de los alquileres, la limpieza, mantener el orden y, en fin, todo lo relativo a la casona.
Este casero, encargado o llamado también "inquilino principal" -con una serie de privilegios, como ocupar las dependencias que daban a la calle y parte de ella para instalar un negocio, almacén o despensa- era en el ámbito un dictador, un capanga o un capataz, en relación a la gente que habitaba el conventillo; casi todos los de su clase tenían la misma característica. El matrimonio, como casi todos los extranjeros, se comportaba dócilmente, en la actitud propia de los que comienzan en un medio nuevo, desconocido y ligado a riesgos y peligros, como el desalojo, los aumentos desmedidos de los alquileres o las prepotencias, aunque se tratara de míseras habitaciones. Crecía la inmigración y la población de las ciudades que la acogían, lo que favorecía la especulación y el abuso. El alquiler significaba la cuarta parte del ingreso de Giovanni, que, con mujer e hijo, debía realizar mayores sacrificios.
Algunas mejoras en aguas corrientes y cloacas se notaban, por entonces, pero también la difusión de enfermedades infectocontagiosas. Igualmente, gentes sin aseo e higiene, con baja cultura y moral; edificios con capacidad para albergar una cuarta parte de la gente que lo ocupaba y hasta con familias de seis miembros, sin que las autoridades intervengan o reglamenten eficazmente. A veces, recintos húmedos y oscuros, con contados baños o letrinas, en los que el hombre que trabaja no descansa adecuadamente. Giovanni parecía, invariablemente, fatigado. Felipa tenía una adecuada contextura y fortaleza física, así como una gran resignación. También sentía la opresión del medio, la responsabilidad creciente, la lucha dolorosa y la necesidad de un trabajo para ella, sin renunciar al deseo de tener muchos hijos porque esto sucedía espontáneamente, sin reflexión ni discusión tendiente a limitar el número de ellos; entre italianos, ésto no se tomaba sino naturalmente. Sabían lo del cólera, la viruela y la difteria, porque al suceder de un modo más o menos apreciable se señalaban a los conventillos como la causa de los males, que los chicos llevaban a la escuela, según se decía.
Mal grado todo, el conventillo era una comunidad, con ciertos lazos solidarios, con afectos y simpatías, con altercados y disgustos, que Felipa -con su singular belleza- pudo evitar ante miradas o alguna expresión provocadora cuyo significado entendía sin conocer el idioma local. Sorteaba esa dificultad con su prudencia, su serenidad y el respeto que imponía. Más, no podía ocultar su cabello renegrido, salvo cuando se cubría con el pañuelo negro; su tez morena, sus ojos grandes y atractivos, sus labios, su cuerpo totalmente cubierto con medias y vestido tamién negro, y sus abultados pechos. Faltaban pocos días para festejar la Navidad. Había iniciativas de las sociedades italianas de socorros mutuos para que la gente se reúna. Por el connacional Guglielmo habían recibido el convite para ir a la Ligure di M. S. Barracas al Norte, que había sido fundada siete años antes de la llegada de Felipa; y por el paesano Mariano,ya instalado con María en una casa, el pedido de juntarse en Trinacria o en Figli della Sicilia. De otro modo, había que reunirse en el patio del conventillo. Lo que no podía faltar -señaló enfáticamente Felipa- era la pignocatta (*).
En la tarde de Nochebuena, la hizo sobre un brasero, en el patio, ante el asombro de quienes no conocían semejante manjar.
-Déjenme probar uno -vociferaba un vecino-.
-No... que debe quedar entero... hay que comenzar a comerlo esta noche y empezar desde arriba, como corresponde -contesta ella-. Continuaba diciendo que había que respetar la tradición de su paese y explicando para justificar su intransigencia.
-¡Si había sido amarreta la siciliana! -agregaba una mujer, en tono humorístico que transmitía simpatía, lo que hacía sonreír a Felipa-.
Fue uno de los primeros diálogos que ponía un poco de alegría en el corazón de Felipa. Giovanni estaba como siempre, y solamente se ponía dicharachero con Felipa, o cuando se juntaba con sus amigos, en algún trance.
La junción tuvo lugar en el patio del conventillo, previa autorización del encargado, con vecinos y amigos, música y baile. Como si se tratara de una fiesta organizada y acordada, se escucharon canciones locales e italianas. Bailaron y cantaron. De tanto en tanto, Felipa vigilaba a Franceschino, en la habitación, que dormía a pesar de todo.
XIV
Comenzó el año nuevo y el matrimonio sabía -porque estaba entendido- que llegarían los hijos, lo que obligaría a cambios y sacrificios mayores. Y así fue. Y así pasaron primaveras, navidades y anuevos años. En la tierra de paz y bienestar, sucedían insurrecciones, huelgas y conflictos; además de la corrupción política en los estratos del gobierno, se enseñoreaba el fraude y la violencia, lo cual se hacía sentir un poco más en la gran ciudad, preparados para la megalópolis macrocéfala. Mariano y María no toleraron la presión de la ciudad y se fueron a Bahía Blanca, donde tomaron contacto con Michele y otros paisanos. Había una íntima conexión entre los sicilianos, en todos lados, como si hubiera algo preparado, premeditado y organizado; un hilo invisible los mantenía vinculados y unidos, como si se tratara de la cosche.
Giovanni y Felipa ocuparon la casa que dejaron María y Mariano. En ella fue aumentando la familia. Ahora Felipa trabaja de nodriza y Giovanni, atraído por la escultura y la artesanía se va convirtiendo poco a poco en un maestro, más que un simple albañil, y trabaja en cuanta obra puede, como obrero que es. Mas, no renuncia a la solidaridad con los de su clase, aunque no sean de su gremio y ayuda a las luchas, asiste a las reuniones y manifestaciones; respondió al llamado de sus connacionales. Al fin de cuentas estaba en su segundo hogar, en su segunda patria y formaba parte de ella, para el trabajo, para el beneficio del trabajo y para la responsabilidad, en una comunidad que, como todas, aspiraba al progreso y a la justicia. Debía trabajar aquí, en todo sentido, como lo hubiera hecho en su tierra, aunque en ésta no se daban las condiciones como en la Argentina, una república, que, a pesar de los inconvenientes, no impedía la lucha, con derivaciones de contingencias no tan espinosas como las del otro sur. Insensiblemente, las tensiones sociales crecían y los propios activistas, en un régimen político que prevalentemente se ocupaba del orden, no se apreciaban sino cuando el desorden callejero incitaba a la represión policial.
Concetta, oriunda de Messina, le daba consejos a Felipa con respecto a su futuro trabajo.
-Aquí la gente paga para amamantar a los hijos. La gente rica quiero decir.. Eso sí, son muy exigentes. Tienes que averiguar, Giovanni puede hablar con su patrón...
-Me dicen que hay muchas mujeres contratadas para dar de mamar a hijos ajenos.
-Cierto, pero te digo que la exigencia se debe a las cosas que han sucedido y hay mucho miedo al contagio de enfermedades. Por otra parte hay mujeres que no quieren alimentar a sus hijos... tienen que renunciar a ciertas cosas y también a las fajas y corsets... y prefieren a las italianas, lo mismo que para cocinar, ¿sabías?
-Eso... yo también podría cocinar -apuntaba Felipa-.
-Y piden mujeres para amamantar la cría por enfermedad, o por no tener tiempo, o por no querer ocuparse de los hijos.
-¡Madres desalmadas!
-Así son algunos ricos -expresó Concetta-. Hasta mandan los chicos a la casa de la mujer que ha de alimentarlos y no vigilan nada, si le dan suficiente o no, si tienen que enviarlos más de la cuenta o no, si la mujer que da de mamar también lo hace con otros niños o no, si está bien alimentada o no. Esto viene de muy lejos, desde Rómulo y Remo... nosotros lo sabemos mejor que ninguno. ¡La leche de la mujer es la mejor leche! -agregaba-. Nosotros sí que lo sabemos. Los animales, cualquiera sea la bestia, no son como nosotras, sean vacas o cabras... No ha de ser difícil,
Felipa, hay avisos en los diarios, hay agencias de colocación, se pueden conseguir recomendaciones, hay que anotarse en el registro municipal y conseguir la libreta de trabajo que da la municipalidad. Si te toman y todo anda bien será por todo el tiempo de la crianza... no puedes abandonar la crianza, a no ser que caigas enferma, o te den mal trato o no te paguen.
-¿Qué quieres decir con eso de que "si todo anda bien"?
-Que no se te muera la criatura, que no la trates mal, que no te enfermes, que tengas buena leche... según la leche te pagan más o menos... siendo joven y robusta como eres te pueden pagar mejor, y según la antigüedad de la leche, hasta 80$ de sueldo. Casi podrías ganar como Giovanni. Tendrás incomodidades: las revisaciones, los controles médicos, trámites. Hay mujeres que por tales molestias rehúsan el examen, por ejemplo; otras, por el contrario, se presentan bien aseadas, con buen carácter, no ponen condiciones y se ofrecen además para otros cuidados. Mejor si te tocan mellizos... vas a ganar más todavía. Tendrás trabajo -decía Concetta a Felipa-; mira el diario... el aviso: "Ama de leche, necesito, fresca, italiana".
-Por Jesucristo, Dios y la Virgen... Por Santo Cayetano.
SEGUNDA PARTE
El abate Ruggero Ciarlantti en el 1729, en Monreale, comenzó a escuchar una voz de origen desconocido. Producto de su posible alienación, de una pasión patológica, una fe exacerbada, una sucesión de fantasías o tal vez un estado inconciente prolongado.
Había profundizado en ciencias ocultas, en mística, en genética y en los efectos de ciertos cruzamientos espontáneos entre diversos grupos étnicos y las vibraciones cósmicas. Más todavía, realizó algunas comprobaciones de sus teorías. La voz le relató el "misterio del ser colectivo siciliano y su proyección en el tiempo":
"El futuro es ahora. Nada cambiará, excepto lo que informo sobre la naturaleza de la sicilianidad y la potencialidad que encierra en la cripta de su alma colectiva. Ella se abrirá un día y mostrará al mundo su poder.
La vocación imperial, las invasiones y las guerras, como la carencia de alimentos y la voracidad de riquezas, generaron migraciones en el mundo, cruzamientos de razas y culturas. En determinada instancia y en cierto lugar, en el sur, en un medio donde la tierra, el sol y la naturaleza eran propicios, como una resultante cósmica, formaron en la circunstancia el arcano del ser de una nación.
Invadida por unos y por otros, sojuzgada y oprimida por el poder, fue enriqueciendo en la cripta las ansias de destruir a los opresores y de realizar la venganza generalizada contra el mundo, apoderándose de él, en un lento proceso secular, mediante la intriga, la conspiración, el silencio, la solidaridad entre sus miembros y la organización secreta en la historia.
Los sicilianos vienen preparándose desde hace siglos y, en los momentos de intensa represión, actúan el principio: "Calati juncu ca passa la china", "doblégate como el junco hasta que pase la tempestad". Sin embargo, la hermandad crece y las secuencias de los acontecimientos favorecen la emigración y la diseminación por el planeta manteniendo la atadura espiritual y el vigor imprescindible para el dominio de la economía. Tomarán de los invasores la misma vocación por el poder supremo, lográndolo en continuadas acciones con la menor violencia de sus hombres más temerarios y con el trabajo fecundo de sus gentes formadas para la paz, sin saberlo y sin conocer que el alma colectiva comprende ese resultado como una consecuencia inevitable de un destino, ajustado a una naturaleza cuya estructura y organicidad contienen la esencia de ese fatalismo.
Silenciosamente, invadirán tierras y dominarán naciones, se infiltrarán en su intimidad y ocuparán jerarquías, con métodos científicos. Organizarán el delito para producir dinero, porque es la ley de la historia, puesto que en el mundo toda propiedad es un robo o relativamente apropiación indebida. Fundarán empresas que actuarán en todas las regiones y ejercerán el dominio total mediante una institución mundial y absoluta, pudiendio recurrir a la colaboración de otros, no connacionales, sin ceder la capacidad de decisión de quienes dirijan la institución.
Preservarán ritos y costumbres; impedirán que las mujeres introduzcan hijos ajenos y repudiarán el amor entre personas del mismo sexo; vitalizarán los lazos personales y guardarán secreto del propósito supremo, bajo pena de muerte; vengarán la injusticia, realizarán la justicia por mano propia allí donde no se pueda desalojar del poder a las clases dirigentes causantes del orden injusto.
El ser siciliano ha de manifestarse suave y decidido, pacífico y temerario; cuidará de sus hijos y de su familia, ofreciendo su vida si fuere necesario. Constituirá, con el transcurso del tiempo, la gran familia, creerá en Dios, pero entre El y un hermano preferirá al hermano. Se cuidará y recelará de los que no pertenezcan a su comunidad, en la fuerza de la unión no debe enervarse por la acción de ideas o sentimientos ajenos a su naturaleza, la que no se alterará incorporando elementos extraños, para afirmar la estructura moral de su consitución, producto de la historia y de la Providencia.
La faena comenzará aquí, en la isla y se extenderá luego, alcanzando el Nuevo Mundo. Solamente unos pocos conocerán el mandato e inducirán al resto, a fin de que, por receptividad inconciente y comportamiento inducido, los demás abreven en las fuentes de su propio desideratum. Pues, además, el ser siciliano intuye, recepta el mensaje en la interpretación del gesto y de la palabra, falsa o verdadera, cuyo significado corresponda o no con lo que usualmente quiera expresarse con ella. Acostumbrado al peligro, lo percibe en el ambiente. Sabe quién ama y quién odia. Fácilmente conoce la ambición, la abnegación y los gigantes del alma, se trate del miedo, la pasión o la ira".
El mensaje recibido por el abate Ruggero fue escrito fielmente en un documento y guardado celosamente, en el Duomo di Monreale, al lado del sarcófago de Guglielmo I.
Poco después, los sucesores de una secta legendaria, nacida en el 1185, justicieros y sicarios, conspiraron para vengar los delitos impunes; se prestaron a realizar vendettas personales. Habrían dado origen a una organización secreta, que comenzó a actuar de acuerdo a un código de rigor. Habían sido inspirados por el documento de Monreale. La organización creció y extendió sus brazos en toda la isla, la nación y el continente y recaló en América. Pero, en el sur...
