Por Eduardo Giorlandini
Aconteció el 20 de noviembre de 1845. Rosas gobernaba la provincia de Buenos Aires y representaba a la Confederación Argentina.
Francia e Inglaterra incursionaron por la fuerza en nuestros ríos interiores, pero las fuerzas argentinas bajo las órdenes de Lucio Norberto Mansilla resistieron a esas grandes potencias, que tenían superioridad bélica, y lo manifestaron con tenacidad y valentía.
En el recodo del río Paraná reconocido como La Vuelta de Obligado, los criollos hicieron en el río una barrera de lanchones unidos por cadenas para interrumpir el paso de las naves de guerra invasoras y atacarlas durante aproximadamente ocho horas.
Los ideales de Mayo, de independencia y soberanía nacional, se habían exteriorizado en forma constante. Luego de la usurpación cometida en los comienzos de la década de 1830 y de las reclamaciones del gobernador Ramón Balcarce y del representante argentino en Londres, Doctor Manuel Moreno, fue Juan Manuel de Rosas quien insistió, por intermedio de negociaciones diplomáticas, para el logro de una reivindicación.
La gesta de Obligado, que no pudo obtener un triunfo militar ni impedir al fin el paso, estuvo respaldada por una firme actitud, congruente y consecuente con los principios fundacionales de la Nación Argentina y esta actitud firme y fuerte motivó que los imperialistas y usurpadores reconsideraran sus medios de dominación, temerosos de que aquí no encontrarían otra respuesta que el coraje y la ofrenda de los hijos de una Nación con vocación de libertad y grandeza.
No son éstas simplemente palabras hueras para un homenaje. Por el contrario no bastan para expresar el civismo de los argentinos con grandeza en nuestra historia nacional.
Por épocas, los que –como dijo Arturo Jauretche- hicieron política de la historia, ocultaron la acción patriótica de la Confederación de aquellos tiempos. Los manuales de estudio evocaron el combate con unas pocas líneas. Históricamente se ocultó, negó y descalificó, incluso a los revisionistas no rosistas, porque la verdad objetiva, presentaba un relato y una explicación distinta a la sustentada por las líneas políticas y gubernamentales que, por lapsos prolongados y con algunas intermitencias que pusieron de resalto el honor nacional, fueron las que predominaron en contra del interés nacional.
Sin embargo, pensadores y escritores quedaron proscriptos por los oficialismos de la dependencia; a pesar de la exclusión de los ámbitos educativos del pensamiento nacional y, más todavía, del ensañamiento demostrado para la descalificación injusta, no pocos argentinos, no pocas instituciones y no pocas comunidades intermedias mantuvieron la semilla de un sentimiento que es el del pueblo: el de la independencia y el de la libertad que cantamos con nuestro Himno.
Estimo con indignación que el revisionismo de nuestra historia sea lento por causa del coloniaje cultural, pedagógico y político; que ciertos estratos de la clase política sea proclive a la actual “globalización”, que no es integración sino imperialismo, olvidándose de que si la soberanía suprema es del género humano, debe ser edificada sobre la igualdad de las naciones, como lo pretendieron las corrientes continuadoras del pensamiento de Mayo.
Los muertos del pasado, los de Obligado y los de otras gestas por la Nación , nos comprometen a la evocación y a la acción. Los argentinos del 20 de noviembre de 1845 eran concientes de la superioridad de los enemigos invasores, pero éstos fueron enfrentado con pasión argentinista, grandeza de espíritu, heroicidad y honor.
También estamos obligados con respecto al futuro de nuestro país. Habiéndose producido el enervamiento de nuestras instituciones y de los cimientos no solamente de la Nación Argentina sino también Latinoameric
ana. La utopía subsiste y no es irrealizable si abrazamos el sueño más grandioso de la historia y no la propuesta economicista, pragmática, utilitaria, sin alma ni solidaridad, propia de la zona americana de libre comercio para favorecer al megabloque imperialista del norte en desmedro de nuestros países que, una vez, llamaron “el patio de atrás de los EE.UU. de Norteamérica”. Nótese que la invasión anglofrancesa fue denominada “invasión utilitaria” y que la escuadra que la ejecutó iba protegiendo 52 barcos mercantes salidos de Montevideo y cuyo destino final eran los puertos de Corrientes, donde cargarían frutos de la tierra argentina.
Sin embargo, cabe el quehacer en nuestras instituciones y más aún en la creación de nuevas redes sociales e ideológicas, asumiendo con convicción lo mejor de la historia, de las tradiciones, de los valores y sentimientos de una población que aún conserva la esperanza en un destino de paz, grandeza, bienestar y progreso material, espiritual y cultural, en un clima de democracia y libertad en plenitud, en lo político, en lo económico y en lo social.
Quiero concluir la evocación que hacemos de La Vuelta de Obligado con la reflexión que hace Ernesto Palacio al escribir que la Nación que se somete a una fuerza superior pierde su autodeterminación, que es la cualidad de su soberanía, y pertenece desde ese momento al vencedor, cualquier sea la forma en que pretenda disimularse la conquista.
Menos los pocos emigrados aliados con los invasores, los argentinos y el mundo en general vieron la entusiasta unanimidad con que el país acompañó a Rosas. San Martín puso su espada y su persona al servicio de la Nación y estimó a Rosas como defensor de la independencia americana. Y el autor del himno nacional escribió nuevos versos: “Morir antes, heroicos argentinos,/ que de la libertad caiga este templo./ ¡Daremos a la América alto ejemplo/ que enseñe a defender la libertad!”.
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