A los 76
años, el 21 de febrero del corriente, murió en Buenos Aires el dirigente,
escritor y ensayista Ricardo Ostuni.
Radical de
paladar negro, siempre combinó la
función pública con su pasión por el tango y, en particular, por la vida y obra
de Carlos Gardel.
Militó en
Intransigencia Radical, línea del partido que respondía a Amadeo Sabattini y
dio sus primeros pasos en política como asesor del ministro de Comunicaciones
de Arturo Illia, Antonio Pagés Larraya.
Descendiente
de italianos de un pueblo que se llama igual que su apellido, a orillas del
Adriático, estuvo casado con Ana Edith Rocca y tuvo ocho hijos: siete varones y
una mujer. Todos, como él, hinchas de Boca Juniors.
Como
creativo publicitario, y con el retorno de la democracia ya asentado, ocupó la
Secretaría General de la municipalidad porteña, con el intendente Julio César
Saguier. Volvió al mismo cargo, devenido en subsecretaría, cuando De la Rúa se
convirtió en el primer jefe de gobierno de la ciudad, en 1996 y fue su secretario
privado y luego, su vocero cuando ejerció la presidencia de la Nación.
Retirado de
la política activa en diciembre de 2001, se dedicó de lleno a estudiar y
disfrutar del tango.
Escribió Repatriación de Gardel , donde puso
seriamente en duda el origen francés del zorzal criollo, y Viaje al corazón del tango , entre otros ensayos. Fue
vicepresidente de la Academia Nacional del Tango.
Ostuni murió
tras una larga lucha contra el cáncer. El pasado mes de diciembre en ocasión del Día Nacional del tango sus hijos recibieron una distinción a la trayectoria en su nombre en el Congreso de la Nación, otorgada por el CEIN y por iniciativa del productor José Valle.
Eduardo
Giorlandini intercambiaba información asiduamente con él para colaborar
mutuamente en la incansable sed de investigación que ambos han disfrutado
siempre. Durante años esa afinidad los lió en una cordial amistad. El Dr.
Giorlandini lamenta profundamente la pérdida terrenal del amigo, con quien
compartía afinidades políticas y gustos artísticos. Sus condolencias para
familiares y afectos.
Compartimos
con los lectores un homenaje que le rindiera en vida Don Reinaldo Spitaletta:
Ostuni y sus
pájaros que mueren en la primera luna
Por Reinaldo
Spitaletta
Su apellido
evoca una ciudad blanca, en Bríndisi, Italia, y su nombre nos remite a un
personaje de Shakespeare. Está hecho, como todos los humanos, de sueños. Y de
tiempo. Pero, como él solo, también de poesía en la que se combinan en rara
mezcla las musas del arrabal con las que inspiraron a Homero el antiguo.
Ricardo Ostuni es tango que anda, pero, a la vez, memoria de una cultura, de un
puerto, de una canción silbada “desde el fondo del dock”. El hombre,
invirtiendo al inca, es tierra que habla.
Ciudadano de
Buenos Aires, ciudad de duendes y otros mitos, la de la las fundaciones
irreales y maravillosas, la “tan eterna como el agua y el aire” (qué vaina, me
proponía no mencionar a Borges, asunto imposible y más hablando de don
Ricardo), Ostuni es un ser que pertenece a la palabra, aquella tan cara a Filón
de Alejandría pero también a algún payador de pueblo. ¡Y qué es lo que tanto
hace! ¿Por qué tanta parafernalia para decir de un poeta argentino? Si apenas
pudiera afirmarse que es experto en historia del tango, que escribe letras para
ser cantadas por los herederos de Gardel, que a veces se viste de don Quijote
para hablar de libertad. Con eso bastaría.
La única vez
que lo he escuchado y visto fue en junio de 2011 en una biblioteca de Medellín
(ah, y aquí habrá que decir que cualquier biblioteca, incluida la de Alejandría
es memoria de la humanidad), disertando sobre Sábato y el tango. Digamos,
abreviando, que Ostuni es sabio en asuntos gardelianos, en conversaciones de
café, en canciones de la noche y en lunas suburbanas. Claro, también en Homero
Manzi y, creo, en otro Homero que, dicen, “escribió” la Odisea y la Ilíada.
Ah, y aparte
de poeta, que ya es suficiente, escribe libros como Borges y el tango (Marcelo
Oliveri Editor), o como Viaje al corazón del tango y Repatriación de Gardel
(Ediciones Club de Tango, de Óscar Himschoot), o como un ensayo titulado Emilio
Bécher en la obra de Bertrand Russell, para que no se diga que solo se atreve
con organitos de la tarde y con algún Shakespeare lunfardo. Y si se quiere
saber más sobre aquellos que entristecieron el tango, puede uno leerse La
inmigración italiana y su influencia en el tango (Editorial Lumière).
El porteño
Ostuni se las trae. Cliente del legendario café Tortoni puede decir “A mi mesa
de siempre me he llegado / con el arrastre de un atorro endémico / a lastrar de
raje un académico / con un choppe de sidra bien tirado”: Duendes (En el
Tortoni). Nacido en 1937, creció en el barrio de Palermo, en una casa de
“bullicios propios”, visitada por políticos pero también por cantores como
Ernesto Famá, Agustín Irusta (que cantó en la fiesta de sus quince años) y el
payador libertario Martín Castro. Su padre le recitaba a Juan de Dios Peza,
Almafuerte, Ovidio Fernández Ríos y versos del Martín Fierro.
El autor de
“Identidad y otros poemas de la tristeza”, que sabe, con José Gobello, que el
lunfardo puede rastrearse en las obras de Cervantes, volverá a Medellín a
hablarnos esta vez de Gardel y el arte de cantar, de la presencia de la poesía
culta en las letras de tango, y, claro, de la tortuosa relación de Borges con
el tango. Ostuni, experto en poéticas populares y académicas, sabe, con
Vacarezza que “el saber puede aprenderse, el sentir no hay quien lo enseñe”.
Hecho de
sueños y soledades, Ostuni sabe de las “liturgias para celebrar ausencias” y
tiene nostalgias de la elegíaca barriada. Es un poeta (tal vez sea la más alta
manera de ser algo). Su palabra dice en su libro “Pájaros que mueren en la
primera luna”:
“Nada tengo sino lo que he vivido
el ayer inmutable de los
rostros
que fueron y no son y esta penumbra
que fatiga la voz de las
ausencias”.
(Escrito en
Medellín, cuando Ostuni era un pájaro en su primera luna)
Fuente: Reinaldo Spitaletta
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