TERCERA PARTE
I
Habían pasado muchos años hasta la llegada a Buenos Aires, de Antonio Naccia y Liboria Baglio, a la que toda la gente conocía y conocería en las nuevas tierras con el sobrenombre de "Venuzza", y su hija Lucía. Prefirieron quedarse allí, momentáneamente, así que su morada inevitable consistió en una de esas casas de inquilinatos llamadas conventillos. Esta primer residencia causó a Venuzza una fuerte impresión desfavorable y si se quiere con cierta repugnancia. La humildad de su pueblo y de su casa en Sicilia casi se confundía con el medio físico, natural, pero nada tenía tenía que ver con ese patio del conventillo cubierto de trastos viejos, baldes, ropa tendida, tinajas para lavar, braseros y suciedad en los rincones, que nadie se ocupaba de limpiar.
Cuando llegaron se encontraron con muchos connacionales; otros se habían diseminado por el resto del país. ¿Qué había sido de Giovanni?. Un amigo que sabía de la relación entre estas familias fue a contarles lo sucedido: "Casi al tiempo de llegar ustedes aquí, Giovanni y su familia regresaron a Montelepre. Bueno... en verdad no lo hicieron por propia voluntad, porque Giovanni fue -como dicen aquí- expulsado; desterrado, quiere decir. A principios del siglo hicieron una ley para sacar a los extranjeros que se metieran en problemas. Giovanni andaba con anarquistas y huelguistas. Las muchas huelgas y los líos cansaron al gobierno y molestaron a ciertos capitalistas. Los obreros habían sido defendidos por un diputado de apellido Palacios. Bueno, por un lado los obreros, pero también los cabecillas. Unos pocos, como él, estaban en contra de la ley que quería el gobierno, para expulsar del país a los extranjeros que se metieran en las huelgas... no hubo caso... el gobierno comenzó a hechar gente, sin importar si tenían mujer e hijos, igualmente deportaron a un periodista... italiano también y otros que no tenían nada que ver con este asunto. Sin embargo, Giovanni estaba tranquilo... Felipa había enmudecido y no daba señales de nada. Seguramente tenía la procesión adentro..."
-Y los hijos -preguntó Venuzza.
-Los hijitos no son concientes de lo que pasa, pero intuyen y tienen más fuerza que los grandes, tanto como resignación. A veces sufren por dentro, otras crean fantasías y sueñan, cuando no juegan -apuntó el paisano.
-Se acordaron de nosotros, ¿no? -preguntó Antonino.
-Siempre... con alegría, con tristeza, con melancolía, pero siempre acordándose y deseando el encuentro. Y miren lo que pasa con la tierra de la esperanza. Como si no entendieran que si alguien lucha por algo, para algo, es por la misma tierra, la elegida para la vida de uno y de los seres que quiere. ¡Al diablo con la América!
-Siempre es igual. Todo es lo mismo. Da lo mismo en un lugar que en otro, pero aquí es posible un futuro mejor, con un poco de suerte, tal vez. Sí, hay que tener esperanza -dijo Antonino golpeando la mesa con el puño. El amigo de Giovanni contestó:
-Uno quiere más a su tierra y, además, con los años comienza a querer a la que alberga generosamente. Luego hay dos patrias, aunque en las entrañas se sienta emoción y nostalgia por el lugar donde nacimos y crecimos. Ahora... no creo que Giovanni y su mujer estén tristes por regresar a Montelepre. Es claro que allí se terminan las huelgas y a lo mejor Giovanni las extraña. Se le había metido adentro eso de las reivindicaciones sociales, como dicen por aquí. Y también dicen en nuestra tierra aquello de quien vuelve a Sicilia no se va nunca más. Y no sería extraño que en el futuro nuestros hijos, nacidos en la Argentina, quieran irse al país de sus mayores. Hoy, en este lugar, no falta trabajo; mañana, no se sabe. Al fin, el destino conspira y no sabemos cómo, pero Dios ayuda.
-Se quiere mucho a la tierra de origen, aunque sea la tierra del diablo -señaló Venuzza.
-Más, aquí los extranjeros no la pasamos mal y buscamos la forma de borrar la nostalgia -continuaba hablando el amigo de Giovanni-. Los sicilianos se juntan con los sicilianos, los alemanes con los alemanes. Estos se reúnen en sus asociaciones, o en las cervecerías y conservan lo suyo: su parla, sus costumbres y sus tradiciones.
Porque hay mucha gente, de varias nacionalidades, y cada vez viene más y van colocando cuñas... se quedan en esta ciudad, se van a Rosario, Bahía Blanca, La Plata... yo me voy para Misiones, con mi mujer y mis hijos; antes de que ellos trabajen de lustrabotas o caniyita (*) prefiero el campo, al aire libre, donde hay mucha vegetación, donde es mejor trabajar en las plantaciones antes que trabajar con maderas y fierros en los corralones.
-La Providencia los proteja -subrayó Venuzza.
- Me llamoGaetano Vizzi. ¡Que nos vaya bien! Con nosotros viene Francesco Belli, un buen amigo y paesano. Nos conocimos en el barco. Vino de Prizzi.
II
Francesco Belli, en los últimos tiempos de su residencia en Sicilia, vivió en ese pueblo, con su familia, trasladada allí por su necesidad de trabajo. Desde tiempo inmemorial su familia y su ascendencia habían morado en Cefalú, una ciudad siciliana, ubicada en la provincia de Palermo, a orillas del mar Tirreno; un pueblo de unos pocos miles de habitantes y de muchos siglos de existencia, en el que existen señales de culturas griega, romana, normanda, árabe, bizantina y hasta francesa y española, todo lo que no deja de ser un orgullo para los lugareños, más todavía cuando se recuerda que obreros griegos y sarracenos trabajaron en obras maestras, como la catedral de Cefalú, terminada en el 1148.
Francesco, igual que Gaetano, se sentían atraídos por la vegetación. La decisión de ir a Misiones tenía un motivo, una razón. Pero no encontrarían allí ni los castaños, ni las encinas o los pinos de Cefalú, además de otras especies, que aflojaban las tensiones, distrían y alegraban el espíritu. Desde pequeño sabía ir a la costa y desde allí miraba los botes en la arena y levantando gradualmente la vista observaba las casas antiguas y un poco más alto los montes, con exhuberante vegetación. A veces daba la espalda a ese paisaje y miraba el mar, la inmensidad, como quien mira gran parte del universo, imaginando pueblos lejanos y posibles destinos. Allí había trabado relación con el monteleprense Vito, conocido de Giovanni, artesano y escultor, que había visitado Cefalú solamente para conocer el duomo (*), una de las iglesias más grandes de la historia siciliana, ubicada en un lugar que tiene mosaicos y huellas que corresponden a varios siglos antes de Cristo.
Ahora se hallaba en tierras extrañas, en una gran ciudad, a la que no podía adaptarse. Menos todavía a su gente, su sistema de vida, su cultura y su lenguaje. Todos los extranjeros, forzosamente, a poco andar, comenzaban a chapurrar el idioma local. En general, a los italianos les resultó más fácil y la musicalidad de su idioma y su gracia modificaba fácilmente al idioma local. En poco tiempo el inmigrante italiano utilizaba un idioma ítalo-español, una mezcla -denominada "cocoliche"- y de tal guisa fueron apareciendo vocablos como "jo", "saluto", "salute", "muquer", "mácuina", "ferro", "semo", "se vamo", "altroqué" y muchos cientos más, que fueron conformando un nuevo lenguaje nacional. Desde este escorzo podía tener mejor entonación social que yendo a Misiones.
Ya estaban en Misiones, una provincia de la Argentina, decenas de sicilianos y paisanos del resto de Italia; y asimismo en el país vecino, Brasil, en el sur, de manera que, por este camino, igualmente podría reunirse con connacionales. Francisco, meses atrás, oyó acerca de los ríos de esa zona, que favorecían la producción y el trabajo, así como la riqueza forestal representada por bosques de las más variadas especies vegetales, propias del sitio, que no conocía. Escuchó que había minas de oro y plata, lo que despertaba su espíritu de aventura y una rara curiosidad y fantasía. Gaetano Vizzi y Francesco Belli ya tenían un destino: un pequeño pueblo de unos centenares de habitantes, en el departamento de Candelaria, llamado Oberá. Querían afincarse en un poblado, puesto que aquello de la "selva misionera" les infundía aprensión o temor. Por otro lado, habían escuchado maravillas de la geografía y hechos asombrosos de su historia. Insensiblemente, sin que se traduzca ostensiblemente, aquí y allá, los sicilianos se expandían por el mundo, extendían su cultura; tejían, sin darse cuenta, una red fraternal que era algo como una garantía de protección recíproca, de afectividad, comprensión y unión de partes inseparables de un alma pulverizada por la fatalidad.
En los primeros doce años del siglo se sucedían los hechos sociales que alteraban el ritmo normal de la sociedad, singularmente huelgas, inclusive de mujeres trabajadoras textiles; una huelga de inquilinos y hechos sangrientos en las calles con motivo de las represiones policiales; en 1905, una revolución cívico-militar llevada a cabo por un político y profesor de filosofía, krausista, que también parecía representar los intereses de los inmigrantes. Se llamó Hipólito Yrigoyen. Los inmigrantes encontraron también protección en otro mentor de la política Argentina: Lisandro de la Torre y su partido Liga del Sur, en el sur de Santa Fe, pues, por parte de las clases oligárquicas el motivo de los inmigrantes en estas tierras era su explotación. Ya había comenzado y se había intensificado la explotación del hombre por el hombre y de la naturaleza por el hombre. Pero se abrían nuevas instancias de promoción humana, lentamente, en parte motivadas por la propia acción directa y el hecho social. Ellas fueron precedidas por una "semana roja", denominada así por los hechos sangrientos causados por la acción policial, y por "El Grito de Alcorta", una revolución campesina. Parte de los inmigrantes fueron protagonistas, cuando no líderes sociales, de las ciudad o el campo. Este tipo de disturbios sucedía en otros países.
Por el año 1906 continuaban arribando contingentes de inmigrantes italianos; ese año, las autoridades aduaneras descubren contrabando en el vapor Regina Margherita, apresan a los responsables, que son rescatados por la tripulación, interviniendo además un buque de guerra italiano Fieramosca, lo que crea un conflicto diplomático y un problema de soberanía. Poco después, se dan las explicaciones y los discursos sobre la confraternidad ítalo-argentina.
Un año más y Buenos Aires tiene un millón cien mil habitantes. Gran parte de inmigrantes se radicaban en esta capital. En el mes de agosto se produce una gran manifestación de protesta por el precio del pan, la carne y los alquileres, y, simultáneamente una huelga portuaria en Ingeniero White (Bahía Blanca), muy cerca de la ciudad donde se habían afincado Michele, Mariano y María. Donde asimismo irían Liboria y Antonino, Francesco, Giovanni y Felipa -una vez retornados al país- y muchos más. El país, en cierto modo, progresaba en sentido material en beneficio de sectores de privilegio, ahondándose la injusticia social. Después de la muerte del poeta italiano Giosué Carducci y de Edmundo D'Amicis, sicilianos y calabreses se consternan con las noticias de los tremendos sacudimientos de corteza terrestre que llevan muerte y desolación en Sicilia y Calabria, convirtiéndose en ruinas Messina y Reggio; ciudades envueltas en llamas, doscientos mil muertos, con trabajo acumulado y cultura de mucho tiempo destruídos en un instante. Historia o leyenda, se habló de una carta de la Virgen María, posterior a la muerte de Jesucristo, casi totalmente quemada por las llamas, en la cual María ofrecía portección al pueblo de Messina, por un terremoto similar ocurrido en aquel tiempo.
Revoluciones, agitación social y terrorismo cubrían el mapa del mundo:Rusia, Italia, Francia, España, Persia, América, etc... Atentados, intentos de magnicidio y movimientos multitudinarios eran acompañados de notas sangrientas, en las calles y cuarteles, donde se fusilaba a líderes sociales o pensadores, entre ellos el líder catalán Francisco Ferrer, que causó indignación en las masas populares del mundo entero, como también en Buenos Aires, donde hubo expresiones diversas de protesta. Poco antes de esto, el primero de mayo de 1909 era festejado y acompañado de protestas por la jornada excesiva de trabajo; la intervención policial dejó el saldo de muchos muertos y heridos. Posteriormente se decreta el estado de sitio, por causa de la muerte del jefe de policíal corones Ramón L. Falcón y de su secretario, mediante una bomba arrojada por un anarquista. Al año siguiente estalla la guerra entre Italia y Turquía.
Gaetano Vizzi y Francesco Belli ya llevaban varios años trabajando en Oberá, Antonino Naccia y Liboria Baglio -con su hija Lucía- llegaron a Bahía Blanca. Todos ya habían iniciado la sucesión de hijos. Pero el encuentro entre los Naccia y los Giuliano se produjo en un pueblo cercano a esa ciudad, luego de intentar trabajar en distintos pueblos y ciudades, siempre con la prole a cuestas, aunque ya había algunos muchachones.
III
Coronel Suárez, otoño de 1922. Luego de la reforma electoral que permitió, por primera vez -en elecciones libres y democráticas- la asunción del gobierno por el pueblo, se había iniciado una etapa de prosperidad y desarrollo pleno de la Argentina. En las pequeñas poblaciones y en la campaña continuaban los focos de conflicto por causas políticas. Los sureños de Italia que llegaron al sur de la Argentina no se involucraban en las luchas sociales o políticas, salvo Giovanni Giuliano, ligado al "anarquismo azul", pacífico y literario.
Ocurrió en ese pueblo y en esa estación el reencuentro entre los Giuliano y los Naccia. Al lado de la casa que ocupaban éstos, en la esquina, había un almacén y despacho de bebidas(*), donde compraban Antonino y sus hijos. Casi al anochecer, entraba Antonino al almacén y escuchó una fuerte voz como entrecortada e insegura.
-¡Antonino!-exclamó Giovanni.
-¡Giovanni... querido amigo -gritó sorprendido Antonino-. Se abrazaron fuertemente y Giovanni lo acercó y lo invitó a sentarse a su mesa, en la que había una copa grande con vino tinto y un plato con habas cocidas, con picantes. Pidió Giovanni un vaso con vino al bolichero, que sacó de la canilla de la bordelesa que estaba a un costado y lo sirvió. Y comenzó a contarle:
-Hace poco que estoy en este lugar, trabajando en las obras todo lo que puedo, dispuesto a no moverme más. Tengo nueve hijos, cinco se murieron pequeñitos; con tantos ya no puedo ir de un lado a otro. Ya los mayorcitos ayudan también, haciendo tareas en el campo, lo que sea.
