Por Evedith Adal Hosni

Claro: en general sucede que cuando hacemos cosas buenas es para nuestra satisfacción o para nuestras urgencias o las de los más cercanos; también, para superarnos en lo económico o en lo social. En esta carrera a veces alocada nos súper-abastecemos, nos malcriamos y malcriamos a otros coartando la posibilidad de promoverse por sus propios medios.
Paralelamente, en este quehacer absorbente, van quedando otras obras (las que refiere el Evangelio) que perdurarán cuando ya no estemos: son las obras del amor, de la generosidad del corazón, aquellas en las que se deja el alma limpia y fraternalmente, que motivan a creer que la vida merece ser vivida, a eludir el materialismo que entorpece, a mirar al otro de igual a igual, lejos de a mediocridad, el desgaste inútil, la insatisfacción, el hastío.
Eduardo Giorlandini, quien había entendido el mensaje evangélico, vivió prodigándose sencillamente a través de sus fecundos talentos, enseñando a sus alumnos en todos los niveles educativos, hablando al pueblo que disfrutaba de ese “idioma popular argentino”, de su vida de simple caminante, escribiendo poesías, canciones o trascendentes obras literarias o científicas, estudiando siempre para crecer en su entrega a los demás.
Su vida simple, digna, prolija, también fue parte de “esas cosas” que lo identificaron y hoy, que partió, hacen que lo reconozcamos como un hombre ejemplar; el árbol bueno cuya siembra fructifica en frutos buenos.
Publicado en Revista VEME, Año 11. Número 82, Marzo 2016
Hoy lo recordamos en un nuevo cumpleaños, como lo recordè toda la vida, a mi jefe, maestro de mi vida y que me transmitiò todas sus costumbres tan apreciadas como son la honestidad, seriedad, cumplimiento, honor, palabra, y tantas cosas que me enseño a lo largo de 14 años que estuvimos juntos.
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