-Nosotros también -respondió Antonino-. Pero no tenemos tantos hijos y estuvimos en muchos lugares. Nos gustó Bahía Blanca y allí volveremos pronto. Yo soy constructor y allí hay trabajo, es una ciudad que progresa bastante. Vivimos aquí, en la casa vecina, así que ya sabes...trae a toda tu gente cuando quieras. Ahora viene conmigo -agregó Antonino-. Pagó un kilo de fideos que compró y la consumición y salieron para ingresar a la casa. Se sucedieron las sorpresas y emociones. Los hijos más pequeños sólo habían sentido hablar de Giovanni Giuliano y su familia. Era un ser querido, pero extraño y rodeado de misterio. Pero era como de la familia. Habían pasado bastantes años sin que se produjera esta feliz casualidad. Liboria le contó la desgracia sucedida a su familia, en ese pueblo:
-Hace poco, Giovanni, con la epidemia de gripe española, estuvieron enfermos tres de mis hijos. Dos fallecieron y Lucía sobrevivió.
-Yo sé que desde tres años atrás en muchos países esta enfermedad causó millones de víctimas, y sé también que llegó aquí, a este país y a este pueblo. Siento mucho esto. Ahora ya todo ha pasado Siempre está el futuro, el trabajo, la esperanza y la familia y los amigos. La Providencia acompaña, Venuzza.
Poco después llamó en la casa de Antonino el joven Vicente, hijo de Giovanni. Traía el plano de una obra, de parte de su padre, para que le explicara algo que no entendía. Lucía lo atendió en la puerta y lo hizo pasar. A partir de ese momento el muchacho hacía las compras de su casa en el almacén de la esquina, lindero a la casa de Lucía.
En ese mismo año del reencuentro, en la familia de los Giuliano en Montelepre, nació otro Giuliano: fue bautizado con el nombre de Salvatore.
Un fuerte temporal afecta a casi todo el país de los argentinos. Algunas ciudades se inundan. En Italia, estallan revoluciones fascistas en varias provincias y se inicia la marcha de los "arditi" sobre la capital. La asunción del poder por Mussolini estuvo favorecida por la depresión de las posguerra, algo así como una revuelta de Italia contra Roma, según la explicación fascista.
IV
Antonino había sido llamado por su hermano radicado en Suárez, donde tendría trabajo seguro por casi un año, para construir un chalet para una familia de campo. De manera que su llegada precedió a su familia. Una vez alquilada la casa de marras, lindera al almacén, hizo venir a su mujer e hijos. En el terreno había otras dos viviendas, sin divisiones ni cercos. Existían viejos árboles tan sólo; ninguna plantita ni flores y, en cambio, gran cantidad de yuyos y algunas pequeñas flores silvestres. La casa tenía muchos años; lentamente, se caían los revoques y se descascaraba la pintura. Antonino hacía las reparaciones y, por su cuenta y cargo, construyó una habitación más. En pocos meses mejoró su ingreso y habitaron una vivienda con más comodidades y confort, además de haber sido "empujado" por las peleas que ocurrían dentro de una de las casas vecinas, inclusive un hecho de sangre en una pelea entre gente acostumbrada al cuchillo por razón de oficio, en el trabajo rural.
Vicente hacía sus pasadas por la vereda de la casa y le decía cosas a Lucía, si la encontraba, sin detenerse a conversar, porque el autoritarismo paterno y la condición a que estaba sometida la mujer impedían el encuentro y el diálogo. El joven siciliano ya se había ejercitado en el arte del piropo, que era uno de tantos síntomas de la adaptación de los extranjeros a las costumbres y usos lugareños. Continuó sí, con insistencias en sucesivas residencias de la familia Naccia, en el mismo pueblo; a medida que Antonino producía mayores ganancias cambiaba su morada. Giovanni, que comienza a ser don Juan -al perderse paulatinamente el idioma de origen-, aunque aseguraba que quería quedarse en ese pueblo, anunciaba viajes a Rosario y Buenos Aires en búsqueda de mejor trabajo, según dijo.
No transcurrió un año cuando la familia Naccia se radicó definitivamente en Bahía Blanca, donde se reunió casi toda la rama de los Naccia, incluyendo hermanos, hermanas y padres de Antonino.
Antonino tomó la costumbre de vender los muebles cada vez que se desarraigaba, así que se trasladaba con lo elemental y todo lo que era de uso personal y algunos objetos y muebles. De este modo llegó a Bahía Blanca. Pocos días después descendía del tren procedente de Coronel Suárez, en la Estación de Ferrocarril Sud de Bahía Blanca, Vicente Giuliano, con su pequeña valija. Cruzó la calles, se detuvo en una obra en construcción y dialogó con el obrero que trabajaba en el andamio, luego de los saludos usuales.
-¿No sabe dónde puedo conseguir trabajo?
-¿Y usted qué sabe hacer?
-He trabajado en albañilería.
-¿Quiere trabajar conmigo?
Era un paisano, un siciliano de Castelbuono, José Todaro. Trabajaron juntos durante treinta y cinco años. Juntos hacían sus salidas, frecuentaron el mismo bar, de tanto en tanto, aprendieron el tango rasgueando la guitarra y abandonando el folclore de su tierra por una música que había entrado hondamente en el espíritu del pueblo argentino. Lucía, a su vez, cambió la opera, que le gustaba cantar y lo hacía en reuniones familiares, por las canciones cuyas letras contaban las historias de las gentes del segundo hogar. De todos modos, el influjo de la historia, el alma, el carácter y, en suma, el ser siciliano, podía evolucionar pero no alterarse. Y aquí, en este rincón austral argentino, la música y el baile eran muy estimados.
Antonino tenía el hábito de la lectura. Buscaba libros ávidamente. Se asoció a una biblioteca pública para satisfacer su apetencia. Releía la "Divina Comedia" y Dante Alighieri le trajo el recuerdo de Giovanni:
"Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
che la diritta via era smarrita (*).
Pues algo sabía de esos viajes de Juan Giuliano y de las reuniones de otros tiempos y de ahora, con amigos, para leer periódicos anarquistas, en español generalmente, y de algunos que ingresaban, en italiano, en circunstancias en que la democracia y la libertad de los gobiernos radicales favorecían la libertad de pensamiento y de prensa, específicamente. Más aún, durante Yrigoyen, los anarco-sindicalistas obtuvieron algunas reivindicaciones pidiéndole al gobierno, como cuando lograron disminuir el peso de las bolsas de cereal, de 90 a 60 kilos, lo que hizo que estos anarquistas fueran calificados, por sus camaradas de la línea dura, como anarco-radicales.
V
En la década del 20 se agrandaba el país, pero en el racimo venían uvas verdes: los episodios de la Patagonia y de la "Semana Trágica"; las inundaciones en Mendoza, que obligó a movilizar recursos importates; el violento terremoto, en la misma provincia, que tuvo lugar pocos meses después; las consecuencias de las pasiones políticas, como el asesinato del gobernador de San Juan. Una secuela del movimiento huelguístico de Santa Cruz, fue la muerte del teniente coronel Héctor Varela, víctima de la bomba que le arrojó un extremista, el que a la vez fue muerto a balazos por un ex-sargento de gendarmería nacional, que, poco después corrió igual suerte, iniciándose una serie de asesinatos. Varias tempestades y numerosos temporales asuelan Argentina. Maguer el progreso, acosan los conflictos sociales y políticos; en la provincia de La Rioja estalla una revolución secundada por radicales "principistas" y los revolucionarios encarcelan al gobernador; posteriormente, se atenta contra la vida del gobernador Aldo Cantoni. Algunas manifestaciones y huelgas se producen aquí, como en casi todo el mundo, por el proceso, la condena y la muerte de Sacco y Vanzetti.
Honda consternación causó a los inmigrantes italianos el hundimiento del "Principessa Mafalda", que había transportado a tanta gente. En él llegaron al puerto de Buenos Aires los Naccia. Fue un 25 de octubre de 1927, a las 19.30 horas -hora internacional-, en la costa brasileña. Los barcos cercanos acudían al llamado, recogido por los telegrafistas: "¡Del Principessa Mafalda a todos: S.O.S.!". Algunos pasajeros fueron salvados. Murieron unas 300 personas, que tenían por destino Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Expresó un informe periodístico: "Patéticos relatos, que hicieron con el gesto horrorizado aún por el recuerdo de la terrible tragedia, que enlutó a muchas familias de inmigrantes italianos". Dos años antes había partido desde Buenos Aires, en el "Mafalda", Carlos Gardel.
También en el fin casi de esta década prosiguen los conflictos internos. Es asesinado el caudillo provincial Carlos Washington Lencinas y el anarquista italiano Gualterio Marinelli, de 44 años, efectúa tres disparos contra el coche en el que viaja el presidente Yrigoyen, sin dar en el blanco. Yrigoyen recién asumía por segunda vez -la presidencia de la Nación y depuesto por un golpe de estado el 6 de septiembre de 1930, después de varias huelgas y manifestaciones estudiantiles.
En todo este lapso, desde 1930, la violencia en el interior del país pasaba desapercibida; generalmente estaba dirigida contra grupos aborígenes, contra trabajadores rurales, contra arrendatarios, sometidos a una forma de esclavitud y de régimen feudal, en distintos puntos del país. Invariablemente la economía estaba de por medio, en la industria azucarera, en la explotación de la riqueza forestal. El genocidio no se hizo notar, en una larga historia de muchas décadas. En el Chaco, capitalistas y fuerzas armadas sometieron a esclavitud a los diversos grupos aborígenes. En ocasión de un movimiento huelguístico y después de hechos violentos de represión, las autoridades inventaron la existencia de una insurrección armada. Murieron muchos y sus órganos y orejas fueron exhibidos en la comisaría de Quitilipi, como demostración del triunfo obtenido en la guerra por los militares. Un brujo había difundido entre los aborígenes que en caso de matanza ellos resucitarían y desalojarían de las tierras ocupadas injustamente por los blancos. Los inmigrantes que, con un poco más de temeridad iban a probar mejor fortuna a sitios ignotos, ante los hechos de la naturaleza o los derivados de nuestra realidad política, económica y social, se amilanaban ahora de tal grado que retornaban y buscaban los ámbitos en los que estarían acompañados por coterráneos y en los que solamente buscarían paz y trabajo. Galletti, activista sindical, permanecía en Rosario desde 1891. Pero Guglielmo, vecino de Barracas; el monteleprense Vito, que emigró hacia aquí y se trasladó a Resistencia; el calabrés Caputto, Concetta y su familia y Francesco Belli, todos echaron sus raíces en Bahía Blanca para siempre. Gaetano Vizzi permaneció en Oberá.
VI
El mismo día del golpe militar del 6 de septiembre de 1930, comenzaron las detenciones de dirigentes políticos, gremiales y estudiantiles; algunos se fueron del país. Se inició un régimen de torturas, sanciones secretas, muertes sin juicio previo, tumbas N.N. y, en fin, los mecanismos propios de la doctrina de la seguridad nacional.
Giovanni Giuliano fue detenido en Buenos Aires, el 8 de septiembre de ese año, bajo el estado de sitio y la ley marcial, en circunstancias en que salía del local de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), portando unas declaraciones impresas y manifiestos contra el gobierno, dobladas, en un bolsillo del pantalón.
Como fueron muchos los detenidos, en diversos sitios del país, la organización gremial se ocupó de recurrir a abogados para interponer los recursos de amparo. Máxime que estaba fresco el recuerdo de Kurt G. Wilckens, asesinado en su celda y que un estudiante había sido fusilado el mismo 6 de septiembre, además de los rumores que corrían con relación a los apresados. El tiempo demostró que no era simplemente un rumor. Giovanni fue fusilado en la Penitenciaría Nacional y meses después, en el mismo lugar, Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, todos de tendencia libertaria. Pero Di Giovanni fue sometido a torturas, con el fin de obtenerse nombres, domicilios y antecedentes, de lo que casi nada sabía. En Rosario, el día 10 de ese mes fue ultimado Joaquín Penina, un obrero catalán militante en el anarquismo. La policía informaba por escrito que los detenidos habían sido puestos en libertad y que "actualmente se ignora el paradero".
En realidad, lo que parecía más importante para la dictadura era encontrar al autor intelectual de algunas declaraciones contra la dictadura, lo que se consideraba delito. Un compañero de celda contó el relato de Giovanni Giuliano después del primer interrogatorio policial.
-¿Quién hizo este manifiesto? -preguntó el policía.
-No sé... apenas sé qué llevaba encima y no alcancé a leer los que yo retiré voluntariamente ...-respondió.
-Si no cantás todo vas a morir como el catalán, gringo de mierda -amenazó el policía.
-No sé señor... no sé nada.
-Ahora volvés al calabozo, hijo de puta, pensálo bien porque si no hablás te vas a ligar una visita guiada al infierno... en 48 horas -terminó.
Juan Giuliano desapareció el 13 de septiembre.
El 1º de febrero de 1932 el doctor Carlos Sanchez Viamonte presenta ante el juez federal un escrito ampliatorio en la denuncia por homicidio presentada contra José F. Uriburu y otros, al tomar conocimiento de nuevos casos concretos de aplicación de la pena de muerte. Además de los casos citados y del caso Gatti y Gagliardo, se refirió en esta ampliación a la muerte del obrero Penina y del menor Luis Di Tulio, fusilado en la noche del 6 de septiembre en la Plaza del Congreso, en la Capital Federal.
En la década del 30, si bien por un lado hubo reacciones sociales y políticas de carácter insurrecional contra la dictadura y el régimen, por otro lado se reinstaló un antiguo sistema signado por el fraude, la violencia y la dependencia nacional. La Argentina fue invariablemente un país convulsionado y conflictivo. Los hechos que eran una reacción contra un orden injusto pasaban desapercibidos, pues la verdad oficial era acompañada en parte por los medios de comunicación y por la enseñanaza. Toda la sociedad planetaria se edificó sobre el cimiento del mito, la mentira, la mala fe y la ocultación. Sin embargo, sin Cristo el infierno descripto alegóricamente por Dante hubiera sido el paraíso terrenal.
Al comenzar la década se casan Lucía -hija de Antonino Naccia y de Liboria Baglio- con Vicente -hijo de Giovanni Giuliano y de Felipa Pagano-; María -hija de María Valle y de Mariano Valdo- con Pedro -hijo de Francesco Belli y Teresina Petrella-. Los sicilianos en Bahía Blanca mantienen el vínculo que los une; los hombres se reúnen en la Sociedad Siciliana de Socorros Mutuos Trinacria.
En el mes de marzo de 1936 ocurre lo que se llamó "La Masacre de Oberá", cuando un contingente de agricultores, por causa de los bajos precios que les pagaban por la yerba mate y el tabaco, realizaron manifestaciones reprimidas por la policía. La secuela de esta represión consistió en una gran cantidad de heridos y quince muertos. La policía le había tendido una trampa, en connivencia con los capitalistas del algodón, la yerba mate y el tabaco. Los agricultores contaban con la autorización del gobernador del territorio de Misiones, Julio Vanasco, por lo que el Comisario Leandro Berón, destacado en Oberá, dio curso a la autorización. Al mediodía de un domingo de sol se formó una caravana de humildes agricultores. Eran unos 2500 aproximadamente, que se acercaban al local de la Federación Agraria Argentina:
"Nunca pensaron que muchos de ellos quedarían allí. Una lluvia de balas quebró el silencio de la mañana desde el frente y los laterales; policías y particulares escondidos comenzaron la matanza, que con el tiempo será recordada como 'La masacre de Oberá'. El saldo fue de quince muertos, más de cincuenta heridos y contusos, numerosos detenidos y mujeres violadas en las comisarías.
Tras la caìda de los primeros manifestantes, en la huída los unos pisoteaban a los otros y los caballos se desbocaban pasando por encima de los tendidos en la tierra, provocando más heridos y más muertos, según el relato del historiador de Oberá Lloyd Jorge Wichstrom.
¿Qué había pasado para desencadenar la matanza?
De acuerdo a una completa investigación que firma Carlos Correa en el diario "El Territorio", de Misiones, una vez concedido el permiso para realizar el acto de protesta, la policía habría difundido en el pueblo que la intención de los colonos era saquear los comercios y las viviendas; corrían rumores de incendio de plantaciones y de actos de violencia de las manifestantes. Por eso rápidamente muchos civiles tomaron sus armas y se dispusieron a la defensa, atacando totalmente a traición a los indefensos chacareros.
... el diario 'Crítica', de Buenos Aires, en sus edición del 10 de abril de ese año, sostiene: 'no deja resultar extraño que una masa tan numerosa de colonos deliberadamente dispuesta a asaltar una comisaría, no haya logrado hacer una sola baja entre los policías haya en cambio resultado víctima de los desprevenidos y pocos numerosos defensores del orden público'. Para ser más categórico aún, el diario decía que los supuestos asaltantes inermes fueron perseguidos varios kilómetros y heridos por la espalda. Entre los asaltados no hay uno solo que presente un rasguño.
Como para despejar cualquier duda, el instructor del sumario designado por el juez letrado del Territorio -máxima autoridad de Misiones en ese entonces- calificó al movimiento de 'estrictamente agrario' y 'razonable'... "
Ese día, fue herido de gravedad Gaetano Vizzi. Falleció siete días después y con él se sepultó el sueño de la naturaleza elaborado con Francesco Belli, que años antes de la "Masacre de Oberá" fue a Bahía Blanca a encontrar un hermano sur de Cefalú.
VII
En Bahía Blanca, Antonino y Mariano habían iniciado una etapa de franca prosperidad. Antonino, trabajando como constructor, y Mariano, como gerente de empresa, Los dos, hombres cultos, lectores y con gran inicativa. Parte de sus hijos ingresaron a la universidad. Pero estas familias sicilianas, numerosas por cierto, no adelantaban de un modo uniforme. Unos tomaban un camino, otros, otro; en el caso de las hijas, dependía del hombre con el que se casaban. No había una actitud de discriminación social. Al fin, todos procedían de origen humilde y el ser siciliano era su pertenencia a cierta familia, su propensión al trabajo, el respeto de ciertos valores, como la familia, los hijos, la mujer, la hombría y normas de conducta.
Mariano Valdo, desde su juventud, en Nicosía, no fue indiferente a la cuestión política, particularmente al problema siciliano. El, como tantos -y entre éstos Giovanni Giuliano- sostenía que Sicilia debía ser una nación. Recordaba los viejos intentos, en la historia, que expresaban el separatismo. En Palermo, un siglo atrás, un abogado fue encarcelado y procesado por conspiración; se le acusaba de conspirar para crear una "República Democrática Siciliana". Fue cruelmente torturado y condenado a la pena de muerte luego de varias "cuerdas" de tortura; sus pies eran puestos en agua hirviendo y luego en agua fría, repetidamente, y se lo hacía caer desde una pared. El trato de cuerdas era una forma de tortura, una serie por etapas; difícilmente el torturado llegaba a la última, que era la séptima. El mismo torturador había oficiado de verdugo en la aplicación y ejecución de la pena capital. Lo que se buscaba con las torturas eran nombres de conspiradores. Se le había preguntado: "¿La Sicilia ai siciliani?"(*).
El republicano contestó: "L'omu ch'e omu nun rrivela mai, mancu su avicorpa di cortella" (**). A continuación, se le recordó un canto popular: "Pigghia lu'infami e fallu morsa morsa, /Pistilu beni e riducilu 'inguentu, /Et puoi lu minti ni na scura fossa: /Lu atuppi beni p'un coggiri vientu" (***) y le dijeron que eso mismo harían con él.
Mariano sabía cuales eran las razones del separatismo y se había adherido a ellas. En primer lugar, un concepto de república democrática, para terminar con las dependencias y sometimientos, las represiones dictatoriales y los privilegios y corrupción. En segundo lugar, asegurar la libertad, el federalismo y el municipalismo. Luego, un régimen jurídico de la tierra rural, que debía reestructurarse para que la tierra sea para quien la trabaje. Todo ello agredía vigorosamente al régimen imperante, a los grupos de poder dominantes. La mafia recibía el pizzu de los terratenientes, pero sin embargo, compartía el separatismo, pues entendía que así tendrían más libertad de acción, dentro de una república independiente.
Con tales precedentes, cuando Mariano llegó a la Argentina, se encontró con comunes denominadores, en el partido que habían liderado Alem y después Yrigoyen, y se convirtió en un colaborador, sin hacer de la política una profesión, ya que casi todo su tiempo diario estaba absorbido por su condición de dirigente de empresa. Mariano Valdo y María Valle tenían ya seis hijos, tres varones y el resto mujeres; los varones se encontraban cursando estudios superiores, en la Universidad Nacional de Buenos Aires, y todos habían abrazado la causa del Movimiento de Reforma Universitaria, cuyo embrión data de la Argentina finisecular pero que hizo eclosión en 1918. Llegaron los nietos, primero de la unión de María Valdo con Pietro Belli; una primer hija fue bautizada como Rosa. De la unión de Giovanni Giuliano y Felipa Pagano, nacieron muchos hijos y de uno de ellos, Vicente, casado con Lucía Naccia -hija de Antonino Naccia y de Liboria Baglio- nacieron, también, muchos hijos; uno de éstos fue Leonardo.
Entre estas familias y muchas otras italianas existían íntimos lazos afectivos, más profundizado entre las gentes del sur. En ocasiones afloraban las discriminaicones, según eran del norte italiano o del sur, en tono de agresividad o de chanza, en correspondencia con las circunstancias; entre los del sur, además, por razón de la tarea que realizaba la familia: contadini, eran los campesinos, y artigiani, los artesanos. Antonino, como su yerno Vicente y Vito eran artigiani, en cierto sentido; scacciapagliari, los segadores de paja. Frecuentemente, los italianos se reunían en los despachos de bebida, o en los boliches, los fines de semana. Jugaban a las bochas, a las barajas o se ponían a cantar las canciones de su tierra, a jugar al patrón y soto o a la murra, todo lo que se transmitió a los descendientes y se perdió con el tiempo.
Michele Naccia no participaba de esas reuniones. Parecía ser un solitario, un hombre profundamente melancólico, silencioso y apartado de todo. Había comprado un quinta, que trabajaba personalmente y vivía en ella; allí construyó su vivienda, en Aldea Romana, en la zona rural, lindera a Bahía Blanca, y raramente se trasladaba a la ciudad.Fue el primero de la familia en emigrar y quedarse en esa ciudad y lo hizo intempestivamente como quien huye o trata de evitar un peligro, cosa que ocurría cuando alguien, en la Isla, cometía un hecho grave y evitaba la acción de los carabinieri(*) y su radicación en América era organizada y complida por la mafia. El perligro se presentaba igualmente ante la posibilidad de vendetta, 'venganza'.
Michele Naccia fue muerto en pleno centro de Bahía Blanca, en la esquina de las calles Estomba y Moreno. No había testigos. La gente se acercó al lugar del hecho después de su manifestación. El homicida conducía un carro tirado por caballos, un italiano al que llamaban "Gorra Colorada", quien declaró que tenía una deuda con Michele, que al encontrarse con éste hizo además de extraer un arma de modo que respondió con su propia arma, encontrándose atemorizado por las contínuas amenazas de don Michele Naccia. El homicida salió en libertad en pocos meses, una vez terminado el proceso, absuelto de culpa y cargo. Instantes después del crimen Lucía Naccia pasaba circunstancialmente por el lugar.
VIII
Al promediar la década de 1930, Galletti, que vivía en Rosario desde que se fue allí con Galiffi, estuvo solamente unos días en Bahía Blanca y saludó a todos sus amigos. De un primer encuentro con Antonino surgió el convite para comer en la casa de éste. Ese día fue recibido por el matrimonio, los hijos y las hijas, las nueras, los yernos y los nietos, que ya había tres.
-Esto que ves -le dijo Naccia a Galletti- es algo así como la sicilianidad que se decanta en el tiempo; todo se ha ido transformando: la vestimenta, el lenguaje, el comportamiento y la moral.
-A nosotros -contestó Galletti- nos duele más que a cualquier pueblo del mundo, Antonino, porque somos apegados a nuestra vida, leales con nuestra historia. Los cambios, en Sicilia, siempre importaron muerte, destrucción y sometimiento. Debimos refugiarnos en nuestra propia tierra. Muchos nos fuimos de ella y en cualquier lugar que estemos creemos que también debemos crear nuestro refugio.
-Fíjate -le dice Antonino a Galletti-, entre nosotros ya no hablamos el dialecto y menos hablarán nuestros hijos y nietos. Y aún si quisieran hay palabras que sólo podían pronunciarlas correctamente viviendo en Sicilia, escuchándolas a diario en boca de la gente ¿eh? ¿Te acuerdas de los relatos que nos hacían cuando niños?.
Lo saben todos los que hayan vivido en Sicilia. Cuando las Vísperas Sicilianas, al son de las campanas, los sicilianos salieron a degollar a los franceses. Si había alguna duda sobre la nacionalidad de la persona se le hacía pronunciar una palabra, cicciero, por su difícil pronunciación; ciceri -que aludía al garbanzo- también era usada para saber si eran sicilianos o no; si pronunciaban la c a la siciliana (tchitcheri) salvaban la vida; si la decían a la francesa (sisseri) equivalía a una sentencia de muerte: el desdichado era acuchillado ahí mismo.
En ese momento entra Vicente Giuliano, con Lucía Naccia y los hijos pequeños. Antonino lo llama, lo presenta a Galletti y le resume el tema del diálogo con éste. Dirigiéndose a Vicente:
-¿Te das cuenta, Vicente? Cuando viniste usabas zapatillas y gorra con visera, como la de nuestros hermanos sicilianos. Después te ví con polainas y ese sombrero ...el rancho. Ahora, salvo cuando vas a las obras en bicicleta, te admiro los domingos como a un galán de cine, de traje, camisa, corbata, zapatos negros, sombrero y un cigarrillo entre los dedos de la mano derecha levantada a medias y la izquierda en el bolsillo del pantalón. Las mujeres llegaron con sus vestidos largos, negros, y un pañuelo en la cabeza anudado en la garganta; ahora se ponen de negro cuando muere alguien y visten así cada vez menos tiempo. Ahora usan las polleras cortas y el pañuelo que se ponen lo anudan en la nuca.
Todos sonríen y también Antonino. Galletti continúa el diálogo de un modo circunspecto, como quién aprovecha el estado de la conversación para contar algo.
-Tú lo has dicho, Antonino, todo cambia, aquí y en todo el mundo. Pero en Sicilia, si cambia, cambia mucho menos. Y hay cosas que no cambiarán nunca. Estuve en Enna y desde la parte más alta casi veo toda Sicilia y la costa de Africa, en un día claro. ¿Qué te parece?.
En ese instante interrumpe Liboria, que hacía su entrada desde la cocina, anunciando:
-Esto que van a comer tampoco cambia: spaghetti hechos en el agua de los hinojos hervidos, mezclados cortaditos con ajo rayado y queso también rayado y anchoas a quien le guste. La mesa está esperando. Arrímense todo el mundo a dar gracias a Dios y a comer.
Una vez sentados a la mesa, Galletti retoma el diálogo y, dirigiéndose a Antonino, dice:
-Es así, hay cosas que cambian y cosas que no cambian. El mundo se mueve permanentemente, en ocasiones para dejar las cosas como estaban. Primero hay una revolución, como la revolución triunfa, después los vencidos quieren hacer la revolución. Un día, los que están arriban llaman a elecciones y como pierden anulan las elecciones. las cosas se hacen y se deshacen, a gusto y a disgusto. Algunos se la pasan dando vueltas y vuelven al sitio de donde partieron. Cuando había pocos italianos en la Argentina se fundó el diario "La Patria degli Italiani". Ahora que somos tantos el diario cierra sus puertas. Le interesó a esa generación y las siguientes se fueron adaptando. Como dices, Antonino, se fueron transformando.
-En buena parte hay verdad en eso -apuntó Antonino-, pero los intereses son diferentes. El pueblo que acompañó el cortejo fúnebre con el cadáver de Yrigoyen no era el mismo que salió a la calle para su derrocamiento en el año 30. Los intereses son diferentes y además en este país hay muchas contradicciones. Al que entrega parte de la riqueza a los ingleses le dan el Premio Nobel de la Paz y el que la defiende es víctima de un atentado, como en el Senado.
Después, la charla siguió con las recuerdos de la tierra natal, en medio de una gran alegría y a la vez nostalgia. Pero estaban juntos, en el afecto y en los sentimientos comunes. Cada encuentro entre paisanos fortalecía y desarrollaba una red espiritual que sólo después de algún tiempo habría de enervarse. Empero, cada ser, sabiéndolo o no, tenía atesorada una naturaleza común, como una resultante de una larga historia.
IX
En sus estancia en Bahía Blanca, Galletti se había reunido con el joven Nicolás -Nicola- Ruggero, pretendiente de Teresa -Teresina-, hermana de Lucía. No existía una disposición de los Naccia a admitir esta relación porque Nicola no gozaba de buen concepto. Teresa, que estudiaba dactilografía a la vuelta de su casa debía regresar al anochecer. Doña Liboria vigilaba. Una tarde interrumpió el encuentro entre los dos, propinándole a Teresina un schiaffo (*) en plena calle.
Asimismo, Galletti había conversado con don Luigi, otro de los hijos de Antonino, fuera de la casa de éste. Nadie supo de qué hablaban. Galletti afirmaba que él era un hombre de negocios, sin aclarar qué tipo de negocios hacía.
Años atrás se habían desbaratado algunas bandas de asaltantes, todos con apellidos italianos. Algunos sucuestros conmovieron a la opinión pública, particularmente el de un muchacho, Abel Ayerza, y el 14 de mayo de 1933 fueron apresados el asesino del joven, Juan Vinti y sus còmplices Frenda, Romeo Capuani y Di Grado. Más tarde sucedieron hechos similares. No era sino un remedo de la vecchia mafia, la desenvuelta en la Isla, en una primer etapa histórica; la segunda, corresponde a la nuova mafia, en los Estados Unidos de Norte América, con otras características.
El instinto de Antonino y la intuición de Liboria separaron a Luigi de Nicola a tiempo. Poco después del retorno de Galletti a Rosario, ocurrieron una serie de robo de automotores, en la ciudad de Bahía Blanca y Nicola fue apresado y condenado a prisión.
El hogar de Antonino era un ámbito de trabajo y de sacrificios. Así creó la familia un bienestar. Luigi no podía estar ajeno a esta circunstancia y a la autoridad que los padres tenían, fáctica y moralmente. Salvo Liboria, que trabajaba en la casa, todas las hijas habían trabajado. Fueron trabajadoras a domicilio y realizaban tareas para negocios importantes, como pantaloneras, chalequeras y sombrereras. Todas sabían hacer todo esto pero se distribuían los trabajos, por especialidad. La familia entera estaba preparada para afrontarlo todo.
El mundo entraba en una etapa pre-bélica. Al finalizar 1937, un 4 de noviembre, muere Galletti en Rosario como consecuencia del ciclón que azotó a esa ciudad; y en diciembre fallece don Antonino Naccia, hombre muy querido por la gente y muy amado por su familia. El 1º de septiembre de 1939 se inicia la Segunda Guerra Mundial, al invadir Alemania a Polonia; Francia y Gran Bretaña decretan la movilización general y declaran la guerra al Reich el día 5 de septiembre. El 10 de junio de 1940 Italia declara la guerra a Francia y sus tropas ingresan por la frontera alpina. El 14 cae París. Al inicarse la nueva década mueren Felipa Pagano, esposa de Giovanni Guiliano, y don Mariano Valdo. En1941, fallece doña Liboria. Poco a poco va desapareciendo la felicidad de una familia. Nacen tristezas y asimismo nuevas alegrías. Ello es una constante. Una familia es una corriente perdurable. Como una marea. Es mutable y es a la vez inmutable. Los sicilianos lo sienten así, como una cosche.
En 1941, los italianos en la Argentina no salen de su asombro. Después de Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, y de entrar los EE.UU. en guerrra, Italia declara la guerra a la Unión. Los sicilianos,en general, no estimaban al Duce, además del recelo del sur contra el norte, de Sicilia, contra Roma.
X
Dos años después, en 1943, Europa entra en el quinto año de guerra. El 10 de julio de 1943 comienza la invasión a Sicilia, con la necesaria ayuda de la mafia; en los E.U., Salvatore Lucania es sacado de la cárcel para establecer los contactos con el capo di tutti capi (*), en Sicilia, donde todavía moraban los capomafia di vecchia estampa (**). Las columnas acorazadas de Patton avanzaron incesantemente en la Isla. El es el primero en poner los pies en suelo siciliano. El 3 de septiembre empieza la batalla de Italia. Los jerarcas del fascismo imputan a Mussolini, entre otras cosas, no haber hecho nada para evitar los males que soportaban en esos momentos los sicilianos. El 4 de junio de 1944 los aliados ocupan Roma y el 29 de abril de 1945 es ejecutado Mussolini por los guerrilleros italianos al intentar su huida a Suiza. En 1947 se reanuda la corriente inmigratoria con Italia, que había sido interrumpida durante mucho tiempo.
En esos momentos subsistía la constumbre de reunirse las familias, en la casa de alguno de sus miembros; se hacían reuniones de entre treinta y sesenta familiares. En el grupo de los Naccia y Giuliano, relacionados por la unión matrimonial de Vicente y Lucía, estas juntas se hacían en la casa de aquél, usualmente los domingos al mediodía y salvo la época estival, en que se realizan los sábados a la noche. Raramente participaba alguien que no tuviera vínculo de sangre o vínculo político. Los primeros síntomas de la pérdida de la unidad familiar comenzaron a notarse a raíz de los acontecimientos políticos argentinos y en íntima relación con la problemática italiana; sólo pocas veces, en estas reuniones había discusiones de tal carácter.
Vicente Giuliano trabajaba como albañil, pertenecía al gremio de la construcción pero no al sindicato, reorganizado en ese tiempo y adherido a organizaciones de grado mayor. Silenciosamente, sin alharacas, él, como un grupo de trabajadores del mismo oficio, frecuentaban en "Centro de Educación Popular", donde se reunían a leer periódicos libertarios.
Su casa, construida por él mismo en días sábados y domingos, o feriados, o fuera de hora, tenía un gran patio en el que se hacían las reuniones de la familia, y se hallaba situada en un barrio en el que antiguamente los propios vecinos recibían enfermos en su casa que no tenían lugar en el hospital municipal existente allí y por lo que se lo denominó "Barrio Hospital": Más allá de éste era zona de quintas; calles de tierra, tamariscos, altos árboles, pequeñas casas rodeadas de vegetación, quintas con sus canales de riego, caracterizaban este entorno. A aproximadamente cinco cuadras, el campo, la zona rural. Los chicos se refrescaban en los canales de riego, salían a "potrerear" y a chapalear barro, en los días de lluvia, aún en el invierno, con la escarcha en la calle. Eran los tiempos del "chancho" y la "viuda", personas producto de la imaginación y la superstición; en ocasiones producto de la broma. La muchachada jugaba a la escondida, a la guerra, a la bolita, la payana, el rango y mida o bien a los naipes en el boliche, a boxear debajo del farol o a robar frutales en las quintas. Como no había negocios pasaban los vendedores ambulantes de lupines, achuras, carne de cerdo, pescado, pan y leche, con vacas a domicilio. Muchas cosas se vendían en el almacén y despacho de bebidas, excepto lo que correspondía a mercería, en lo que proveedor era el turco infaltable que se anunciaba desde su triciclo. Rara vez pasaba un automóvil y más raro todavía el vuelo de un "aeroplano"; la bicicleta era el medio de transporte, el carro, el tranvía y después un ómnibus viejo, hasta el inicio de la década de1940.
La discusión de aquél domingo había sido protagonizada por Vicente Giuliano y Luigi Naccia:
-Siempre nos dicen aquí en esta ciudad -afirma Giuliano- que los italianos fueron protagonistas de su historia, antes y después de la llegada de la Legión Agrícola Militar, y se aclara que ellos fueron de algún lugar del centro o del norte de Italia; igualmente, que los primerons agricultores fueron italianos y también ellos que fueron protagonistas en la construcción, el campo, la cultura. Nunca se dice que la mayoría son sicilianos. La "baja Italia" nunca es identificada con el progreso; el sur está proscripto de la vida civilizada y todo lo bueno viene del norte italiano.
-Y entre los que se destacan en la ciudad no hay ningún sureño... -agregó Luigi-. Ahora los que vienen son todos ingegneri (*).
-Y además fascistas -acotó Vicente. Aunque aquí, de los antiguos sicilianos, también los hubo. Pero éstos de ahora son todos fascistas, porque el gobierno hizo un tratado secreto para que solamente emigraran los fascistas.
-Qué es lo que querés decir -expectó Luigi, ofendido, adivinando posible intención oculta-, porque yo soy peronista y no soy fascista. Esto es lo que te leyeron en el Centro ¿eh?.
-Yo no necesito que me lean -contestó. Es lo que leí en "Adelante". Y también que ya hay delación entre parientes, así que espero que no me mandes preso.
Esto era una ofensa para un siciliano. Aun en caso de delito debía considerarse como una transgresión, una traición, basada en un convencimiento generalizado desde antiguo en la Isla: "Si me muero, que Dios me perdone como yo perdono al que me ha hecho esto. Si salgo de ésta yo sé como arreglar mis propios asuntos". Es la hombría que gobierna la conciencia pública de las gentes del sur y es sostenida muy a menudo, incluso ante la muerte.
Las ideas políticas, los nuevos hábitos y distintos valores fueron creando una cultura distinta a la de origen. Los sentimientos de fraternidad se fueron debilitando. Toda la sociedad se fue disolviendo, lentamente, o a lo mejor es la ley de la evoluciónde la naturaleza humana y social. El inmigrante siciliano fue víctima del desarraigo, o de los nuevos sistemas de alianzas subjetivas, en los que se engarza la persona irreflexivamente.
Parte de la hombría de bien inherente a la sicilianidad era mostrada por Vicente, de acuerdo a su propio sistema de valores y sólo contradictoriamente desde un ángulo aparente. Ateo, pero cristiano, casado con una ferviente católica; libertario y respetuoso de los usos y costumbres, en armonía con la gente pero no con cualquier forma de autoritarismo; repetuoso de la familia, indiferente a las pequeñas transgresiones de los hijos pero con el consejo permanente a flor de labio para inculcar normas de conducta y el deber moral de trabajar, de cualquier modo que sea. Respetuoso de los horarios, especialmente a la hora de comer con todos los de su familia. Celoso al extremo, con su mujer; durante su noviazgo toleraba la salida de Lucía con sus hermanas, para ir al cine Don Bosco, o con su familia al corso de flores, pero reaccionaba violentamente ante cualquier mirada o expresión o chiste relacionado con su prometida. De casado se oponía al uso de cosméticos, a las salidas sin la compañía de los hijos y en su ausencia todo hombre era recibido en la puerta de calle solamente, sin importar de quien se trate, porque además forma parte ésto de ese sistema de valores, de costumbres de gentes humildes, del concepto histórico relacionado con el ser y el aparecer. Y con el dicho siciliano "Scupetta e mugghieri nun si prestano", "La escopeta (o fusil) y la mujer no se prestan" (nótese que el fusil antecede a la esposa). Esto tenía más especificidad que aquello de que "la mujer del César debe ser honesta y parecerlo". Tal vez el descrédito de la autoridad pública hizo que el siciliano tendiera a la justicia por mano propia o a la creación de un Estado dentro de otro Estado, o al separatismo, como en el caso de Vicente, quien además había recibido el influjo de su padre Giovanni y el trauma del injusto fin de éste; de ahí sus lecturas, que realizaba ávidamente si se trataba del Martín Fierro, de Juan Moreira, o de las andanzas de Hormiga Negra y Bairoleto; cuando comenzaron a publicarse las primeras noticias del pariente Salvatore Giuliano, en "La Nueva Provincia", todos los días recorría sus páginas con ánimo inquieto; él encarnaba los anhelos de un pueblo y si de algún modo había en Sicilia distancias sociales en el separatismo estaban todos, el pueblo, la mafia, los sindicatos, las huestes de Salvatore y el Partido Separatista Siciliano, que propugnaba la independencia de Sicilia (*).
X bis
El documento guardado celosamente por el ministro Mario Scelba contenía el plan organizado con la mafia para aniquilar a Salvatore Giuliano, en 1950. En pocos años había crecido el poder político y militar de Salvatore. Buscado y perseguido por carabineros y soldados, el gobierno y la mafia, sin ninguna connivencia con nadie, con absoluta intransigencia, sólo en cierto sentido contaba con el silencio de la Iglesia y con la solidaridad del pueblo bajo; tampoco ninguna alianza con políticos o terratenientes. Imposible atacarlo en las guaridas y cuevas de las montañas, ni en los pueblos, cuando bajaba para realizar alguna acción, reunirse con alguien, visitar a su familia o sentarse a tomar cerveza a la vista de todo el mundo. En tales ocasiones su presencia era como una ocupación del pueblo. Nadie se movía. Ni el Gobierno. Nadie. Los ataques contra él daban resultado infructuoso. Aunque era un joven inteligente, había que vencerlo con inteligencia y con acción de otro tipo, no abierta o convencionalmente bélica, sino con el recurso más ostensible de la historia: intriga, traición y muerte.
El plan del ministro del Interior daba respuestas a todo lo que era el fundamento del poder y de las estrategias de Salvatore.
Si el ejército de Salvatore crecía, había que realizar determinados actos para ir diezmándolo, de cualquier modo: por la guerra, por el dinero, por las promesas, por los honores, por la permisividad, en todo lo cual los mafiosos se interesaban constantemente como un arcano oculto en las tradicionales apariencias de humildad.
Si Salvatore amaba había que superar sus argucias para encontrarse con su amada, para lo cual había que establecer las reglas o las leyes de su comportamiento para aprehender las circunstancias en las que podrían producirse los encuentros.
Todos los itinerarios y todos los pasos posibles formaban parte de la información y la inteligencia; los antecedentes familiares y personales de sus hombres clave; las fuentes posibles de los recursos, se trate directamente del robo o el secuestro. Había que llegar hasta él para matarlo en el momento preciso, pero previamente era necesario desacreditarlo frente al pueblo, que era la fuente principal de su poder. Debía tendérsele una trampa, una ratonera. ¿Qué era lo que más necesitaba Salvatore? ¿Apoyo popular? No. En las elecciones en las que no participaba en absoluto, aparecían las boletas de otros escritas con leyendas: "Viva Salvatore", "Que gobierne Giuliano", "Queremos a Salvatore". ¿Necesitaba armas? No, y hasta el momento había demostrado que bastaban las que tenía. ¿Más gente? Cada siciliano humilde era un soldado, aunque trabajara tranquilo en el pueblo o en el campo.
Salvatore necesitaba dinero y como al fin de cuentas había coincidencia con la mafia en la intención separatista, cometió el error de aceptarlo de ésta. Y esta fue la única vez en que pactó y fue traicionado, cuando Portella della Ginestra.
Parte del plan estribó asimismo en presentarlo como bandolero italiano relacionado con la mafia; esto estaba a cargo del gobierno. Igualmente, exhibirlo como represor de los movimientos campesinos.
Giuliano, para Scelba, era en realidad el motivo de su ascenso político. Mario Scelba era un político ambicioso. Había sido secretario particular de Dom Sturzo, en sus años mozos. llegó al Ministerio del Interior luego de haber sido Ministro de Correos y Telégrafos, en 1945. Al tiempo de iniciarse 1950, año de la muerte de Giuliano ya había pensado presidir el Consejo de Ministros, lo que se produjo cuatro años después. Se lo conceptuaba como uno de los políticos más destacados del movimiento católico y como hombre de una "línea dura". Tal vez las acciones de Salvatore lo llevaron a reorganizar la policía y esto era el antecedente del plan.
El plan aún se conserva, en secreto, en los archivos del gobierno, registrado como "Progetto SG-AP", lo que indica el objetivo final, el asesinato de Salvatore Giuliano por Gaspare Pisciotta.
Esta metodología no era extraña, en Sicilia. Nunca lo fue. Era parte integrante de la naturaleza humana de la región, del ser individual siciliano, integrante y calculador, previsor y organizador, aunque apunte a que nada cambie, o a cambiar para que todo siga igual. Se notaba en los inmigrantes. Se advierte aún en sus descendientes, cuando se ha mantenido la pureza de la sangre -o su impureza histórica- y la transmisión de lo aprendido, o más todavía de su cultura.
Ello es constituyente del legado de los tiempos, poblados de filósofos y científicos; de estrategas de entrecasa y de genios inventores. allí tuvo su génesis la perspectiva, connatural con la estructura mental y espiritual del habitante, que todo lo mide, lo pone a consideración analítica, lo interpreta y lo utiliza para situarse y asumir la actitud condigna.
Una persona siciliana es previsora, cauta, avisada y prudente. Cuando dialoga con otra mira profundaente, el desvío de la mirada es calculado en el instante; interpreta la otra mirada, la pose y los gestos; trata de aprehender las intenciones, o de adivinarlas; cuando habla lo hace en tiempo oportuno, espera la otra expresión para generar la suya con exactitud; cuida todos los detalles al extremo; intenta averiguar de antemano a dónde quiere ir el otro, qué quiere significar, qué oculta, cuáles son sus reticencias y el alcance de los frecuentes eufemismos. Pues cualquier mínimo gesto puede corresponder con un ataque o agravio o algo que no se quiere decir abiertamente. Si la ofensa existe, ciertamente, se graba en la memoria y no se olvida jamás, hasta que un hecho reivindicativo la borre. Es rencoroso. Por eso Scelba quería verlo muerto a Salvatore. por eso Salvatore le había puesto precio a la cabeza del ministro. Cuando el siciliano habla lo hace de modo elíptico y si así no logra los resultados deseados, después de las insistencias del caso, se producen los hechos. Si tiene alguna duda pregunta: "Qué cosa quiere decir con eso". Si las actitudes son congruentes y leales nace la amistad para siempre y mata a se deja matar por el amigo. El pueblo siciliano, el de la clase baja, respondía así a Salvatore. Scelba lo sabía.
Hacia fines de agosto de 1950 Vicente Giuliano recibe una carta fechada en Montelepre y despachada en Palermo a Bahía Blanca, a nombre de Vicente Pagano, esto es, consignándose el apellido materno. Entre otras cosas, en la misiva se lee: "Ahora lloramos la muerte de Salvatore, asesinado por un pariente... En poco tiempo llegará a Bahía Salvatore Púrpura, quien contará todo lo sucedido de verdad, porque los diarios mienten".
XI
Doña Teresina Petrella y don Francesco Belli, padres de Pietro, estaban relacionados con María Valle y Mariano Valdo, una de cuyas hijas era María, futura esposa de Pietro, matrimonio que tuvo lugar al iniciarse la década de 1930. Mucho antes de este año los Belli se establecieron en cercanías de Bahía Blanca, en un establecimiento agropecuario, cuyo patrón -en la época de la Argentina "granero del mundo"- le dió posibilidad de independizarse con un campito lindero, después de haberse desempeñado como encargado general, pero con obligación de continuar prestando servicios como tal en la estancia donde Francesco Belli había trabajado durante unos cuatro años.
Tiempos de prosperidad general le permitieron adquirir otras fracciones y convertirse en un importante agricultor, de una clase rural con cierto patrimonio, gradualmente creciente, aunque sin alterar el sistema de vida; de vida propia de una zona rural un poco distante del centro urbano más importante que era Bahía Blanca, más distante aún por la falta de medios de transporte adecuado y de caminos que favorecieran el traslado y fáciles comunicaciones. Esto fue mejorando y progresando con los años, muy lentamente; habría de transcurrir mucho tiempo para la electrificación rural y el uso de automotores.
Francesco no sabía escribir, así que contaba las bolsas de cereal con piedritas, bolsas que eran transportadas en enormes carretones, con ruedas altas como una persona normal. No era imprescindible ir a comprar al pueblo mercaderías porque tenía una granja pequeña, con variedad de animales, que se carneaban y guardaban en una especie de "carnicería" lindera a la casa, en condiciones adecuadas, al igual que los escabeches, chacinados y conservación de carne de animales en grasa o en forma de charqui, una lonja de carne que se salaba para consumir después de haberse secado al sol y al aire, con lo que tenía aptitud para durar mucho tiempo, máxime en un medio físico de clima variable, con altas y bajas temperaturas según las témporas, con el existente en la región que era el enclave de los campos que tenía Francesco Belli en propiedad. A pocos metros de la casa existía un molino al lado del que estaba en la quinta, con plantas, frutales, verduras y hortalizas, que se separaban a diario para consumo de la familia y de los trabajadores permanentes; en las épocas de cosecha se presentaban exigencias extraordinarias por la cantidad de trabajadores, pues todas las tareas eran manuales: particularmente en casi todo el proceso desde el levante de la cosecha hasta el almacenamiento en bolsas en el galpón, cuando no a la intemperie.
De tanto en tanto caía el mercachifle, con su carro, portando toda clase de ropas, utensilios, elementos de uso en el campo y algunas novedades, para lo que era la vida en la zona rural de entonces. El mercachifle, no pocas veces turco, como el mercero de la ciudad, pedía permiso para instalar su carruaje en cercanías de la casa, desatar los caballos, descansar y dormir a la noche debajo de la carreta.
De acuerdo a los ciclos de la naturaleza había espacio y tiempo para bailes, o reuniones de otro tipo, como las yerras, desde que Francesco ampló también su actividad dedicándose también a la ganadería. Yerra, "hierra", era una fiesta antigua, tradicional, en las zonas rurales, en las que se ponía a prueba la destreza, el ingenio y la hombría; una fiesta de gauchos y una costumbre criolla; un trabajo campero con el que se marca las crías orejanas de vacuno y yeguarizo, operación que tradicionalmente se realizaba en el otoño. Otra de las operaciones que se hacían en las yerras consistían en la señalada, ponerle señal a terneros y ovejas, en signo de propiedad. En esos tiempos de Francesco ya se usaba el señalador, un instrumento con el que se hacían muescas, círculos u otros dibujos en las orejas del ganado vacuno y lanar. En las yerras se capa animales y se los descuerna. Y son varias las personas que intervienen: el enlazador, que de a caballo enlaza al animal y lo pone a tiro del pialador que, de a pie, enlaza las manos del animal para voltearlo en su carrera; el marcador o marquero, el señalador, el capador, el descornador y el atajador (los atajadores se colocan de trecho en trecho, en cantidad necesaria según si la hacienda es mansa o arisca). Francesco iba aprendiendo todas las faenas posibles, o informándose, adoptando la terminología gauchesca y convirtiéndose poco a poco en un gaucho siciliano, como existían en la Argentina, gauchos franceses y gauchos judíos. Alguna vez, en silencio, hacía memoria y recordaba los versos que solía repetir un peón:
Una carreta toldada
sobre un rodao de mi flor,
y su eje superior,
lecho nuevo y bien quinchada,... (*)
Las hijas y los hijos de Francesco y Teresina trabajaron en el campo, pero Pietro tiró para el pueblo, cursando estudios secundarios y de contabilidad. La vinculación entre los Belli y los Valdo había venido por motivos comerciales; así nació la amistad y la relación y el posterior matrimonio entre María Valdo y Pietro Belli. Teresina no alcanzó a ver a sus hijas señoritas y a sus hijos mozos, pues falleció siendo muy joven. Francesco murió en 1944. Sólo vivía María, la esposa de Mariano Valdo. Estaban casados y con descendientes, casi todos los hijos y las hijas de la más antigua generación de inmigrantes, los que llegaron a Bahía Blanca desde el sur de Italia bastante tiempo después de la llegada de Michele, el hermano de Antonio Naccia, el adelantado de estas familias ligadas entre sí en la región siciliana y más tarde en Bahía Blanca.
XII
Después del 5 de julio de 1950, día del asesinato de Salvatore Giuliano -el "Robin Hood Siciliano"- algunos miembros de su familia, los de más edad, abandonaron el pueblo en la Isla, Montelepre, yendo a diversos sitios. Antonia Giuliano, que tenía noticias permanentemente de Giovanni Giuliano hasta el día de la muerte de éste y luego de Vicente Giuliano, su primo hermano, decidió radicarse en Bahía Blanca y así lo hizo. Al fin de ese año ya estaba en esa ciudad. No había podido soportar el clima de miedo, de presiones, de secuelas que podrían resultar graves y funestas. En Sicilia, cualquier Giuliano podía esperar lo peor; ninguno podía imaginar algo bueno, por años y años. Todos guardaban silencio. Ahora volvía a ganar terreno la sentencia que, desde antiguo, ilustraba que en Sicilia, para vivir, había que ser ciego, sordo y mudo. Más en este caso, ni siquiera esto bastaba, para un Giuliano. Vicente, tío de Salvatore, seguía las noticias que venían por agencia y se incluían en "La Nueva Provincia" de Bahía Blanca., y basándose en ellas creyó que Salvatore era un bandido.
-Bandido no -vociferó Antonia. Tampoco un asesino.
-Pero fue muerto en un enfrentamiento con veinte carabineros? -preguntó Vicente-. La pregunta tuvo su respuesta:
-Los diarios informaban que una partida de veinte carabineros, de los siete mil que lo buscaban, lo mató, luego de un enfrentamiento después de la salida de un prostíbulo, en compañía de sus secuaces. Esto es una mentira. En Sicilia todos saben que fue asesinado por Aspanu Pisciota, quien le comenzó a disparar mientras dormía, en paños menores. Fue delatado, traicionado y asesinado por un primo. Luego lo vistieron, lo llevaron al patio de la casa, llegaron los carabineros y continuaron disparándole después de muerto y vestido. Por eso su cuerpo tenía más agujeros que su ropa. Pero no fue un bandido o un sanguinario asesino. El cadáver fue llevado a un lugar y las autoridades hicieron trasladar a su madre desde Montelepre para reconocer el cuerpo de su hijo. Cuandollegó había pasado tiempo, vio el cadáver de Salvatore sobre un mármol, en el que había sangre seca sobre el mismo. Cuando se acercó, su mamá pegó un grito aterrador: ¡Salvatore...! Acercó su boca al mármol y lamió su sangre.
-Debió haberlo amado mucho -expresó Vicente, consternado. Esto que me dices es algo que me sorprende, algo que sí puede expresarse con palabras. Con pocas palabras se comprende todo.
-Unas noticias decían que los carabineros, valientemente, habían puesto fin a una historia de sangre, de asesinatos, de delaciones, secuestros, borracheras y mujeres. Pero no fue un bandolero sino un patriota. Su historia comenzó por el solo hecho de querer vender grano de su propia tierra; no era justo esto, que fuera contrabando vender el producto del trabajo de su propia tierra. Un carabinero quiso arrebatarle un saco de granos que él trasladaba de un lugar a otro, cerca de su pueblo, hubo una pelea y una muerte. Así comienza la persecución contra Salvatore. Pregunta Vicente:
-¿Cómo aparece después con una banda? ¿Cómo se mezcla con la política? ¿Robó a ricos para repartir lo robado entre los pobres de Sicilia? Esto parece cierto, ¿no?
-Estaba indignado por la injusticia, por el abuso de autoridad y por la pobreza. Fue muy querido por todos los más desprotegidos de la política, Pero el gobierno difundía que esto lo hacía para evitar las delaciones. Al final dijo también que había asesinado a 200 personas, sin mencionar los enfrentamientos armados, ni la condición de carabineros de los muertos. Enfrentó a todos: a la policía y al ejército, al gobierno, a la mafia...
-Y a la Iglesia Católica -señaló Vicente, remitiéndose a las noticias.
-No, a la Iglesia no, seguramente -contestó Antonia. Sólo que desde un diario de Palermo criticó un sermón y polemizó con el cardenal Ernesto Ruffini, pero no lo hizo con insolencia, ni con desparpajo. Los que gobiernan pueden hablar sobre orden y justicia. Pero cuando lo hace uno de abajo, como Salvatore, es una falta de respeto. Salvatore habló del orden y de la justicia. Así no habla un bandido. Pero es cierto que secuestró a ricos y robó y para eso debió reclutar gente, hasta formar un ejército.
-Aquí, hace poco -proseguía Vicente-. don Gaetano Cascio, que llegó desde Enna, me dijo que tenía siete mil soldados, que vió su ejército allí y hasta lo vió a Salvatore tomar cerveza en un bar de Enna.
-No tantos - rectificó Antonia. Y te sigo contando... Salvatore era inteligente y además leía libros, quería instruirse cada vez más; idealista y romántico; tenía un rostro sereno, muchas veces sonriente, alto, muy buen mozo y siempre con la carabina en ristre, aunque lo consideraran un santo. Lo quiso el pueblo pero no los poderosos.
- ¿Los poderosos no lo querían? ¿Pero por qué tampoco los comunistas de Sicilia?
-Porque los comunistas lo acusaron de servir a los terratenientes y era al revés. Cuando eso sucedió Salvatore incendió quince comités del Partido Comunista. Salvatore no tuvo ninguna connivencia con nadie, sólo que hubo intereses coincidentes con el Partido Separatista y con la Mafia, en cuanto a la independencia siciliana, de la que Salvatore fue el abanderado, porque se sintió capaz e iluminado para lograr la emancipación de Sicilia. Lo mataron los intereses del poder italiano. El ministro del interior Mario Scelba lo odió y por eso Salvatore le puso precio a su cabeza. Una sola vez Salvatore recibió dinero de la Mafia, a pesar de ser un enemigo de ella, pero coincidió con la Mafia con respecto al anticomunismo. Y se equivocó, porque el gobierno, la Mafia y los partidos políticos, a través de tres o cuatro capos, le tendieron una trampa, en Portella della Ginestra. Como tu sabes, Vicente, cada 1° de mayo los campesinos realizan su festejo. Los comunistas se habían infiltrado y para disolver la reunión, al paso de la gente en zona rural, Salvatore debía disparar sin herir a nadie para asustar. En las huestes de Salvatore fueron metidos unos cuantos asesinos del gobierno y dispararon contra la gente -hombres, mujeres y hasta niños-. De este modo lo embaucaron a Salvatore para deteriorar el enorme prestigio que tenía en el pueblo siciliano. Todavía se sigue mintiendo, a pesar de que todo esto es reciente y están los testigos. La verdad irá aflorando poco a poco Ahora actúan los vencedores. Mañana actuará la verdad. Hay testigos y documentos y esto no se puede borrar tan fácil como lo hacen ahora las radios y los diarios. Sólo en los Estados Unidos de Norte América se dijeron cosas favorables y por tal se creyó que Salvatore quería separar Sicilia para anexarla a los Estados Unidos y que por ello había ayudado al desembarco en Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial -lo que se hizo con la Mafia, con el otro Salvatore, Salvatore Luciana, es decir Lucky Luciano y don Caló, Calógero Vizzini-. Asimismo, tejieron el propósito de los Estados Unidos, de rescatarlo de Sicilia, para salvarlo de la Mafia, que era la que planeó su asesinato. Esto también es fácil de entender porque al terminar la guerra la mayoría de los cargos públicos en Sicilia fueron dados a represententes de la Mafia. ¿Está claro?... Salvatore tenía 28 años cuando fue asesinado.
Antonia cayó enferma a los pocos meses de llegar a Bahía Blanca. Fue internada en el Hospital Municipal, en el enclave del Barrio Hospital. A pocos metros vivían Vicente, Lucía y sus cinco hijos varones. Tenía el calor de la familia de sangre. Tuvo el consuelo de los otros parientes monteleprenses, tres de los cuales escribieron sin saber que Antonia pronto moriría de cáncer; entre ellos, recibió la carta de Mariannina, la hermana de Salvatore. Esas cartas transpiraban dolor, orgullo, la esperanza, las ansias de sobrevivir. Aquí, en cambio, en la tierra donde las gentes de la llanura infinita siempre tienen el futuro en los ojos porque ven el horizonte al que nunca llegan, se derrumbaba la vida en un presente que terminaba allí mismo, en la cama de un hospital, colmados de recuerdos de paese, de su gente, del fuego de su sol, el brillo de estrellas que parecen pertenecer exclusivamente a las gentes del sur y el caminito de la montaña desde la que descendía Salvatore, con el arma en ristre y un libro en la mano izquierda, para visitar a mammina (*).
XIII
El barrio de Lucía y Vicente creció paulatinamente; de a poco se fue emprolijando, pues desaparecían los tamariscos, los arbustos de zarzaparrilla y los eucaliptus. En una zona de quintas, trabajadas por italianos, se abrieron calles y fueron desapareciendo los canales de riego, molinos, animales de corral y vendedores ambulantes. En momentos de prosperidad y de consumo socializado, se construyeron viviendas, se mejoraron las existentes, se formaban veredas y cordones en las calles de tierra; se amplió el hospital, se construyó un canal para evitar los desbordes del arroyo Napostá. Las bicicletas eran sustituídas por motocicletas y automotores. En las casas desaparecían las "cocinas económicas", a leña, que servían para hacer bifes y achuras a la plancha, tener fuego permanente en invierno, para cocinar o para el mate, y para calentar la casa a la noche. La educación de los hijos en la escuela pública transformaba a los mayores, en un vecindario que parecía un transplante de Italia, donde la mayoría de los apellidos eran italianos y donde sus habitantes realizaban diversas tareas. La gente fue teniendo mayor acceso a los bienes, a la educación, al trabajo, y a un salario digno. La transformación era inevitable; cambiaron las vestimentas y las ropas de los jóvenes, incorporados a colegios secundarios y después a universidades nacionales. No desaparecían la italianidad, ni la sicilianidad, porque su impronta se desdibuja despaciosamente. El ser, la naturaleza de cada ser, tiene un substractum inmodificable, pero muda el sentido espiritual de los sentimientos, por obra del progreso material, de los cambios tecnológicos, de los sistemas de valores y en la moral media del pueblo.
El separatismo siciliano pudo ser frenado con la muerte de Giuliano y con una Constitución que atribuyó a la región siciliana mayores facultades que a otras en Italia. Pero el espíritu separatista no desapareció del todo, ni siquiera entre los sureños que llegaron a este otro sur; inconcientemente se transmitía. Por eso mismo cuando un italiano preguntó al hijo menor de los Giuliano si su papá era italiano, respondió: "No, siciliano". Más, la sangre va alterándose en el tiempo. ¿Quién puede asegurar lo que queda en el espíritu del ser?. Unicamente es dable aseverar , sí, que es, al fin, una resultante histórica, social y cósmica. En cierto sentido, tiene un derrotero marcado, a no ser que se use su libertad, con la que se hace la historia. El pueblo es sabio y generoso y, por tal, olvida a victimarios y verdugos, y forma una leyenda con el que lucha por la libertad.
Lucía pertenecía, como toda la familia, los Naccia, al Partido Radical, como simple simpatizante, al igual que sus hermanos. Vicente tenía cierta aversión a todo lo que significara ejercicio de autoridad o de poder; hombre de pocas palabras, hombre de bien, pleno de bondad y de gran capacidad para el trabajo, hablaba durante el almuerzo o la cena, para decirle a sus hijos cómo había que comportarse, qué había que hacer y no hacer. Un día , en un arranque que denotaba algo de bronca, dirigiéndose a sus hijos mayores les dijo: "¿Qué están esperando para pelear contra la dictadura? Ahí tienen el Comité Radical, ahí están los hijos de Valdo; ahí hay un tal Balbín... pero ahora lo tienen preso". Ricardo Balbín era el abanderado de la llamada "Resistencia" al régimen imperante desde las elecciones libres del 24 de febrero de 1946; encarnaba la lucha por las libertades públicas, pero salvo este aspecto y otros importantes anejados a los métodos, en las ideas en las ideas económico-sociales no existían grandes divergencias; incluso, en varios temas el pensamiento radical traspasaba los límites del peronismo, como cuando reclamaba la derogación de la ley de residencia -que había servido para deportar activistas gremiales extranjeros, o cuando pugnaba por instituír el derecho de huelga, todo lo cual lo sabía y llegaba cerca de la familia Giuliano. Vicente perteneció, en parte, a una época en que los gremialistas libertarios recorrían las obras y gritaban: "¡Fulano, hay que bajarse del andamio!". De este modo se hacían las huelgas y eran tantas que una vez alguien preguntó a otro cuál era su profesión y éste contestó con humor: "Huelguista".
Tres de los hijos del matrimonio ya tenían sendos trabajos como dependientes y a la vez, dos de ellos, cursaban estudios secundarios; ya habían salido bastante del potrero, del boliche -donde solían ir a mirar cómo los gringos jugaban a las bochas y a las barajas- y del club que tenía el mismo nombre del barrio, tirando más para el centro, donde tenían el café -con algunos juegos como la generala y el billar-, el cine, los lugares de baile igualmente existentes en los barrios, en los clubes y las esquinas tradicionalesdonde se hacía "parada" entre amigos, todo lo cual estaba favorecido por el hecho de trabajar y de concurrir a los colegios secundarios nocturnos, distantes de la barriada. Los dos hijos menores alternaban entre la casa, el patio o el segundo patio de la casa, la calle, el club, la escuela primaria, las revistas, la radio, los juegos y travesuras propios de su edad y de ese medio y, en fin, el mundo de cosas sencillas que son las que nunca se olvidan de ese tiempo feliz de la niñez, en el que se amó, se peleó, se remontó el barrilete, jugó a la pelota, a la escondida, al ladrón y vigilante, al rango y mida, la bolita, la payana o las figuritas. Sobraba tiempo, por aquellos años, para observar los animales caseros, a los pájaros y los insectos; abundaba para mirar el cielo, a veces recortado por la copa de los árboles, elevando los silencios con el pensamiento hacia arriba, imaginando y soñando. Se ignoraba todo y no se tenía miedo a nada. El poder del espíritu se fortalecía incorporando a él todo lo que estaba afuera tal como era imaginado.
Esto era así. Alguna vez, por causa de aburrimiento; otras veces la motivación era por curiosidad, por espíritu investigativo. ¡Había que saber! Algo atraía a la puerta del hospital cuando la ambulancia se anunciaba con la sirena; en tal caso, los chicos salían corriendo y se instalaban de modo que cuando paraba la ambulancia pudieran ver al herido en la camilla transportada por los camilleros. ¿Un ataque? ¿Un accidente? ¿Una pelea? ¿Qué pudo pasarle a esa mujer o a ese michacho? ¿Quién es esa pobre persona? ¿Qué dolor tiene? ¿Cómo fue herido? ¿Qué sucederá ahora en su familia? ¿Quiénes son sus seres queridos? ¿Morirá? Todo ello y más todavía pasaba por la mente de los chicos, que luego continuaban con sus juegos pero quedaban con algo de rabia cuando no encontraban respuestas a algunas de esas preguntas. Algunas noches, penetraban por el costado del hospital, que ocupaba casi toda la manzana, se acercaban a la morgue y miraban desde alguna ventana hacia adentro. Otras, tenían que pasar necesariamente por la parte de adentro del hospital porque no tenían en el bolsillo los centavos que debían al masitero que hacía su parada en la vereda del frente del hospital, vereda que era más conocida por Leonardo que por los demás, porque cuando el lustrabotas que se apostaba en la puerta abandonaba su puesto, le dejaba a él el cajón y los elementos de trabajo para que se ganara unos cuantos centavos, con los que luego se compraría revistas, a cambio de una comisión; no pocas veces debió esconderse porque pasaba Vicente con su bicicleta, cuando volvía del trabajo, porque conociéndolo sabían que los hijos podían trabajar en cualquier actividad, pero no como lustrabotas ni caniyita.
La tendencia investigativa de los niños se hace notar a cierta edad, pero subsiste en la persona para siempre. Se investiga el medio, lo que no se conoce; aquello que puede estar vinculado a lo secreto, a lo oculto, a lo prohibido. En el barrio había una casa con una hermosa mujer, que hablaba frecuentemente con hombres. Algunos días venían otras mujeres. Era necesario espiar, escondidos entre los tamariscos. Un día no averiguaron nada, pero estuvieron -entre convulsionados por el temor a ser descubiertos y cierta exitación- sorprendidos por la escena: la mujer, sentada en el corredor de la casa, se afeitaba las piernas. ¿Qué sucedía en esa otra gran casa, llamada "La Francesa", donde entraban y salían autos con parejas; a doscientos metros había otra similar conocida como "La Francesa Chica". Sabían, no con exactitud, qué iban a hacer, pero les quedaban grandes dudas, ¿Qué otra cosa harían ahí dentro?.
Ya no existían en el barrio las grandes quintas de otrora, sino pequeñas quintas, en espacios más reducidos, regadas con agua de pozo, extraída por una bomba, manualmente; ya no se fabricaba el vino "patero", igual que en Sicilia. Desaparecían las plantaciones de frutales y las vides, pero continuaban vendiendo al por menor a los vecinos y por las madrugadas salían los carritos con frutas, verduras y hortalizas, camino del mercado municipal, en el pleno centro de la ciudad, o de los comerciantes, que abarrotaban de productos sus pequeños negocios o verdulerías. Subrepticiamente los chicos entraban en las quintas, hurtando lo que les gustaba, no para llevar a la casa sino para comer en los escondites de los potreros o subidos a los árboles; en el invierno, se extraían las batatas y se cocinaban sobre una lata, enteras, para comerlas como cuando se hacían al horno en la casa, como un manjar.Ya no comían en los baldíos los higos de tuna -cuyas espinas eliminaban friccionándolos o "amasándolos" con la zapatilla sobre el suelo- porque estas plantas habían desaparecido. Leonardo siempre tenía presente los comentarios de su madre, Lucía: "¡Tenés que ver... en Sicilia las tunas y los naranjales!". Leonardo la escuchaba siempre; los comentarios lo apasionaban y los absorbía con interés y atención. Algo tenían que despertaban su entusiasmo y su amor por la ascendencia que no conoció y por la tierra de donde llegaron. ¡Todo eso estaba tan distante, en el tiempo, en el espacio y en la memoria!.
CUARTA PARTE
I
La barriada se agrandaba. El progreso extendía las fronteras del barrio. Ya no se veía más la cúpula de la Iglesia del Inmaculado Corazón de María, pues se construyeron viviendas y otras edificaciones. No había más espacio para el circo popular que de tanto en tanto justamente se instalaba casi frente a la vivienda de Giuliano; ni la calesita en la esquina, rodeada de yuyos silvestres, de entusiasmos y alegrías infantiles; ni el organillero, con su organito, sus tangos y el lorito que sacaba los papelitos de la suerte. Cada tanto seguía pasando el afilador, con su silbato, o los hombres que de madrugada se dirigían de a pie o en bicicleta al trabajo silbando canciones del modo que se aprendió en el barrio, o el vendedor de diarios voceando verdades y mentiras. El almacén y despacho de bebidas seguía tal cual, inmutable, sin hacer caso de los cambios que se operaban, fiel a una tradición y a un espíritu y murió como aquel que muere en una batalla por ser consecuencia con sus principios e ideales. Con él desaparecieron también las canciones italianas y la brisca (*).
A pesar del nuevo oleaje inmigratorio italiano después del '46 esta suerte de explosión demográfica barrial diluyó la sensación de que el barrio era una prolongación siciliana o, más todavía, italiana. Aunque el mundo exterior se modificaba dinámicamente, el espíritu de estas familias no exhibía mutaciones ni tampoco capacidad de adaptación, excepto lo necesario o inevitable; sus sentimientos, su forma de pensar y sus valores permanecían intactos. El desarrollo de los medios de comunicación masiva introdujeron sus cuñas y, empero, en general, no afectaron esta estructura mental y espiritual. Algunos cambios que parecían revolucionarios en la vida familiar eran insignificantes; con la cocina a gas se ganaba tiempo y se podían hacer comidas y empanadas o pizza en el horno, pero se perdió la "plancha" de la cocina "económica" y además era más agradable prender el fuego con papeles, madera y carbón o leña, ya que era la madera o leña que el hombre "producía" en el patio de su casa y le permitía alguna participación en la producción del fuego.
Lucía, en cambio, tenía amplia y constante "participación", ya que además de atender al marido y a sus cinco hijos, en lo tocante a ropa y comida, se ocupaba de la casa en general, en la cual producía y fabricaba todo, menos los zapatos: ropa interior, medias, camisas, corbatas, pañuelos, sacos, pantalones y ropa de abrigo; escabeches, con liebre, vizcachas u otras carnes de animales caseros como conejo, pollo o pato; licores y dulces, así como chiappe (**), que todos comían -grandes y chicos- con pan y vino o acompañando la carne del puchero. El segundo patio fue aprovechado por su marido para quinta, para consumo propio, donde se obtenían frutas, verduras y hortalizas, así como zapallos, melones y sandías. En el primer patio, el parral, el olivo y las granadas. En una de las paredes interiores, Vicente hacía pruebas y muestras conmaterial de frente, del que se usaba en la construcción, con diversos colores y formas, poniendo a prueba moldes y elementos e instrumentos destinados a detalles y molduras. Cuando él hacía esto acostumbraba a silbar tangos y Lucía, en cambio, mientras realizaba sus tareas, cantaba las canciones de Libertad Lamarque. Una tenía que ver con su propia historia personal:
"Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
le prometieron a sus ansias...
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha, pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina..."
Alrededor de los años '50 sobrevivían, de los viejos inmigrantes de fines de siglo, de las familias de los Giuliano, Naccia, Valdo y Belli, solamente María y Lucía. Tuvieron hijos que a la vez se casaron casi todos y en plena juventud, como se acostumbraba entre estas gentes. Los nietos no sobrepasan los diez y seis años, excepto todos los hijos de María y los dos mayores de Lucía y Vicente -Juan y Vicente-, ya iniciados en el quehacer cívico, atraídos por la figura del encarcelado Ricardo Balbín. Su destino de adversidad y el Radicalismo habían conquistado el corazón de estas familias, cualquiera haya sido la condición de sus miembros, pero tanto el Radicalismo como el Peronismo -más popular todavía- levantaban banderas sociales y nacionalistas. Fueron otras cuestiones las que irían disgregando un poco la unidad familiar, o creando distancias; otras distancias derivaban de la economía, del trabajo absorbente, de los cambios como la constitución de pequeños departamentos en grandes edificios, los matrimonios y las llegadas de los hijos que fueron reagrupando familias de diversos orígenes, condiciones, valores y comportamientos.
En el hogar de Lucía exclusivamente Leonardo escuchaba atentamente los relatos de sus padres acerca de la vida en Sicilia; con más presición, se trataba de Montelepre. Esta temática se enriquecía con la presencia, no pocas veces, en la casa, de dos de los hermanos de Lucía, uno de los que demostraba un gran entusiasmo cuando se hacía ese tipo de conversación. El conocimiento de la vida en Montelepre, en especial, de la familia, de los amigos, de los lugares y las cosas comunes, iba creciendo en el fervor de Leonardo, quien se identificaba cada vez más con el pasado, con las raíces.
Lo que a Leonardo servía para atesorar poco a poco, por convencimiento y por afectividad, a otros les resultaba indiferente y los lazos con la ascendencia se rompían; muchas cosas comunes dejaban de ser connaturales y, sin embargo, quedaban intocables los componentes del temperamento. Lo que parecía disgregarse era la nación, la comunidad, el espíritu colectivo de la nación. Ni en Sicilia se hablaba ya del separatismo. Subsistía, sí, la distinción entre el Norte y el Sur, para distinguir, en Italia, la zona rica de la zona pobre. Como en el dueto planetario, años después.
Leonardo quería parecerse a su padre. Sentía por él orgullo y admiración. Ansiaba seguir su camino y ser como él. Inexplicablemente para sus padres abandonó el estudio y comenzó a trabajar con su padre, aprendiendo su oficio, luego de su cesantía en el trabajo anterior. En el momento de comenzar su juventud, un día, en un encuentro familiar, habló por primera vez con Rosa, la hija de María Valdo y Pietro Belli. ¡Habían nacido el mismo día!
II
Tal como fue anunciado, en la primavera de 1950, se presentó en la casa de Vicente Giuliano, el joven Salvatore Púrpura. Luego de la presentación del caso, en la cocina de la casa comienza el diálogo. Hablan el dialecto. Como era costumbre los niños del matrimonio son mandados al patio, mientras Lucía prepara la salsa para una maccheronata(*). Vicente se comporta receloso y precavido. Necesita escudriñar si Salvatore Púrpura viene a decir la verdad, lealmente. Establece y dirige el diálogo:
-¿Hace mucho que llegaste a la Argentina?
-No... no, acabo de llegar. -Salvatore mira a Vicente, con ojos vivaces y esbozando levemente una sonrisa.
-¿De dónde vienes?
-De Montelepre. ¿No le escribió nadie de nuestra familia?
-¿Cómo? ¿Vos sos pariente?
-Sí... sí, Vicente. Mi madre es Giuliano, prima segunda suya. Eramos de los que vivíamos fuera del pueblo, en el campo. De ahí salía el grano que llevaba Turiddu(**) cuando se inició la historia...
-Aquí se divulgó que lo comercializaba en el mercado negro...
-Para nosotros era llevarlo de un pueblo a otro, en la misma Sicilia.
-...y que mató alevosamente al carabinero.
-No... no. Le cuento. Yo hablaba mucho con Salvatore. El vivía con sus padres, con un hermano, y su hermana, en una vivienda humilde, en un sitio elevado del pueblo, rodeada de otras viviendas. El padre trabajaba en el campo. Tenía, Salvatore, un año más que yo. Yo nací en 1923. Cuando sucedió el hecho inicial de la historia de Salvatore, la verdad es que los carabineros le robaron el cereal y una mula que le habían prestado. Al instante lo encontré en el camino que une el pueblo con Palermo, asfaltado porque es una ruta importante hoy día, y Salvatore se acercó y me pidió la bicicleta en la cual yo iba, diciéndome que se había herido con una caña. Le dí la bicicleta y después fui a su casa a buscarla. Allí me dijeron que no lo habían visto a Salvatore y que no vieron ninguna bicicleta (probablemente querían borrar pruebas del homicidio de un carabinero, cometido por Salvatore cuando el robo o bien desconfiaban de mí, o no querían entrar en el juego de los comentarios). Al regresar y pasar por la casa del médico del pueblo vi la bicicleta apoyada en la pared, así que la llevé sin hablar con nadie.
Vicente continuó indagando a Salvatore Púrpura, para terminar el tema con el fin de la historia de Salvatore Giuliano, sobre la base del relato poco antes hizo Antonia Giuliano y las respuestas fueron todas coincidentes. "José Giuliano -le informaba Púrpura a Vicente- estará aquí en poco tiempo. El es primo hermano de Salvatore. Yo he venido con un amigo. Se llama Olivo. Si usted quiere podemos reunirnos. No sé el motivo, pero él, sin ser de la familia, sabe mucho más de la familia".
III
Vicente, como todo siciliano, entonces, estaba muy interesado a todo lo que se relacionara con la familia. Así que -además por eso que podría denominarse "sicilianidad"- el encuentro con Olivo no se hizo esperar. Olivo le refirió, de entrada, desordenadamente, lo que ya sabía que más le atraía a Vicente. Su testimonio fue más o menos como sigue:
"Conocí a los Giuliano desde niño. Ya adolescente concurría a un bar, 'Doppolavoro', donde estaba el único billar del pueblo y donde jugaba con Salvatore (Giuliano).
Me desempeñé en la Tesorería municipal, que recaudaba todos los impuestos, locales y nacionales, y hacía las comunicaciones a los vecinos; cuando se aumentaba un impuesto se le daba a la gente un plazo de seis meses para que proteste.
Salvatore vivía con su padre y su madre (María Lombardo), su hermano mayor (José) y su hermana (Mariana). Conocía la casa de Salvatore, aunque nunca entré. La casa estaba ubicada en la periferia del pueblo. Había otros Giuliano; los padres eran tirando a baja estatura, pero Salvatore era alto. Eran de tez morena, pero Salvatore tenía cabello castaño. Era muy inteligente, pero más temperamental. Su nombre siciliano: Turiddu. El primo hermano de Turiddu, su lugarteniente y matador, era Gaspare (Aspanu en el dialecto) Pisciotta. Aspanu creyó que así podía salvar el pellejo, de la familia y del gobierno, que lo indujeron a la traición.
En Bahía Blanca no hay otros parientes además de los que usted sabe.
Salvatore había nacido en 1922; cumplía los años un 22 de noviembre. Nació en Montelepre, a 25 kilómetros de Palermo. Su aventura comienza con el episodio de los carabineros, que además de incautar el trigo que llevaba le roban la mula. Toda la gente humilde tenía indignación contra la policía; cualquier pequeña cantidad de productos que se comercializara sin control era contrabando, mientras que la policía llevaba camiones enteros al mercado negro.
Ya famoso Salvatore y yo siendo empleado municipal, yo extendía las cartas (autorizaciones) para obtener alimentos, en época de racionamiento, y también lo hice para una periodista sueca que lo entrevistó a él.
No fue un asesino, nunca hubo alevosía en sus actos. Pero hizo matar a traidores y delatores. También murieron algunos policías que no tenían nada que ver con la detención de la mamá de Salvatore.
No tuvo problemas con la Iglesia Católica... El jefe del P.S. (Partido Separatista) se llamaba Finochiaro Aprile... Portella della Ginestra es el nombre correcto, el más usado del lugar del de la matanza; puede decirse también "Portella delle Ginestre".
Giuliano fue muerto en Monreale y llevado a Castelvetrano. Sus restos descansan en paz en el cementerio de Montelepre. Allí en el cementerio, en la entrada, hay una inscripción que dice, en el dialecto siciliano; "Fummo come voi, sarete come noi", "fuimos como vosotros, serés como nosotros".
IV
El recelo de Vicente con respecto a las últimas camadas de inmigrantes italianos tenía su razón de ser. Invariablemente recordaba el diálogo que una tarde había tenido con don Antonino.
-Atenti, Vicente, nosotros vinimos a estas tierras buscando paz y trabajo. Ahora la mafia se instaló en Rosario y cada vez se hace más fuerte. Hay quienes hacen lo mismo en otros lugares y también en Bahía Blanca. Yo tuve que advertir a mis hijos, porque las amistades... nunca se sabe, ¿eh?.
-Quédese tranquilo, don Antonino, que en nuestras familias no habrá nada de eso, nunca -enfatizó Vicente-.
- Y ahora, yo no sé... estos que vienen -pensaba Vicente-...El periódico "Adelante", opositor al gobierno, denuncia que hay un tratado secreto con Italia: la mayoría de los que vienen eran los más fanáticos del fascismo".
V
En 1950 el gobierno nacional declara en Año del Libertador General San Martín, al cumplirse el primer centenario de la muerte del prócer. Ese mismo año es operada Eva Perón y se niega a una segunda operación para la extirpación de un cáncer. Después de la elección realizada en la provincia de Buenos Aires es arrestado el líder de la resistencia Ricardo Balbín, a quien hace poco se le había despojado de sus fueros parlamentarios, acusado de desacato y condenado a cinco años de cárcel. En Bahía Blanca son encarcelados César y Antonio Valdo, hijos de Mariano y María. También Vicente Giuliano (hijo).
Se hace ostensible la dictadura y un clima de fanatismo y terror. la sociedad se divide. Las familias se disgregan. ¡Hasta la comunidad siciliana!. La delación es bien recibida. Un estado de miedo intenso invade el espíritu de Lucía Naccia. allí, en la comunidad pequeña del Barrio Hospital, donde vive con su familia, los partidarios del Régimen anuncian que de continuar los ataques y las agresiones contra el régimen popular y nacional desfilarán con las cabezas de los Giuliano en bandejas por la calle Estomba.
Se había iniciado un tiempo en el que suceden los encarcelamientos, las represiones de huelgas y apresamiento de los dirigentes gremiales, la destrucción de las imprentas de los opositores, incendios de comités e iglesias católicas.
Leonardo Giuliano acrece su odio por el encarcelamiento de su hermano, quien fue un poco mentor suyo. A escondidas de su madre guarda los ejemplares de "Adelante" que un chofer de una empresa de ómnibus trae subrepticiamente de La Plata, ciudad del domincilio de Ricardo Balbín. Al anochecer, reparte ejemplares con la bicicleta de Vicente, según el listado que le pasaba Antonio Valdo. Algunos papeles comprometedores los esconde dentro de los cuadros que lucen en las paredes de la casa. En ocasiones, los jóvenes desencuadernaban los libros cuya tenencia comprometía a los ciudadanos y hacían copias a máquina, que luego distribuían clandestinamente.
¡Un viento aciago soplaba para los Giuliano, en el mediodía italiano y aquí, en el otro sur, donde habían llegado por la paz y el pan!
Después, sucedieron gobiernos y cruentas dictaduras, el terrorismo de Estado y la guerrilla; la resistencia armada, como la represión oficial se caracterizaron por el desborde. El genocidio y los delitos aberrantes, las violaciones, el latrocinio y la tortura pudieron igualarse a los de los invasores históricos de Sicilia.
VI
La significación de la familia siciliana había desaparecido, aunque no totalmente. Los lazos afectivos, la solidaridad y las costumbres se confundían y entreveraban con los cambios en un medio que cada vez se distanciaba más de la circunstancia de origen. El sistema de relaciones sociales y familiares que signó a una época se transformaba. La economía que destruía el tiempo del encuentro personal, amistoso y afectivo; la búsqueda de un futuro mejor dentro y fuera de la Argentina; los exilios y las emigraciones voluntarias; la confusión de valores y la pérdida de valores del espíritu y de la sangre, disgregaron la familia de las gentes del sur.
Hasta desaparecía la lengua materna y se enervaba el sentimiento religioso y particularmente cristiano-católico, propio de los sicilianos. Todo se fue perdiendo: la conciencia nacional y la cultura de cada nación, de cada comunidad. El tiempo borraba lo autóctono, los dialectos y las lenguas nacionales, en un mundo de creciente internacionalización, de megabloques, de concentraciones supercapitalistas. Se enseñoreó la corrupción y cierta forma de ideología se desarrolló paralelamente a los organizaciones delictivas transnacionales. ¿Se cumplía acaso el relato del abate Ruggero?.
Poco quedaba de las familias, pero el sur y el sur siguen siendo hermanos. Es un arcano. Los descendientes poco o nada saben del pasado. Solamente quedan algunos insignificantes recuerdos.
Leonardo contrajo matrimonio con Rosa, la hija de los Belli. Siguiendo la costumbre de la gente del sur, los nombres de sus hijos recuerdan a sus antepasados lejanos: Antonio, Mariano, Pietro, Pablo y Felipa. Todos están distantes, entre sí. Sólo a Leonardo, a Rosa, y a Pedro y Pablo, los envuelve la pasión del Sur-Sur. Pero tienen el convencimiento de que no tienen que ir a Sicilia. ¡Nunca!
¡Nunca más! -enfatizó Leonardo, que la visitó una sola vez-.
Sicilia devora a sus hijos, en el sentido de un arraigo sentimental. Aunque todavía el sol abrase y el águila negra siga siendo un símbolo. Y aunque todo siga igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario